Gorka Landaburu – Director de Cambio16
El gobierno de coalición firmado por el PSOE y Unidas Podemos se ha puesto en marcha tras una investidura turbulenta y bronca que ha dejado un sabor amargo, presagiando una legislatura tormentosa y embarrada por la falta de una mayoría estable. Sin embargo, este acuerdo –imposible hace pocos meses por la desavenencias y discrepancias entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias– se ha hecho realidad tras la segunda convocatoria de las elecciones del 10 de noviembre pasado.
Es cierto que la necesidad se puede convertir en virtud. Tanto el presidente en funciones como el líder de la formación morada percibieron, tras el resultado de las urnas que no había otra alternativa que sellar un pacto de gobierno exprés; más aún tras el descalabro de Ciudadanos y de su líder Albert Rivera, que cerró la puerta a cualquier acuerdo, y el veto del Partido Popular.
El abrazo entre Iglesias y Sánchez no ha sido el abrazo del oso, sino el de la conveniencia y el interés mutuo para lograr un gobierno progresista y sacar a España de la inmovilidad y la parálisis. La apuesta es comprometida y muy arriesgada, porque no hay mayoría suficiente y segura para llevar a buen puerto un gobierno de coalición débil y dependiente de otras fuerzas políticas. Con el fin del bipartidismo y de mayorías estables era de esperar que se produjera una cohabitación, aunque fuera con extraños compañeros de viaje. Cohabitación necesaria para conseguir una mínima estabilidad que permita la gobernanza.
Sánchez se la juega y por ello ha decidido blindar su acuerdo con Iglesias. Ambos líderes, que tienen su parcela de poder, pero en un mismo gobierno, han aparcado sus diferencias y asumen una estrategia común para que el gobierno despegue con iniciativas políticas, como el acuerdo sobre pensiones, subida de sueldo a los funcionarios o el aumento del salario mínimo pactado con sindicatos y patronal.
Existe, por ahora, un especial empeño para evitar cualquier disonancia y reforzar los acuerdos. No obstante, todo pende de un hilo porque no bastan las buenas intenciones.
Hay un tercer factor crucial y determinante: asegurar el apoyo de ERC. Los republicanos e independentistas catalanes, que con su abstención permitieron la investidura, no van a dar fácilmente su brazo a torcer y ya han conseguido que se forme una mesa de diálogo para abordar la crisis catalana. Esta mesa, que debía haberse constituido hace tiempo, intentará desbloquear un asunto escabroso, que es esencialmente político, y cuya salida solo será política, se mire por donde se mire… Esta es la gran apuesta de Sánchez, así como la aprobación de sus primeros presupuestos, que son esenciales, primordiales y su salvavidas para mantenerse en la Moncloa.
Todo este embrollo ha puesto en pie de guerra a la oposición, que se ha echado a la yugular del Ejecutivo para recriminar y criticar por tierra, mar y aire todas las iniciativas del gobierno de coalición, como el inoportuno nombramiento de la nueva fiscal general, Dolores Delgado, exministra de Justicia, o la polémica visita a Madrid del presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó.
Este choque bronco y permanente es el que nos espera durante toda la legislatura. PP y Vox van utilizar todos los mecanismos a su alcance para debilitar y poner contra las cuerdas a un gobierno cuyo primer defecto es su debilidad y dependencia parlamentaria. Sin embargo, la oposición puede cometer un grave error si sobreactúa y sobrepasa su cometido, refugiándose persistentemente en la tensión y la crispación.
Esta primera advertencia la debería tomar en cuenta el dirigente del PP. A Pablo Casado le corresponde liderar sin vacilación una oposición constructiva, desmarcándose del discurso engañoso y peligroso de Vox. Así se lo han pedido ciertos barones de su partido, desde Galicia y Euskadi, pasando por Andalucía: que module su discurso y ocupe el lugar que le corresponde a un partido de centroderecha.
Si aspira a gobernar de nuevo, el PP debe volver a sus señas de identidad. Intentar radicalizar su mensaje solo le puede llevar de nuevo a los malos resultados electorales y que , además, le confundan con la ultraderecha que pretende diluir el papel y el mensaje del PP. Un error táctico del principal partido de la oposición solo conllevará reforzar y asentar a un gobierno de coalición que, por ahora, es consciente de que no hay, a corto y medio plazo, otra alternativa
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