Los investigadores Mo Jones-Jang y Chris Noland, en su estudio The Politicization of Health and Science: Role of Political Cues in Shaping the Beliefs of the Vaccine-Autism Link (Politización de la Salud y la Ciencia: El Rol de las Señales Políticas en la Formación de las Creencias sobre el Autismo y las Vacunas), advierten sobre una amenaza creciente: La politización de la salud y la ciencia.
“Las señales políticas tienen efectos trascendentes en cuestiones científicas no partidistas, como el debate sobre el autismo y las vacunas. Y los resultados de este estudio demuestran que la mera exposición a señales políticas puede desencadenar la politización de la ciencia y la salud pública entre los partidarios”, indica el documento.
Además, esas señales y discursos políticos que definen matrices de opinión pública resultan amplificados por los medios partidistas y las redes sociales y esto complica aún más la labor de la comunidad científica a la hora de corregir mitos, percepciones erróneas o noticias falsas una vez que se hacen virales en el espacio público.
Hemos visto ejemplos de esto muchas veces en las últimas décadas y no solo con relación a las vacunas y el autismo, sino también con el cambio climático, el fracking, el tabaquismo o la pandemia del coronavirus.
Los perjuicios están pesando más que los hechos científicos
Los sesgos políticos y partidistas, así como las creencias, los prejuicios y las cosmovisiones personales del mundo, por lo visto, están pesando hoy más que los hechos científicos. Es el mundo de la posverdad esto constituye un desafío gigantesco.
“Si los líderes políticos rechazan públicamente una determinada realidad científica, los seguidores políticos o partidarios pueden adoptar ciegamente la opinión de sus líderes políticos”, destacan Jones-Jang y Noland.
Aunque las comunidades científicas y de salud pública niegan rotundamente el vínculo entre las vacunas y el autismo, los líderes políticos pueden amplificar la confusión pública al difundir información no verificada sobre el tema.
“Los antivacunas ya han amenazado al sistema de salud pública dado que las tasas de vacunación disminuyeron y los casos de sarampión, por ejemplo, se dispararon durante las últimas décadas en los Estados Unidos, de acuerdo con el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades”, precisaron los investigadores.
«Mentiras científicas» vs «realidades falsas»
Se pidió a los 648 participantes del estudio que leyeran detenidamente un artículo sobre la controversia entre las vacunas y el autismo. El sesgo político de todas esas personas fue identificado y los investigadores cruzaron esos datos.
El estudio reveló que, cuando se trataba de la falsa afirmación de que las vacunas causan autismo, los republicanos tendían a dejarse influir más por el presidente Donald Trump que por los científicos. Y los demócratas e independientes, en cambio, tendían a alinear sus creencias sobre las vacunas con la opinión del científico, independientemente de si el científico estaba a favor o en contra de las vacunas, pero no estaban influenciados por la opinión de Trump.
El hallazgo clave del ejercicio fue que los líderes políticos influyen fácilmente en los partidarios sobre cualquier tema, incluidas las creencias sobre las vacunas, aunque las opiniones de los líderes políticos que usan para orientarse no sean necesariamente precisas, científicas ni correctas.
Y cuando las mentiras científicas son afianzadas en la opinión por líderes políticos, cuesta mucho remendar esos entuertos. El auge del movimiento antivacunas que ha ganado tanto terreno en las últimas décadas, es un claro ejemplo de esta realidad.
Sin inmunidad de rebaño por no haberse vacunado
Enfermedades que estaban erradicadas gracias a las vacunas, ahora han vuelto a resurgir. Y una de las causas principales de este aumento no es que no haya suficiente inmunización para todos, sino la creencia de algunos pocos, conocidos como movimiento antivacunas, que señalan a estas como causantes de enfermedades y trastornos, como el autismo. Esta creencia es falsa, tal como lo demostró un estudio realizado en Dinamarca a 657.461 niños y publicado por la revista Annals of Internal Medicine.
