Por Gorka Landaburu
30/03/2017
Sucedió a primeros de mayo de 1997. La Junta de Andalucía acusó a Mario Conde de delito forestal por la tala de 2.000 encinas de más de un siglo de antigüedad para plantar olivos y solicitar las ayudas de la Política Agraria Común (PAC) habilitadas por la Unión Europea.
Juan Manuel Sánchez Gordillo, líder jornalero, diputado autonómico y alcalde de la localidad sevillana de Marinaleda, al frente de una columna del desaparecido Sindicato de Obreros del Campo (SOC), se dispuso a ocupar la finca Los Carrizos, de 2.600 hectáreas. Cuando se agolparon en la puerta, con fuerzas de la Guardia Civil prestas a intervenir, el exbanquero Mario Conde exclamó: “¿Me dejáis probar la tortilla?”. El resto de la ocupación transcurrió en alegre camaradería y un encendido debate sobre el latifundismo andaluz. Genio y figura.
Su lema, “dinero, fama y reconocimiento”. Número uno de su promoción en la Universidad de Deusto, a los 25 años era ya un joven abogado del Estado. Su irrupción en el mundo empresarial y de la banca, dominado tradicionalmente por familias de rancio abolengo, provocó un auténtico terremoto que descolocó a toda una oligarquía que no entendía su agresividad, su mordacidad y prepotencia a la hora de hacerse con los negocios.
Mario Conde se convirtió a finales de los 80 en un hombre de éxito, en el ejemplo a seguir y en un referente para la opinión publica. Sin embargo, debajo de la imagen de triunfador, luciendo el pelo engominado y vistiendo trajes hechos a medida, se escondía un Mario Conde soberbio, altanero y arrogante, dispuesto a todo para conservar su poder y su fama.
La primera portada que le dedicó Cambio16 –Las ultimas horas de Mario Conde– fue publicada en noviembre de 1988, en plena guerra financiera entre Mariano Rubio, el exgobernador del Banco de España que falleció en 1999, los Albertos –los empresarios Alberto Cortina y Alberto Alcocer, condenados a pagar 10,8 millones de euros a quienes fueron sus socios en Urbanor, la mercantil propietaria del suelo sobre el que se levantaron las Torres KIO de Madrid– y el propio Conde.
En enero de 1994, unos días después del desplome de Banesto, titulamos La caída, explicando que el banquero había sido víctima de su propia ambición y que su fulminante cese como presidente de Banesto representaba el fracaso de la cultura del éxito fácil y rápido.
En los siguientes números del mismo mes, Mario Conde continuó acaparando las portadas de Cambio16 con Víctima o ladrón, El Conde Pinocho y Robo bancos, en las que se relató la gestión arbitraria y extraña del aventurero de Banesto, así como las fábulas del banquero.
Unos pocos años antes y en plena cima de su éxito, quiso implicarse en política y en los medios de comunicación. Con la complicidad del periodista Pedro J. Ramírez y el grupo francés Hersan, montaron una OPA hostil contra el Grupo16, dirigido por Juan Tomás de Salas, su fundador, que afortunadamente fracasó en el último momento.
Conde regresó a la cárcel por repatriar el botín que nunca devolvió. El considerado “Dios de las finanzas” probó su propia medicina tras haber afirmado por activa y por pasiva que “la cultura del dinero conduce inexorablemente a la desesperanza” y, de la misma manera, que “el que va a la guerra para engañar, al final pierde”. Y Mario Conde perdió.