Después de orientar varias misiones espaciales para indagar más sobre Marte, las agencias espaciales están reanudando su interés por nuestro satélite natural. Ante esta renovada atención por la Luna, que ocurre décadas después de pausarla, el filósofo británico Anthony Clifford Grayling se pregunta qué hay detrás de este acercamiento: ¿minerales estratégicos y nuevos motivos de conflictos en la Tierra?
“¿Quién es el dueño de la Luna?” (Oneworld, 2024) es el último libro del profesor de filosofía en Birkbeck College, Universidad de Londres. Y es una mirada informativa y seria a las implicaciones legales, éticas y prácticas de entender la Luna como “un dominio de recursos” para la humanidad.
En esta entrega, AC Grayling pregunta qué derechos de propiedad tenemos sobre el universo. A medida que las superpotencias y las grandes corporaciones comienzan a considerar la riqueza de recursos naturales en la Luna. Y cómo evitamos la competencia en el espacio.
¿Nos da la historia confianza en que la rápida explotación comercial por parte de la humanidad y, tal vez la colonización de la Luna y Marte, será pacífica y constructiva?. Si nos fijamos en los precedentes, en la «herencia común» de la humanidad de lugares como la Antártida y los océanos del mundo, se pregunta Grayling, ¿hasta qué punto hemos conseguido evitar la competencia y los conflictos internacionales por ellos?
Según el filósofo y colaborador de The Guardian, Literary Review, Financial Times, The Economist, y The Independent la historia de la «fiebre del oro» y la tristemente célebre «Lucha por África» del siglo XIX son ejemplos preocupantes de lo que podría salir mal en el espacio.
En la búsqueda de minerales en la Luna
La Luna esta nuevamente en el foco por indagar en la existencia de vida y sus recursos minerales Se espera que la misión Artemis de la NASA lleve a los humanos de regreso a la superficie lunar antes de finales de esta década. El año pasado, Japón y la India lograron aterrizar allí vehículos exploradores. Y Luna 25, un esfuerzo ruso casi medio siglo después del último del país, casi lo logró, pero se estrelló.
Varios actores no estatales también están entrando en escena. Y la empresa de exploración espacial Intuitive Machines, se convirtió el mes pasado en la primera compañía privada en completar un alunizaje. Una hazaña que disparó el precio de las acciones de la empresa.
La misión de la India, por ejemplo, estaba dirigida a explorar el polo sur de la Luna. Un probable depósito de agua congelada, que podría convertirse en oxígeno y combustible para cohetes. Grayling advierte que la codicia humana y las rivalidades nacionales podrían desencadenar una “fiebre del oro” lunar. Una vez que se superen las barreras de inversión e ingeniería para la extracción de materiales extraterrestres. Pide un reexamen urgente de las leyes que rigen la exploración espacial, reseña Nature.
Quién es el dueño de la Luna –y quizás más ampliamente, quién es el dueño del espacio exterior– es una pregunta compleja. Y cargada de leyes que se ha planteado desde que comenzó la era espacial. Aunque podría suponerse que no existen leyes que regulen la exploración del cosmos, sí existen acuerdos. Es el caso del Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre de 1967.
El argumento de Grayling es que tales acuerdos, negociados bajo los auspicios de la ONU, son esencialmente pactos de control de armas de la era de la guerra fría. Centrados en prohibir las armas nucleares en el espacio ultraterrestre. E impedir que un solo país reclame soberanía sobre los cuerpos celestes.
Controlando los nuevos bienes comunes del espacio
La Luna tiene muchos minerales y metales valiosos. Incluidos armalcolita (nombrado así por los nombres de los astronautas del Apollo 11, Armstrong, Aldrin y Collins), piroxferroita y tranquillityita. Y recientemente la Changesita, que se ha convertido en el primer mineral lunar descubierto e identificado por científicos chinos. También hay cobalto y níquel.
Y como señala Grayling, ya se están llevando a cabo misiones lunares comerciales. El espacio cercano a la Tierra está abarrotado de satélites y basura, y la gente lleva décadas fantaseando con la “guerra de las galaxias” (no sólo en el cine y las novelas).
En 2000, el grupo de expertos neoconservador Proyecto para el Nuevo Siglo Americano publicó un informe que describía la necesidad de que EE UU «controlara los nuevos bienes comunes internacionales del espacio y el ciberespacio». Y calificaba al espacio como «un teatro clave de guerra». En 2019, China fue el primer país en enviar un rover al lado oscuro de la Luna, Pekín planea una misión tripulada para 2030.
Para subrayar la necesidad de una discusión colectiva sobre la Luna, Grayling despliega una serie de analogías históricas para comprender cómo podríamos evitar una “tragedia de los bienes comunes” lunar. El daño a un recurso supuestamente compartido por acciones asimétricas e injustas y garantizar que se proteja el “interés común” de la humanidad.
Entonces el filósofo apela a diversos acuerdos y al Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre. Aunque este convenio ha evitado grandes conflictos en el espacio en casi 60 años, la naturaleza de la exploración espacial ha cambiado notablemente.
Ahora las empresas privadas pueden ejercer una influencia sustancial en los programas espaciales administrados por los gobiernos. Actores privados como el fabricante estadounidense de naves espaciales SpaceX, ya poseen la mayoría de los satélites en órbita terrestre baja.
Leyes sobre exploración espacial
Afirma el autor que la industria espacial tendrá un valor de 350 mil millones de dólares y se prevé que crezca a más de un billón de dólares en las próximas dos décadas. En estas circunstancias, la presencia de terminología intencionalmente vaga y ambigua en los acuerdos internacionales existentes deja lugar a interpretaciones erróneas. Como que el espacio ultraterrestre es una “provincia de toda la humanidad” destinada al “interés común”. En momentos en que la Luna está resultando nuevamente de interés por sus minerales y recursos.
Si las bases lunares acaban convirtiéndose en una realidad, será necesario actualizar el marco legal existente. Sin un nuevo consenso global audaz, predice Grayling, surgirá un “salvaje oeste” espacial.
En ausencia de un diálogo global concertado, los países individuales están impulsando sus propias leyes, como la Ley de Competitividad de Lanzamientos Espaciales Comerciales de EE UU de 2015. Se están redactando leyes similares en la India, Japón, China y Rusia.
Basándose en las observaciones realizadas por el Comité sobre los Usos Pacíficos del Espacio Ultraterrestre de Naciones Unidas, Grayling escribe que el derecho espacial se está fragmentando cada vez más. Aumentando así el potencial de conflicto. Y dice que es imperativo un régimen internacional que brinde orientación sobre la mayoría de los asuntos relacionados con el espacio.
Los estados individuales pueden entonces centrarse en regímenes de licencias nacionales para actividades acordadas globalmente. Aún es una cuestión abierta si uno llegará antes que el otro. Pero las señales apuntan a que los regímenes internos se están moviendo más rápido que la gobernanza global.
La principal contribución del libro son quizás sus capítulos que documentan precedentes históricos y ofrecen lecciones sobre cómo establecer mecanismos para facilitar la cooperación del mundo en materia espacial.