Por Rogelio Biazzi
30/5/2017
Profesor de Economía, Univesidad Complutense de Madrid
La lucha de los taxistas contra Uber y Cabify está perdida desde el inicio, por más huelgas que hagan y coches que destrocen. Tienen en su contra un arma muy poderosa, la innovación. No se pueden poner puertas al campo, la innovación disruptiva en la prestación de servicios avanza más rápido que la velocidad de la luz y la tecnología actual permite nuevas formas, más eficientes y eficaces, para desarrollar la actividad económica. No se puede predecir si seguirán existiendo los taxis tradicionales, de un mismo color, con letrero luminoso en el techo y taxímetro. Quizás sobrevivan algunos, como todavía pueden verse algunos videoclubs, tiendas de discos o cabinas de teléfono. Pero lo que es seguro, es que el transporte urbano, como otros servicios, está cambiando de una forma vertiginosa, al igual que está ocurriendo con otros sectores, como el del transporte de larga distancia (Blablacar, Amovens) o el de los alojamientos temporales (Airbnb, Wimdu, HomeAway).
Podríamos preguntarnos si esto es bueno o malo. Hay muchas ventajas en esta “nueva” economía, pero sobre todo hay que mirar el resultado neto en términos de bienestar social. ¿Está mejor o peor la sociedad en su conjunto con estas nuevas formas de conseguir satisfacer necesidades? No hay que echar muchas cuentas para ver que el resultado neto es positivo, porque al final, la competencia tiende a bajar los precios y la mayoría social tendrá más renta disponible, y habrá una oferta más variada que se adapte a las preferencias de cada consumidor. Pero, si volvemos a la pregunta inicial del párrafo, no es que esta nueva forma de proveer ciertos servicios que ha irrumpido gracias a la tecnología y a la innovación empresarial sea buena o mala en sí misma, es que es imparable.
Uber o Cabify son plataformas que conectan conductores con pasajeros dentro de una ciudad, al igual que Blablacar los conecta para viajar entre ciudades, o Airbnb conecta huéspedes con anfitriones. Son los protagonistas más conocidos de esta nueva economía que se centra en la disposición para compartir bienes y servicios e intercambiarlos de una manera más eficiente. Los intercambios se facilitan gracias a que el conocimiento tiene un menor coste y además está disponible para todos gracias a la tecnología disruptiva. La innovación en este tipo de modelos ha dado lugar a la descentralización de los intercambios (el modelo de intercambio entre pares, llamado peer-to-peer), al enfoque en el acceso al uso más que en la propiedad de los recursos (aprovechando el exceso en la capacidad de bienes o recursos susceptibles de ser compartidos, como vehículos, casas, herramientas), a empresas que son intermediarias facilitando los intercambios y no unidades de producción y a mecanismos de autorregulación (por ejemplo evaluaciones del servicio y penalizaciones en caso de denuncia de problemas).
En la mayor parte de las ciudades del mundo existe un servicio de taxis regulado en varios aspectos. Lo más conflictivo es la regulación de licencias y precios, que tuvo su razón de ser debido a los elevados costes de transacción y a la información asimétrica, pero que precisamente por la tecnología disruptiva no se sostiene en la actualidad. El problema fundamental está en la concesión de licencias de actividad con un numerus clausus sin caducidad, lo que ha dado lugar a la existencia de un mercado de compra venta de estas licencias entre particulares, que ha provocado una “burbuja” de precios muy elevados. La regulación contempla otro tipo de licencias, las licencias VTC, para alquiler de vehículos con conductor, y que se ha convertido en la vía de entrada que han encontrado Uber y Cabify para poder dar servicio. Sin embargo, aquí aparece nuevamente el numerus clausus.
El taxi es un sector protegido por barreras de entrada insalvables, que si alguna vez tuvieron justificación, ya no la tienen. Esta regulación, quizás, tuviese sentido en su momento, pero hoy día no. Lo que produce en la actualidad es un detrimento del bienestar social al restringir la competencia (como enseña la teoría económica en condiciones de competencia los precios tienden a disminuir) y a no incentivar la mejora de la calidad del servicio. La experiencia de Uber en España tiene muy poco recorrido por lo que es difícil contar con datos empíricos. Como experiencia personal puedo decir que utilizo Uber para ir al aeropuerto de forma habitual y pago entre 15 y 18 euros por un trayecto que en taxi me cuesta 30. Pero los datos de ciudades donde estas plataformas llevan funcionando bastante tiempo muestran que estos servicios han redundado en beneficios para los consumidores en relación al coste del servicio. En líneas generales, los precios de Uber/Cabify/Lift son más bajos y no puede negarse que ello constituya un aumento del bienestar social en términos de eficiencia potencial. Incluso hay estudios que han demostrado para determinadas ciudades, como por ejemplo Chicago, que la incorporación de Uber al mercado produjo una ampliación del volumen de negocio, y se realizaron más trayectos que antes, lo que implica que se ha conseguido mejorar no sólo la eficiencia potencial sino también la riqueza real a través del incremento de la actividad económica. Por otra parte, hay estudios que señalan que la introducción de competencia en el mercado del transporte urbano ha incentivado una mayor calidad en el servicio: desde que Uber empezó a operar han descendido de manera sustancial las quejas de los usuarios de taxis tradicionales en Nueva York y Chicago. Los datos podrían estar indicando que muchos taxistas ante la presencia de este nuevo reto buscan recuperar a los clientes con buen servicio.
El fenómeno Uber y Cabify ha supuesto una auténtica revolución en el sector del transporte urbano. También lo han hecho otras plataformas como Car2Go, Emov o Ecooltra que están funcionando con bastante éxito, aunque por ahora se salvan de la “guerra” de los taxistas. Pero todo está por llegar, ¿a quién se enfrentarán los taxistas cuando entren en escena los coches sin conductor? Como ocurre con frecuencia, el desarrollo de nuevas actividades ha encontrado la oposición de los oferentes del servicio tradicional. Sería un error considerar que los nuevos modelos pueden funcionar de manera eficiente sin regulación alguna, pero es necesaria una regulación que permita el desarrollo de las nuevas formas de mercado en régimen de competencia abierta y que resuelva los problemas que la información asimétrica y la mayor dificultad de control tributario de la actividad podrían generar.
¿Estamos asistiendo a los últimos estertores de algunas formas de hacer negocio que están por desaparecer? Seguramente no, los taxis seguirán existiendo al menos durante un tiempo, pero sin duda tendrán que cambiar para ello. Tendrán que parecerse cada vez más al “enemigo”.