Tan feroces y astutos como los pintan, los lobos se fueron extinguiendo durante años, por la acción del hombre: caza indiscriminada, ausencia de presas para alimentarse y, el uso de la tierra que esta especie habitaba en España. Poco a poco y por distintas actuaciones, esta especie se ha repoblado y ahora se les ve, en manadas y aullando, correteando en los predios de Zamora, en las montañas norteñas del país.
Los lobos están regresando gradualmente a sus antiguos territorios. E incluso, sus poblaciones han empezado a crecer y a colonizar nuevos espacios. Luego de la decisión del gobierno, en 2021, de incluirlos en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial. Este temido pero útil animal ha dejado de ser considerado una especie cinegética y por tanto, está prohibida su caza.
España exhibe ahora la mayor concentración de lobos de Europa. Según la Fundación Artemisan, se puede hablar de unas 400 manadas de lobos compartidas entre las comunidades autónomas y unas 380 exclusivas. Esto equivale a una población estimada de unos 2.800 ejemplares.
Su presencia se está consolidaron en Madrid, La Rioja, Castilla-La Mancha y ya se detecta con frecuencia en otras regiones y comunidades como Aragón, Extremadura y Cataluña. Sin embargo, a medida que los animales regresan, el antiguo conflicto entre pastores y lobos se ha intensificado.
Para las comunidades que viven y cuidan animales cerca de los lobos, su regreso provoca una variedad de emociones, desde miedo hasta euforia, recoge The Guadian. En los asentamientos de pastores de las colinas del norte de España, estos guías o mayorales están probando nuevas estrategias en un esfuerzo por coexistir con estos grandes carnívoros.
Aumenta la población de lobos en España
Fernando Rodríguez Tábara llega a caballo y con sombrero de ala ancha, a su casa de Cerdillo, un pueblo de apenas cuatro habitantes censados. A sus 22 años gestiona una finca heredada de sus padres con más de 100 vacas en uno de los lugares más poblados de lobos de Europa, la zona de Sanabria en Zamora, España. En sus agitadas labores ha aprendido mucho sobre la lucha por la convivencia con los lobos.
Esta noche, cuenta, dejará dormir a su preciado ganado sin miedo a los lobos. ¿Su secreto? Su “ejército” de perros, como él los llama: 13 mastines que cuidan el ganado. “Ahora duermo profundamente”, dice sonriendo.
Artemisan estima en más de 8.000 los ataques al ganado extensivo, es decir unos 25 ataques diarios, con 10.000 cabezas predadas, 27 al día. Esto se traduce en un “gasto” de 3,5 millones de euros en compensación de daños y más de 4 millones de euros en medidas preventivas.
Su madre, Luisa Tábara, recuerda que “en 2012 los lobos mataron a 12 crías, fue una tragedia. Para mí, mis vacas son parte de mi familia”, señala. Fue en ese momento, añade Fernando, que unos vecinos les regalaron cachorros de mastín para que los criaran junto a las vacas y las defendieran de los lobos. “Mi padre me dijo que era imposible”, dice.
Hoy, Rodríguez Tábara regresa a la montaña montado en su yegua Canela. Las crías han comenzado a nacer y los mastines nunca se separan de su lado. “Los ponemos en el establo con los terneros desde pequeños y al final se sienten parte de la manada”, dice. “Nos dimos cuenta de que con los mastines el problema está erradicado”.
La puerta está abierta
La temperatura desciende al caer la tarde cerca del parque nacional de Picos de Europa. La silueta rocosa del pico Espigüete se recorta sobre un cielo estrellado, mientras miles de ovejas se dirigen al corral que acaba de montar Juan Díez. Pastor trashumante, Díez comenzó desde muy joven a trabajar con la ganadería, siguiendo a su abuelo en Extremadura. A los 17 años tuvo su propio rebaño y se trasladó a Asturias. «Ahí fue donde realmente conocí al lobo, porque ese verano mató a 121 de mis animales», dice. «Por supuesto, yo era un niño sin experiencia».
Díez procedía de una zona donde el lobo había desaparecido mucho tiempo antes, en esas tierras de España, junto con prácticas tradicionales para evitar sus daños. Posteriormente regresó a León, cerca de la región donde había perdido sus animales, caminando desde Extremadura con más de 500 cabras. Pero esta vez estaba preparado: los perros que trajo consigo eran mastines.“Ese año no tocaron ni una sola”, afirma Díez.
Cuando el ganado está cercado eléctricamente o reunido con los perros, “el lobo no los alcanzará”, asegura. Cuando se le pregunta sobre el conflicto entre pastores y lobos, dice: “¿Por qué entró el perro en la iglesia? Porque la puerta estaba abierta”.
La recuperación de la población de lobo en España ha tardado décadas. En los años setenta, con el lobo al borde de la extinción, el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente comenzó una campaña para salvarlo.
Su trabajo, junto con el de otras organizaciones, contribuyó a un cambio de mentalidad significativo. El lobo ibérico pasó de ser legal para cazar en cualquier momento a tener regulado el momento y método de caza. En la década de los años noventa, el lobo reaparece tímidamente en lugares donde había desaparecido hacía mucho tiempo.
Encarando el miedo
Los métodos de control de los lobos centrados en la prevención pueden dar lugar a una reducción significativa del número de animales muertos o heridos: hasta un 61% en el caso de los mastines, un 99,9% con vallas eléctricas y un 100% en los recintos fijos, según WWF citando investigación del proyecto europeo Coex.
Sofía González Berdasco creció como pastora trashumante en el norte de España. Entre las montañas del parque natural de Somiedo en Asturias y los pastos de Santa Marina en la costa.
Cuando era niña, todas las noches se iba a dormir escuchando cuentos como los de Caperucita Roja, pero “no eran cuentos, eran experiencias de la vida real”, afirma. La madre de González Berdasco mandaba a sus hijas pequeñas a cuidar las cabras en la montaña porque había lobos.
Un día de verano, mientras Sofía cuidaba el ganado, se acercó un lobo. Tenía cinco años y era la primera vez que veía uno cara a cara. Vio cómo se llevaba a uno de los niños y desaparecía. “Para nosotros, nuestros animales son como nuestra familia, y cuando viene un lobo y mata a uno de ellos, duele”, lamenta. “Aún no tienes la idea de que, bueno, los lobos mataron a un ternero porque tenían que alimentar a sus cachorros, tal como yo amo a mis hijos”.
Con el tiempo, González Berdasco descubrió la importancia del papel de los grandes carnívoros en el ecosistema y decidió que tenía que romper la barrera mental: su miedo a los lobos. Se aventuró sola a las colinas para pasar la noche en su saco de dormir en una zona donde sabía que estaban los lobos. “Regresé transformada”, dice. “Conquisté el último paso, el más complicado, el de mi alma”.