Francesco Lanza / bonaona@bonaona.org
En nuestros encuentros públicos alertamos de los peligros de las radiaciones –no ionizantes, en general, y de la tecnología 5G, en especial– y algunos participantes creen que no vamos a poder parar el despliegue del 5G y se preguntan el porqué de tanto esfuerzo. La respuesta a esta pregunta implica unas reflexiones sobre los motivos que nos impulsan en lo que hacemos y nuestras expectativas para nuestro futuro y el de nuestros descendientes.
La cuestión no es si se podrá parar el 5G, sino cuándo se hará
Hay varios indicios [1] que nos hacen pensar que la tecnología 5G caerá por los efectos adversos que ella misma provoca. La principal variable en juego es la variable tiempo: ¿cuándo llegará ese momento? Las personas y los colectivos que nos oponemos al 5G creemos que la tecnología tiene que estar al servicio de los seres humanos y no de la industria o, más en general, de la economía.
Exigir que se respete el principio de precaución, que se defiendan los derechos a la salud, a la intimidad y a la inviolabilidad de la privacidad, que se tutele la integridad de los ecosistemas, incluye fomentar un debate que cada día está llegando a más a la ciudadanía. La cuestión no es si se podrá parar el 5G, sino cuándo será.
Si bien uno de los motivos principales que impulsan nuestro activismo es la legítima preocupación por los efectos adversos del 5G, sin lugar a duda no es el único. El despliegue del 5G ha levantado la cortina sobre el tema más amplio: los peligros de las radiaciones no ionizantes en general.
Gracias a la preocupación causada por el 5G, muchas personas son más conscientes de los riesgos asociados a la tecnología inalámbrica en general. Además de la proliferación de antenas repetidoras en el exterior, hay un sinfín de emisores domésticos que saturan de ondas electromagnéticas artificiales el entorno. A los móviles y routers WIFI hay que sumar decenas de aparatos que se apoyan en las radiofrecuencias para comunicarse, como aparatos de TV, ordenadores, impresoras, enchufes, alarmas, hornos, neveras, ratones y teclados, lavadoras, teléfonos inalámbricos, altavoces, cadenas, relojes, sensores corporales, etc. [2]
Un chantaje encubierto
Es obvio que un amplio debate sobre los riesgos y los beneficios de la tecnología inalámbrica implicaría también un análisis sobre el modelo económico que nos ha acompañado hasta hoy, y que probablemente no es el más adaptado para enfrentar los retos que el cambio climático y la crisis ecosistémica que vivimos, nos impone.
Cada día, más gente se convence de que la solución a estos problemas no puede surgir dentro del mismo paradigma económico que los ha impulsado, sino que tiene que venir de un planteamiento totalmente diferente. ¿Serán las recetas del turbocapitalismo y el consumismo las que nos brinden las soluciones a los problemas que enfrentamos?
Por ejemplo, la Comisión Europea ha decidido invertir 9.200 millones de euros en las tecnologías digitales que comprenden superordenadores, inteligencia artificial, etc. y cuyo acceso está supeditado al despliegue completo de la tecnología 5G. Para acceder a estos fondos, las administraciones tienen que facilitar la instalación de redes 5G. De los 72.000 millones de euros que los fondos europeos destinarán de 2021 a 2023 a España, el Gobierno quiere invertir un 33% en proyectos de digitalización [3].
En un momento tan crítico económicamente como el actual, el acceso a estos fondos es crucial para muchas administraciones, tanto locales como nacionales. Se trata, por tanto, de un chantaje encubierto para favorecer los intereses de la industria de las telecomunicaciones a expensas de todos los otros actores sociales (incluidas las mismas administraciones, que se endeudarán para facilitar el despliegue de una tecnología que no es segura).
5G como el tabaco? No, lo pararemos antes
Volviendo a la variable tiempo, nuestro activismo tiene como objetivo difundir los riesgos relacionados con el 5G para que ese momento en el que se replanteará por completo el 5G y la tecnología inalámbrica esté lo más próximo posible, consiguiendo de esta manera que los daños colaterales de la tecnología sean lo más reducidos posibles.
No queremos que se repita la misma historia que con el tabaco. Por decenios la industria tabacalera ha conseguido minimizar, relativizar, ocultar y desacreditar los peligros del consumo del tabaco causando el sufrimiento y la muerte de cientos de miles de personas.
Las dudas de la industria
Si las personas que nos oponemos al despliegue del 5G tenemos claras las razones sanitarias, sociales y medioambientales de su insostenibilidad [1], es interesante ver como algunas voces del propio sector de las telecos empieza a dudar se la sostenibilidad económica de la implementación completa del 5G.
