Por Javier Molins
31/05/2016
l Premio Nobel de Literatura Octavio Paz decía que “los cuadros de Adami nos intrigan y nos hacen pensar” y es que este artista italiano ha vivido en primera persona los grandes acontecimientos históricos y artísticos de la segunda mitad del siglo XX. Si para Machado la infancia eran recuerdos de un patio de Sevilla, para Valerio Adami (Bolonia, 1935) son de un patio de Milán en el que tuvo que contemplar el fusilamiento sin juicio previo de un fascista a manos de los partisanos italianos. La niñez de Adami estuvo marcada por la II Guerra Mundial, un conflicto que, según este creador, cambió el mundo del arte pues supone toda una “frontera”, una línea que separa a los artistas de antes del con icto y los de después.
Valerio hace estas reflexiones sentado en una de las tumbonas de su casa situada en Meina, a orillas del Lago Maggiore. Es una vivienda de difícil acceso pero goza de privilegiadas vistas sobre este lago que separa Italia de Suiza. Para llegar a la casa desde Milán hay que pasar por Arona, lugar en el que Adami tuvo otra vivienda todavía más grande que llegó a ser investigada por la policía a causa de las reuniones que allí se celebraban en los años 60 con representantes de la revolución cubana.
La casa de Meina ya no es ese punto de encuentro de la intelectualidad de aquellos convulsos años sino más bien el lugar de descanso y creación de Valerio y su esposa Camilla. Cada uno cuenta con un espacio propio en el que poder crear sus obras tras pasar la mayor parte del año en su residencia de París, donde tiene de un amplio estudio enclavado en pleno corazón de Montmartre y con vistas a la iglesia del Sacré-Coeur.
Adami dispone en Meina de un pabellón de invitados por el que han pasado personajes ilustres, como su gran amigo el escritor mexicano Carlos Fuentes, de cuya hija Natasha (quien debía su nombre al personaje Natasha Rostova de Guerra y Paz, de Tolstói) fue padrino Valerio.
El artista se acomoda en la butaca colocada junto a la puerta de ese pabellón de invitados y comenta que son muchos los que han intentado situar su obra dentro del movimiento conocido como pop art. Una clasificación de la que discrepa. Él siempre ha buscado “un lenguaje comprensible popularmente”, pero con elementos distintos a los del pop americano, aunque él mismo reconoce que “cuando surgió este movimiento en los años 60, Estados Unidos tenía una energía de la que Europa carecía”.
La década de los 60 es un periodo clave en la vida y obra de Adami. En 1960, gana el premio Lissone con tan sólo 23 años. En 1962, se casa con Camilla (su pareja que le acompañará durante toda su vida) y expone una serie de pinturas seleccionadas por Roland Penrose (amigo de Picasso y marido de Lee Miller) en el Institute of Contemporary Arts de Londres. Dos años después es invitado a exponer de forma individual su obra en la Documenta III de Kassel. En 1966, inicia su estancia en el mítico Hotel Chelsea, donde los artistas podían residir durante meses a cambio de que donaran una obra al establecimiento. Por éste pasaron creadores como Willem de Kooning, Larry Rivers o Jasper Johns; escritores como Dylan Thomas (quien falleció en este hotel), Arthur C. Clarke (aquí escribió 2001: Una odisea del espacio), Jack Kerouac, Arthur Miller o Gore Vidal; directores de cine como Stanley Kubrick, Milos Forman o Dennis Hopper; y músicos como Keith Richards, Patti Smith, Bob Dylan, Janis Joplin o Leonard Cohen (quien le dedicó la canción Chelsea Hotel). Allí Valerio realizará algunas de sus obras más conocidas de gran formato en las que retrata diversos lugares de Nueva York, que pueden ir desde el Guggenheim hasta los baños de un hotel.
También durante esta década, en 1967, participa como jurado en el Salón de Mayo de La Habana y en la Bienal de Sao Paulo. Un año después presenta sus obras de Nueva York en la Bienal de Venecia acompañadas del texto Líneas para Adami realizado por su amigo Carlos Fuentes. En 1969, el Museo de Bellas Artes de Caracas le dedica una exposición individual y viaja a México, donde inicia su amistad con Octavio Paz y realiza un largo viaje desde el DF hasta Guatemala con Carlos Fuentes.
La entrada en los 70 se produce con una gran retrospectiva comisariada por Pierre Gaudibert en el Museo de Arte Moderno de la Villa de París y con el inicio de su relación de amistad y profesional con Aimé y Marguerite Maeght, quienes se convertirán en mucho más que sus galeristas. Valerio tiene sólo 33 años pero su carrera ya es imparable. A partir de ahí, su obra se expondrá por todo el mundo llegando a realizar grandes pinturas murales para espacios emblemáticos como el Hotel Park Hyatt de Tokio, donde se rodó la película Lost in Translation, o la estación de Austerlitz y el Teatro de Châtelet en París.
