Como si de cualquier otro discurso u homilía se tratara, el Papa Francisco ha lanzado un mensaje alto y claro sobre el cambio climático. Con una evidente intención de influir en la diplomacia internacional, el Pontífice reclama en Laudato si, su primera encíclica, que los países desarrollados tomen medidas de forma urgente para frenar las emisiones de dióxido de carbono, la principal causa del calentamiento global.
Se trata de la primera vez en la historia que la mayor institución religiosa del mundo se preocupa en público por la salud del planeta. La enésima muestra del nuevo estilo que está implantando Bergoglio en el Vaticano. Hasta ahora, las encíclicas solían ser cartas para los obispos y declaración de intenciones para todos los miembros de la Iglesia católica. En esta ocasión, y por primera vez, se trata de una llamada de atención a la humanidad para que tome conciencia de la gravedad del cambio climático. El mensaje es nuevo y también lo son las formas empleadas en este documento, presentado oficialmente el pasado 18 de junio. La encíclica evita abiertamente cualquier atisbo de discusión teológica sobre el pecado y está argumentada con la ayuda de teorías que, en ocasiones, no son cristianas. Ni tan siquiera religiosas. Buena parte de sus 190 páginas podría haber salido de una ONG laica y contiene pasajes que llaman a un “cambio de actitud” por parte de los consumidores y de quienes adoptan las decisiones en esta materia.
La inspiración de esta encíclica verde tiene su origen en la extensa experiencia del Papa Francisco en Latinoamérica, tal y como él mismo ha explicado. El continente, además de ser el hogar de más de 425 millones de católicos, es escenario de complejos dilemas medioambientales y ha sufrido los efectos del calentamiento global. “Cuando escuché a los obispos brasileños hablar de la deforestación terminé de comprender que los árboles de la Amazonia son los pulmones del mundo”, dijo el Pontífice durante una conferencia de prensa a principios de este año.
Bergoglio se refería a la conferencia episcopal que en 2007 reunió a los obispos de la región en Aparecida, Brasil. En aquel cónclave surgió por primera vez la reivindicación de defender a los más desfavorecidos del hemisferio sur de una forma global y sin caer en consideraciones marxistas. El entonces cardenal argentino fue una voz clave del encuentro y ahora ha trasladado el espíritu anticolonialista de aquella cita a su histórica encíclica verde.
Problemas terrenales
Sobre el terreno, la realidad de la deforestación y otros desastres ecológicos del continente sudamericano es mucho más compleja de lo que pueda parecer. La capacidad de acción de la Iglesia católica para luchar por cualquier causa colectiva ha estado limitada por el aumento de sectas protestantes que ofrecen un camino atomizado hacia la salvación y la riqueza; ahora algunos católicos latinoamericanos imitan ese estilo. En Brasil, un país donde abundan muchas formas de cristianismo, algunas de las voces políticas más fuertes son miembros de la Iglesia evangélica con lazos con la industria agrícola. Uno de los católicos más fervientes en la esfera pública brasileña es Blairo Maggi, un senador conocido como el rey de la soja. Maggi es manifiestamente escéptico sobre la importancia de la conservación de los árboles.
En las antípodas, sacerdotes como Edilberto Sena. Un católico de izquierdas que, desde la ciudad de Santarém, defiende a los pobres que luchan contra la tala ilegal de un bosque cercano. Además de su activismo, Sena debe competir con predicadores que prometen ayudar a los habitantes de la zona con preocupaciones más espirituales. “El Papa está actuando como un pastor para el mundo entero, no sólo para los católicos”, sostiene. Sin embargo, el sacerdote tiene dudas sobre el éxito de las palabras del Pontífice entre los empresarios que dominan Brasil. El senador católico Valdir Raupp es bastante más optimista y espera que gracias a la encíclica, la educación sustituya a la represión como la mejor manera de preservar los bosques.
En Ecuador, país en el que el Papa inició su gira latinoamericana, Rafael Correa ve la encíclica como un impulso para sus credenciales ecocatólicas. Pero el presidente ecuatoriano tiene que hacer frente en casa a una oleada de protestas sobre su propia regulación ambiental. Buena parte de la sociedad ecuatoriana no olvida que en 2013 rompió la promesa de no perforar el Parque Nacional Yasuní. El gobierno desoyó las voces que reclamaban un referéndum sobre el asunto tras impugnar miles de firmas por defecto de forma. Por si fuera poco, Correa disolvió una ONG, Pachamama, por ser una “amenaza para la seguridad nacional” después de una protesta contra los que licitaban concesiones petroleras en el Amazonas. Su presión para empezar a explotar minas a cielo abierto en pequeños valles boscosos ha provocado un grave conflicto abierto con los líderes indígenas locales. Además, la aprobación de una ley que podría alterar el estatus del Parque Nacional de las Islas Galápagos desató una ola de manifestaciones en varias ciudades del país.
En Argentina también se escuchan atentamente las plegarias medioambientales del Papa. Una de las principales preocupaciones ecológicas en la agenda de la Casa Rosada es una planta papelera de Uruguay que vierte residuos en el Río de la Plata, las aguas que comparten y separan a ambos países. En 2013, Uruguay anunció que aumentaría su producción en esta polémica factoría. Pero el principal motivo de enfado en Argentina no era el impulso capitalista del vecino del norte sino el expresidente uruguayo José Mujica, considerado un héroe izquierdista-liberal.
Pero este complicado puzle ideológico en el continente del primer Papa latinoamericano, no intimidará a un pontífice que no se toma las doctrinas terrenales muy a pecho. En los inicios de su carrera, Bergoglio tuvo que lidiar con la virulencia de la junta militar argentina. El Papa se encuentra en Latinoamérica y tendrá que convencer a sus detractores de que no es un comunista.