La tesis de que la vacuna conjunta de la rubéola, varicela y sarampión provocaba autismo, comenzó hace más de dos décadas tras la publicación de un artículo de Andrew Wakefield en 1998 en The Lancet, en el que sustentaba el hipotético vínculo entre la vacuna triple viral y la condición autista.
Bulos que persisten
Este estudio, que causó el pánico entonces y afectó las tasas de vacunación en toda Europa, fue refutado en muchas ocasiones y el propio investigador se retractó públicamente en la misma revista por errores metodológicos cometidos y perdió su licencia de trabajo. Sin embargo, esa noticia falsa se mantiene desde entonces a nivel mundial, sobre todo a través de las redes sociales.
El problema de estas falsas creencias -amplificadas por líderes políticos, fanáticos religiosos, influencers, medios partidistas o individuos en redes sociales que difunden mensajes sin la aplicación de los debidos filtros profesionales- es que pueden tener un impacto importante en materia de salud pública.
Todos los niños que no se vacunaron y hoy sufren enfermedades que eran perfectamente evitables, porque sus padres se hicieron eco de los mensajes difundidos por ese movimiento antivacunas, son un testimonio de ello.
Al igual que las personas que han decidido no vacunarse contra el COVID-19, por los bulos que circulan en el ciberespacio contra algunas de las vacunas disponibles. O las personas que resultaron contagiadas por no tomar las medidas de bioseguridad correspondientes, cuando algunos líderes políticos pusieron en duda muchos de las alertas dadas por la comunidad científica en su momento.
El peligro de politizar la ciencia y la salud
“En alguna red social leí ‘cada película del fin del mundo, comienza con un líder político ignorando a un científico’. Y aunque estas películas generalmente tienen graves errores y algunos de sus argumentos son científicamente imposibles, me pareció una buena analogía para ejemplificar los desastres que se producen cuando la evidencia científica es ignorada por quienes toman decisiones o, peor aún, cuando es utilizada maliciosamente para influir en el discurso político. En este momento, estamos viendo las consecuencias, en todo el mundo, de ignorar la ciencia de la epidemiología, la virología, la ecología de las enfermedades y la salud pública”, resalta la doctora Vania Figueroa, coordinadora de Vinculación de Ciencias Aplicadas del Centro de Comunicación de las Ciencias de la Universidad Autónoma de Chile.
Figueroa citó también el testimonio del primer ministro británico Boris Johnson como otro caso emblemático de este particular:
“En plena pandemia de Covid19, mientras la Organización Mundial de la Salud llamaba a los países a implementar pruebas masivas para detectar el contagio del nuevo virus, el gobierno de Johnson en Inglaterra desestimó imponer pruebas masivas de coronavirus, argumentando que sus asesores científicos habían llegado al consenso de que el Covid19 era solo un riesgo ‘moderado’ para el Reino Unido. Como resultado de su estrategia inicial, el país comenzó a aumentar las pruebas para el nuevo coronavirus cuando era demasiado tarde para asegurar los suministros que necesitaba. Y como una ironía del destino, luego el primer ministro confirmó a través de su cuenta de twitter que había dado positivo en una prueba de coronavirus y debía realizar cuarentena”.
La ciencia no es apolítica ni aséptica
Figueroa explica también que no han sido pocas las personas de ciencias que a lo largo de la historia abrazaron el “negacionismo científico” como tesis de vida, respecto a la relación del consumo de azúcar con las caries dentales o la obesidad, la relación entre el consumo de tabaco y ciertos tipos de cáncer o el efecto negativo del consumo del alcohol en la salud de las personas.
A juicio de la doctora, este ‘negacionismo’ tiene su origen siempre en dos factores inseparables: dinero y política.
“Es tentador creer que la ciencia es apolítica, aséptica y prístina, pero la ciencia y la política están estrechamente relacionadas: la ciencia es la búsqueda de conocimiento, el conocimiento es poder y el poder es político”, concluye Figueroa.
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