Por ejemplo el actual presidente no ejecutivo de Vodafone España, Antonio Coimbra, en una rueda de prensa del 16 de noviembre pasado [4], apuntaba la necesidad de una inversión mínima en España de 5.000 millones de euros en los próximos años para construir una red 5G similar a la que existe de 4G. De esta cantidad, al menos un 40% (2.000 millones) deberán llegar de los fondos europeos citados arriba, o sea del dinero de los contribuyentes. Otra vez la clásica receta en la que los costes son públicos y los beneficios son privados. Implícitamente, Coimbra afirma que el despliegue del 5G no sería viable sin ayuda pública.
Indicativo del momento de impasse en el despliegue del 5G es la subasta del segundo dividendo que tiene que realizar el Ministerio de Asuntos Económicos para asignar el espectro radioeléctrico de la banda de 700 MHz. La subasta debió haberse celebrado el verano pasado, pero por culpa de la pandemia se ha aplazado.
En las inversiones hay un punto frágil en la tecnología 5G
A falta de una concreción final, se espera que se celebre durante el primer trimestre de este año, pero ni hay todavía ninguna fecha fijada, ni parece haber mucha prisa para fijarla. Dado que esta subasta supondría para el Estado una inyección de liquidez de unos 1.200 millones de euros, es fácil imaginar que las que están presionando para retrasarla son las telecos que no ven claro el retorno de tan cuantiosa inversión.
De hecho, el año pasado la cotización de Telefónica en la Bolsa tocó sus niveles más bajos en 25 años [5]: solo en el primer semestre su valor ha sufrido una contracción del 53,5%. Es evidente que antes de planear más inversiones prefieran asegurarse de que el mercado doméstico e industrial esté preparado para una nueva ola de actualizaciones en los equipos y en la tecnología, en sí bastante dispendiosa.
Por otro lado, el exministro de finanzas de China Lou Jiwei aseveró que la tecnología 5G existente en China (la de Huawei, que se está instalando en la mayoría de los países occidentales) es inmadura y, además, bastante cara [6]. Además, implica un alto consumo de energía eléctrica. Por ejemplo, una estación base 5G gasta tres veces más electricidad que una estación base 4G. Sin los subsidios del gobierno chino, el 5G resultaría un fracaso colosal debido a sus costes operativos extremadamente altos.
En una reunión de la GSMA (Groupe Speciale Mobile Association) que tuvo lugar el Pekín, el vicepresidente ejecutivo de China Mobile hizo hincapié en los costes energéticos prohibitivos del 5G y pidió al gobierno que los subsidie. Algunos expertos achacaron las fuertes caídas en Bolsa en 2020 de las operadoras de telefonía –como hemos visto, Telefónica llegó a mínimos históricos– al escepticismo que existe entre los inversores sobre la utilidad del 5G.
Las sociedades humanas no necesitan el 5G
En un informe del Chinese Academy of Information and Communicatios Technology (CAICT) [7] se reconocen estos límites de la tecnología 5G. El informe concluye que “es difícil para los consumidores ordinarios y para los de la industria ver los beneficios a largo plazo del 5G”. Será por eso que China Unicom, una de las grandes compañías de telecomunicaciones chinas, apaga las antenas 5G por la noche [8].
Otro aspecto que influye negativamente en el coste del 5G es que su tecnología más innovadora se basa en el uso de las ondas milimétricas (a partir de 30 hasta 300 GHz). Estos ofrecen un ancho de banda (velocidad de subida/bajada) hasta 100 veces mayor y un tiempo de latencia 10 veces inferior que el 4G. Apoyarse en frecuencias tan elevadas requiere llenar nuestras calles, plazas y espacios públicos con pequeñas antenas (small cells) que tienen un alcance máximo de 100 metros. Como subraya el mismo informe, para conseguir una cobertura parecida a la actual del 4G, solo en China se necesitará la instalación de 10 millones de estas diminutas antenas [6].
Incluso desde punto de vista estrictamente económico, parece claro que es hora de dejar de apostar por un caballo que no tiene ninguna posibilidad de ganar la carrera y de emplear los fondos europeos para otros fines más sensatos y sostenibles como, por ejemplo, la fibra óptica.
Como apunta la doctora Devra Davis [9], el próximo paquete de estímulo económico debería servir para “producir, distribuir, instalar, mantener y monitorizar el cable de fibra óptica de banda ancha en toda la nación. Dada la innegable importancia del acceso a Internet hoy en día, es crítico proveer de acceso universal a una fiable dorsal de red que acelere universalmente la transmisión de datos sin comprometer la seguridad, la salud pública y el medio ambiente”.
“De hecho, las sociedades humanas no necesitan del 5G”, afirma Ren Zhengfei, CEO y fundador de Huawei [6]. Si las sociedades humanas no necesitan el 5G, ¿qué tipo de sociedad lo necesita?
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