Aina Vidal-Pérez, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
La autoficción se ha convertido en un fenómeno literario internacional que ha pasado a engrosar las listas de publicaciones en grandes y pequeñas editoriales. Paralelamente, ha generado que parte de la crítica literaria se haya consagrado a teorizarla o a disputarla. Convertido ya en etiqueta, el término es perfectamente reconocible por el lector avezado, aunque sus contornos parecen no estar todavía definidos. Emanada de la tradición francesa, en su progresiva expansión han proliferado otros conceptos en su órbita, como faction, autobiografiction, autobiographical novel, fictional biography o autonovela.
Parece acabar generalizándose –quizás demasiado a la ligera– el término “autoficción” para definir aquellas obras que hibriden formas novelísticas y autobiográficas. Ante un debate complejo y las limitaciones espaciales de un artículo de estas características, trataré de ofrecer unas notas que considero de interés sobre su evolución, posibilidades, aplicaciones y controversias.
Orígenes de la autoficción
Fue en la contraportada de la novela Fils (1977), de Serge Doubrovsky, donde apareció por primera vez el término “autoficción” para designar una “ficción de acontecimientos estrictamente reales”.
Para distinguirla de formas sencillamente autobiográficas, Doubrovsky venía a completar el estudio de Philippe Lejeune sobre el pacto autobiográfico, donde afirmaba que no era posible la identificación entre el autor y el narrador-protagonista de una novela. Con esto, Doubrovsky no solo acuñó un término, sino que inauguró un debate crítico-literario encendido todavía hoy, más de cuarenta años después.
A pesar de los esfuerzos de los años sesenta por decretar la muerte del autor, la producción y publicación de las llamadas “escrituras del yo” ha conocido un desarrollo muy significativo desde la década de los setenta.
Philippe Gasparini apunta a un contexto sociocultural definido por fenómenos como el auge del psicoanálisis, la sensibilidad cultural postmoderna y el triunfo de la individualización y la globalización.
Manuel Alberca recoge también la consolidación del capitalismo globalizado, cuyos cánones dan centralidad a las identidades narcisistas y a la figura del autor, continuamente promocionada por los medios de comunicación.
Forma de experimentación e investigación
A pesar de haber hecho las delicias de la teoría literaria, la autoficción carece de una definición estable. Ana Casas explica que nace muy apegada a la autobiografía y que se consolida en los ochenta, cuando la novela coloniza el espacio autobiográfico. ¿Se trata, entonces, de una modalidad de la autobiografía o de la novela?
Parece haber consenso al considerarla una forma ambigua, entre lo factual y lo ficcional. Esto exige la negociación continua con el lector, cuya recepción del texto oscila entre la veracidad de la autobiografía y la verosimilitud de la narración. La autoficción plantea la posibilidad de proyectar una escritura del yo no necesariamente factual, de reconocer el carácter esquivo de la subjetividad y de ubicar al sujeto en un cuestionamiento perenne.
A este respecto, J.M. Coetzee sugirió en su conferencia “Truth in Autobiography” que el autobiógrafo que revela sus verdades ocultas corre el riesgo de extinguir su empresa. El Nobel sudafricano planteaba que estas narraciones deben sostener el siguiente pacto: el escritor se compromete a descubrir las verdades que se ocultan detrás de la experiencia humana pero, para ello, debe hacerlo de forma paralela al gesto de escritura.
Esta idea de descubrimiento, presente en algunas de sus novelas como Infancia (1997) o Juventud (2002), es lo que impele al autor a escribir y la que sostiene, a su tiempo, al lector en su lectura. Así, no es tan importante la autenticidad de los hechos narrados, sino el emplazamiento de la experiencia de lo real en el propio tejido narrativo.
La autoficción es, pues, un fenómeno de hibridación, de pertenencia genérica ambigua donde el juego entre veracidad y verosimilitud genera narraciones que subrayan las inconsistencias de cualquier relato del yo y serializan algunas estrategias narrativas muy sugerentes.
