Antonio Ruiz de Elvira Serra, Universidad de Alcalá
Desde la madrugada del día 17 de julio se suceden las noticias de inundaciones tremendas en los afluentes de la margen izquierda del Rin, sobre todo en su cauce medio. Las imágenes son dantescas, con hogares arruinados y vehículos destrozados.
En España estamos acostumbrados a este tipo de imágenes, pero las víctimas mortales no alcanzan, en cada ocasión, el número de las personas muertas o desaparecidas de aquella región. Es una zona esencialmente plana, no son ramblas como las españolas, o las de los cañones de la cuenca del río Colorado. Por eso la tragedia es más inesperada.
La situación del chorro polar los días anteriores muestra un esquema en Ω invertida sobre el Atlántico central, similar, pero inversa a la que produjo la ola de calor extremo en los estados de Oregón y Washington de los Estados Unidos y la Columbia Británica de Canadá.
Estos meandros profundos del chorro polar arrastran con mucha fuerza aire desde regiones lejanas a las zonas de la incidencias meteorológicas. Al ser la situación la de una Ω invertida, el chorro polar arrastró aire cargado de humedad desde el Atlántico central sobre Europa El meandro anterior al de la Omega invertida inyectó ese aire sobre Cantabria, cruzó España, giró sobre Lombardía y empezó a girar en una baja ciclónica sobre la zona del Rin.
Al mismo tiempo el chorro subtropical estaba inyectando aire caliente desde el Sahara sobre Argelia y la Toscana, excitando aún más la baja, el ciclón de Renania.
En un momento, este ciclón (realmente, un minihuracán) empezó a descargar agua sobre los ríos que la llevan al Rin.
Los ríos centroeuropeos no están preparados
Los ríos centroeuropeos no están preparados para las inundaciones. Sus bancos son muy bajos, pues lo normal es que el agua circule siempre de manera suave, sin saltar los márgenes. El ciclón que estoy comentando descargó 150 litros de agua en 12 horas. Las descargas de agua en España descargan más litros en menos tiempo, pero este agua se canaliza en las ramblas y sus efectos son más intensos pero mucho más concentrados.
El problema de las inundaciones es la falta de aceptación de la incertidumbre. Por lo general no se tienen preparados protocolos para estos casos, como tampoco para las olas de calor o los incendios. Se asume que las cosas van a funcionar en el régimen promedio, y no se preparan las alternativas para los casos extremos. Cuando estos ocurren, se pide ayuda al ejército, a los propios ciudadanos que no pueden hacer nada, a unos sistemas evidentemente infradimensionados.
Ocurre en muchos sitios de España ante los incendios forestales. Ocurrió con la helada de enero, ocurrió hace una década con una ola de calor que mató a muchas personas en París, ocurre una y otra vez en países tremendamente desarrollados como EE UU y la UE, y con mucha frecuencia en países como Etiopía y los del golfo de Bengala, sometidos todos los años al monzón índico.
La ausencia de protocolos frente a estas catástrofes
En todo el planeta solo los huracanes tienen protocolos preparados frente a la incertidumbre de sus ocurrencias, trayectorias e intensidades. El resto de los fenómenos atmosféricos u oceánicos extremos parece que resultan siempre sorprendentes. Cuando ocurrió con la gran nevada de enero en España, no había nada preparado para enfrentarse a ella, de forma que los ciudadanos tuvimos que estar mas de una semana aislados en los domicilios. Esta vez, en Alemania, un país muy organizado, no había protocolos para controlar la inundación.
Y sin embargo se sabe perfectamente que estos fenómenos extremos están aumentando su frecuencia e intensidad, como consecuencia del cambio climático. Cambios climáticos ha habido constantemente en la historia de la Tierra. Los más brutales y recientes han sido las glaciaciones, la ultima de las cuales terminó hace unos 8 000 años, con inundaciones, por la fusión de los glaciares, muchísimo más intensas que estas de ahora.
En particular, el deshielo de los Zagros, en las cabeceras del Tigris y el Eúfrates, es casi seguro que produjo la leyenda del “Diluvio Universal” y fue (con las del Indo, Ganges y el río amarillo, el Yangtsé) el cambio hacia la cultura de las ciudades, hacia la “civilización” que nos ha traído hasta aquí. Esos ríos desbordados arrastraban barro, suelo muy fértil, que permitió el desarrollo de la agricultura, la primera revolución energética.
Ha habido otros dos cambios climáticos de ámbito más reducido: El óptimo medieval, que lanzó a los pueblos del norte en expediciones de “vikingos” (aventureros) y la Pequeña edad del Hielo, en el reinado de Luis XIV de Francia, cuando fue imposible cultivar las tierras marginales y se produjeron hambrunas por toda Europa.
Un cambio climático más intenso que los anteriores
Pero el cambio climático que nos interesa y nos preocupa es el actual, que va en dirección contraria a los cambios anteriores y es mucho más intenso que ellos. Las glaciaciones tardaron decenas de miles de años en producirse, y las deglaciaciones, miles de años.
El cambio climático actual tiene una escala de 200 años, y su intensidad va a llegar a ser tres veces las del óptimo medieval y la Pequeña Edad del Hielo. Y además, en una etapa hacia el enfriamiento del planeta. Adicionalmente, esta vez está producido por el ser humano, en su segunda revolución industrial. Y nos está produciendo desastres considerables y gastos inútiles y tremendos.
Podemos frenarlo, y para ello basta con desarrollar la tercera revolución industrial: la energía solar actual, en vez de la energía fósil. Podemos hacerlo, tenemos todas las herramientas, no ya en los laboratorios, sino en las tiendas.
Pero no lo estamos haciendo. ¿Qué queremos?
Antonio Ruiz de Elvira Serra, catedrático de Física Aplicada, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.