Por Andrés Tovar
23/05/2017
Georgina Callander fue una de las 22 personas que murieron este lunes en la noche en el Manchester durante el ataque al concierto de Ariana Grande. De acuerdo con el Evening Standard, murió en el hospital, con su madre a su lado.
Ella tenía 18 años.
En medio de los muchos horrores del último ataque terrorista del Reino Unido, hemos descubierto que el último objetivo de los terroristas es dirigirse a las cosas y a los lugares donde los niños y jóvenes les gusta hacer o estar: conciertos o ferias de navidad -recordemos Berlin– . Y los niños anhelan no sólo mantenerse activos y motivados con lo que les gusta, sino también anhelan la libertad de nosotros, sus padres; los racionales que vivimos diciéndoles que no coman demasiada basura, que no se queden despiertos hasta muy tarde o, si ya están mayorcitos, que ni se les ocurra beber antes de que estén listos para manejar la situación.
Ataques como el de Londres, naturalmente, nos llevan al límite de nuestros lados racionales, posiblemente pensando en cómo controlar a nuestros hijos en aún más. Tal vez vamos a disuadirlos de ir a lugares que podrían ser posibles objetivos terroristas, o hablar sobre salir de viaje a zonas de alto riesgo. Vamos a tratar de mantenerlos cerca, en la teoría de que, de alguna manera, podemos mantenerlos a salvo.
Pero no podemos. La crianza de los hijos tiene como máxima ofrecerles las herramientas para darles la libertad, y el horror del ataque de anoche es otro recordatorio del poco control que tenemos. Debemos castigar a los autores, pero no podemos llevar nuestro terror a los niños.
Seguro recordarán cuando tus hijos eran pequeños; no podían soportar que los dejáramos solos en el colegio; lloraban cuando nos íbamos a trabajar, o nos castigaban con su mal comportamiento cuando nos íbamos. Y luego, de repente, crecen y nos reclaman «su espacio», la oportunidad de explorar el mundo en sus propios términos.
Esto puede ser aterrador. Los cerebros adolescentes se desarrollan de atrás hacia adelante; su apetito por el riesgo y las emociones crecen mucho más rápido que el control de los impulsos. Por lo que conducir demasiado rápido, beber demasiado, tener relaciones sexuales y saltar desde acantilados puede, y resulta, maravilloso (y si no, recuerda cuando tú tenías esa edad). El apetito de riesgo es una parte integral del proceso de crecimiento. Dentro de los límites razonables, no debemos dejar que el terrorismo sea una razón para frenar eso.
Con suerte, tenemos las agallas para hablar con ellos de las cosas que van a necesitar para salir a enfrentar el mundo: el sexo, las drogas, los medios y las redes sociales, la pornografía, e incluso, el terrorismo y la conflictividad social. Probablemente no tendrá que experimentar un ataque terrorista, pero es algo que ellos, en los tiempos que vivimos, deben aprender cómo procesar, ya que es parte del mundo en que vivimos.
Nuestra tarea como padres es tener el valor de ceder ante sus instintos a veces arriesgados, y dejarlos ir al concierto, o viajar.
Mi corazón se rompe por todos los padres que han perdido un hijo en Manchester este lunes por la noche, o los que han perdido a sus hijos en protestas como las de Venezuela, o por aquellos que todavía no han encontrado a sus hijos o seres queridos en el medio de las guerras como las de Siria o África, donde los niños sí que se enfrentan al terror todos los días. Los líderes de todo el mundo deben condenar lo de Londres y todos los actos que en el mundo hacen un uso brutal y sin sentido de la violencia, tan solo pensando qué mundo le estamos dando a conocer a nuestros hijos; uno que hasta ahora obliga a que los niños sean cada vez menos niños y donde el terror gana la partida.