Adami sigue en su sillón del Lago Maggiore y le quita importancia a todo este deslumbrante recorrido cuyo capítulo más reciente ha sido la celebración de su 80 aniversario con una gran retrospectiva que se ha inaugurado en Turín y que viajará a otras ciudades italianas. Y es que pocos artistas pueden presumir que sobre su obra hayan escrito autores tan prestigiosos como Italo Calvino, Jacques Derrida, Dore Ashton, Antonio Tabuchi o Jorge Semprún. Sin embargo, cuando el italiano echa la vista atrás, más que con las exposiciones y los reconocimientos, se queda con las personas, con el privilegio de haber podido conocer a algunos de los grandes nombres de la cultura del siglo XX.
La lista es interminable pero empieza por el nombre del artista que le causó una más honda huella desde el momento en que lo conoció: Oscar Kokoschka, con quien alcanzó la idea de que la pintura podía expresar lo infinito. “Kokoschka era una fuerza de la naturaleza. Una persona extremadamente culta”, señala mientras recuerda cómo le ayudaba en su taller de Venecia. “La personalidad más grande que he conocido”.
Otro personaje que le marcó en su adolescencia fue el poeta Ezra Pound. Adami señala que la mujer de Pound, Olga, “me había casi adoptado, por lo que me dejaba que le acompañara cada mañana a pasear por Venecia. Él era muy silencioso pues, por aquel entonces, estaba pasando una crisis profunda en su vida. No dejaba de ser curioso que el hombre de la palabra, casi no hablara”, comenta con una sonrisa.
EL PESO DE BACON
El artista Francis Bacon también fue un gran amigo de Adami, quien siempre lo consideró “una persona culta y muy elegante. Cuando Bacon visitaba París, quedábamos para ir a comer a un restaurante situado en la primera planta de la estación Gare de Lyon. Yo le presenté a Jacques Dupin e inmediatamente le hicieron un contrato para trabajar con la Galería Maeght”. En palabras de Valerio, “Bacon, quien era un gran lector, podía ser un aristócrata o un hombre de los bajos fondos, pero siempre un gran intelectual aparte de un artista salvaje, un artista de la vida trágica”.
Nada hacía presagiar por aquel entonces la alta cotización que alcanzarían las obras de Bacon. En 2013, un tríptico realizado en 1969 y dedicado a su amigo Lucian Freud llegó a venderse por 142,2 millones de dólares. En esa misma noche, en la casa de subastas de Christie’s en Nueva York, la obra de otros artistas contemporáneos a Adami y a los que conoció alcanzaban cifras estratosféricas: una pintura con diversas botellas de Coca-Cola de Warhol se vendía por 51 millones de dólares, un retrato de mujer de Roy Lichtenstein llegaba a los 28 millones, un Rothko alcanzaba los 41 millones y un Jean-Michel Basquiat se remataba por 26 millones. En una sola noche, Christie’s vendió obras de arte contemporáneo por más de 600 millones dólares.
La cotización de Adami alcanza precios superiores a 100.000 euros, aunque lejos de esas cifras desorbitadas de las subastas. A Valerio ya nada de esto le sorprende y afirma que “el mercado lo ha cambiado todo. El arte se ha convertido en la mejor inversión posible y ha sustituido al oro como valor económico de referencia”.
Valerio ha abandonado la comodidad de la butaca del porche del pabellón de invitados y la conversación continúa en su estudio situado en el piso superior de la villa del Lago Maggiore. Allí tiene su cuaderno de dibujos que le acompaña a todos los lugares. Un cuaderno plagado de infinidad de líneas –no en vano el lema con el que encabeza sus cartas es la famosa frase de Plinio el Viejo: Nulla dies sine linea (ningún día sin una línea)– en las que se pueden apreciar los arrepentimientos del autor que se perciben en esos borrones que acompañan algunas de estas obras. El dibujo es para Valerio su primer pensamiento visual. Allí plasma todas esas ideas que rondan por su cabeza, el resultado de sus vivencias, de sus lecturas, de sus múltiples viajes, de todas sus influencias. Tal y como afirma: “El pensamiento y el dibujo son hermanos gemelos”. Es el punto de partida para llegar a la pintura. Hay que decir que todas las pinturas de Adami provienen de un dibujo previo pero no todos los dibujos llegan a convertirse en pinturas.
Repasamos algunos de esos dibujos que surgen de su mente. Para Valerio, dibujar es como una terapia que le ayuda a mantener el equilibrio. Su cuaderno está repleto de trabajos que nunca llegarán a transformarse en lienzos. Dibujo, pintura son términos muy alejados del arte conceptual que surgió en los años 60 y en el que la idea es más importante que el objeto o su representación. Un arte que ha pasado a convertirse en académico, pues es el que copa las exposiciones temporales de la mayoría de museos e instituciones del mundo. Valerio reconoce que “el arte se hace con el alma y no con los brazos y las manos, pero siempre hay un trabajo artesano y un estilo. Este último siempre está ahí aunque se quiera negar. La obra de un artista es el producto de una vida”.