El discurso autoficcional ha sido ampliamente utilizado por mujeres escritoras como una forma de visibilizar un gran rango de experiencias y subjetividades
Un ejemplo clásico es París no se acaba nunca (2003), donde Enrique Vila-Matas escoge un género tan convencionalizado como las memorias para desafiar el proyecto realista en favor del dispositivo ficcional. En Los hechos (1988), de Philip Roth, la presencia del autor se desdibuja en beneficio de la reflexión metaliteraria. Y en Amo a Dick (1997), Chris Kraus despliega una escritura provisional para reflexionar sobre la creación artística femenina, invocando el potencial político del modo confesional.
En otras ocasiones, el gesto autoficcional viene motivado por cuestiones de investigación y negociación de sentidos históricos. De gran popularidad en las primeras décadas del presente siglo es la práctica autoficcional relacionada con la guerra civil española, la represión y la violencia de estado.
Así, podríamos debatir si incluir en la nómina autoficcional el clásico Soldados de Salamina (2001) de Javier Cercas, donde el autor se hace presente de manera no protagónica (en un gesto similar al practicado por Paul Auster o Michel Houellebecq). En la premiada Bilbao-New York-Bilbao (2008), Kirmen Uribe presenta una memoria intergeneracional de la guerra civil donde la historia se entreteje con elementos mitológicos, testimonios orales o los medios de comunicación. Y, en la más reciente Honrarás a tu padre y a tu madre (2018), Cristina Fallarás persigue su construcción identitaria a través de la elaboración de una genealogía que apela continuamente a silencios y vacíos de memoria.
Espacio para la imaginación política
La expansión de la autoficción ha coincidido con el creciente uso de internet como plataforma para la proliferación de escrituras del yo. Dentro de las cuestionadas literaturas digitales, los blogs personales son uno de los medios más populares a través de los cuales usuarios de todo el mundo publican sus vivencias. En contextos sociales de control estatal y censura se recurre a los blogs como espacio relativamente libre y potencialmente anónimo para la autoexpresión, la contestación política y la experimentación literaria.
Varios de sus usuarios han alcanzado el formato impreso: es el caso del egipcio Ahmed Naji, sentenciado a prisión por atentar contra la moral pública en su novela Istikhdam al-Hayah (2014), concretamente por un capítulo en primera persona con contenido sexual explícito. Significativamente, Naji tuvo que argüir que el texto fue interpretado como un discurso biográfico y no ficcional, de manera que se habían atribuido las acciones ficticias del protagonista a las de su propia vida.
Multitud de autoficciones están motivadas por la convicción del potencial colectivo de las historias individuales. Si bien en Amianto. Una storia operaia (2012) Alberto Prunetti cuenta la historia de su padre, un soldador que fallece a causa de la exposición al amianto, el subtítulo de la novela apela claramente a un sujeto colectivo: la clase obrera.
Muy particularmente, el discurso autoficcional ha sido ampliamente utilizado por mujeres escritoras, como forma capaz de visibilizar un gran rango de experiencias y subjetividades en un sistema político dominado por el patriarcado; muy en sintonía, por tanto, con la consigna de hacer de lo personal materia política. En español, novelas como La lección de anatomía (2008/2014) o Clavícula (2017) de Marta Sanz son ejemplos evidentes, al igual que obras firmadas por Cristina Rivera Garza, Gabriela Wiener o Lina Meruane.
Narcisismo neoliberal, narrativas aconflictivas
Es evidente que la autoficción ha conocido un crecimiento espectacular en los últimos años. Sin embargo, no faltan voces que alertan de la mano del mercado en la proliferación de novelas que, en definitiva, reproducen las lógicas del neoliberalismo y alimentan narrativas narcisistas del sujeto contemporáneo: discursos individualizadores vinculados a una sensibilidad abiertamente neoliberal. En el peor de los casos, el mercado literario explota el nicho de la diferencia, promoviendo la publicación en masa de narrativas de calidad cuestionable, desvirtuando el potencial político del género y, con ello, las luchas que lo acompañan.
Sin duda, además de sus posibilidades en materia de teoría narrativa, la crítica literaria debe entregarse a estudiar este boom y el mercado que lo consagra como síntoma del triunfo del individualismo alienante y la ideología adulterada.
Aina Vidal-Pérez, doctoranda en Humanidades y Comunicación, UOC – Universitat Oberta de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.