Los ricos discriminan a los pobres por el hecho de ser pobres. Es una afirmación con la que muchas personas estarían de acuerdo. Decir que muchas veces sucede lo contrario -que los «más favorecidos» son víctimas de segregación- podría ser considerado absurdo, o hasta un chiste de mal gusto. Pero en realidad sucede, y mucho. En estos casos, como en la vida en general, las cosas no son solo blanco y negro. Plutofobia podría llamarse esta aversión irracional hacia la riqueza.
Lo cierto es que vivimos una época en la cual las sensibilidades y los prejuicios son noticia de primera plana. Pero, aún así, la lucha contra la discriminación de las minorías y el establecimiento de la igualdad no son muy precisos. De hecho, discriminar a algunas minorías o establecer ciertas desigualdades puede ser «socialmente aceptado».
Un buen ejemplo son las opiniones injustas sobre los «ricos» y el tema más amplio del «clasismo». En estos casos, se impone la igualdad, siempre y cuando «unos seamos más iguales que otros».
No obstante, y como suele ocurrir, algunos se han dado cuenta de esta «discriminación buena» o de estas «desigualdades justificadas». Estudios recientes muestran cómo se ve a las personas ricas o, en general, a las minorías consideradas «privilegiadas».
Los ricos también lloran
La literatura, la música, las artes y la cultura popular están llenos de ejemplos de la «malignidad» de los más ricos. Desde Robin Hood, quien robaba a los ricos para repartir el botín entre los pobres, hasta las telenovelas latinoamericanas (algunas de las cuales tuvieron notable éxito en España), la lucha del bien contra el mal podría llamarse de pobres contra ricos.
Hasta quienes escaparon de las clases de catecismo (incluso muchos ateos) conocen bastante bien la parábola del camello tratando de pasar por el ojo de una aguja. O la sección del sermón de la montaña que lanza bienaventuranzas a los pobres y severas advertencias a los ricos. Las secciones del Evangelio donde se habla de no robar, de no codiciar bienes ajenos, de la importancia del trabajo, no son tan «populares».
Llegó la plutofobia
Hace unos 30 años, la reconocida catedrática de ética Adela Cortina acuñó el término “aporofobia” para describir el miedo y rechazo a la gente pobre. Combatir esta forma de discriminación puede brindar réditos políticos a quienes, desde los gobiernos y los parlamentos se sumen a la idea.
Sin embargo, pocos hablan del otro extremo, la «plutofobia» que sería quizás término adecuado para definir el rechazo irracional a la riqueza y quienes la poseen. El fenómeno se ha extendido, sobre todo, en sociedades, paradójicamente, ricas.
Todos los males parecen venir de los que más tienen y cuando se menciona la riqueza se hace con una mezcla de envidia y voluntad de erradicación. Lo cierto es que en la época actual hay más ricos que nunca antes en la historia de la humanidad. Y hay menos pobreza en nuestros días que en cualquier período previo de la historia. Pero aún así, el discurso de que la pobreza es «culpa de los ricos» sigue siendo tan atrayente como lo era en el pasado, o incluso más. La plutofobia parece ser parte de la cultura general.
Las causas de este rechazo
El Dr. Rainer Zitelmann, un académico y empresario con sede en Alemania, muestras algunos datos interesante en su libro The Rich In Public Opinion, publicado por el Instituto CATO.
En este texto, Zitelmann deja de lado la retórica para analizar, con considerable detalle, cómo la gente ve a los que considera «ricos». Analiza a Alemania, Estados Unidos, Reino Unido y Francia en particular, y analiza las actitudes hacia la riqueza de los principales medios de comunicación, las redes sociales y el cine y la televisión.
Hombre rico, hombre pobre
También hay un análisis particularmente detallado de la cobertura de los “Papeles de Panamá” y los “Papeles del paraíso” hace unos años, que revela cómo los periodistas a menudo ignoraban el hecho de que los datos “filtrados” de varios bufetes de abogados en el extranjero de hecho habían sido robados.
El autor busca explicar por qué las personas que envidian a los ricos, por ejemplo, asumen que este último grupo es frío, mezquino, agresivo y falta de empatía.
Un factor, que podría aclarar esta tendencia, es que al disminuir la estatura moral de una persona rica, el envidioso puede sentirse mejor consigo mismo, en lugar de plantearse la difícil pregunta de por qué no tienen tanto éxito en la vida. La plutofobia, en la formulación del Dr. Zitelmann, es una estrategia de compensación.
La culpa es de los ricos
Un aspecto revelador es que el sesgo «antirricos» está muy relacionado con la mala economía. La parte empírica del libro se basa en una extensa encuesta, en la que una pregunta se destaca como prueba de fuego. Es la cuestión de si alguien está de acuerdo con la afirmación “Cuanto más tienen los ricos, menos hay para los pobres”.
En realidad, la respuesta lógica es «no». Después de todo, si Sean Connery nunca hubiera personificado a James Bond, probablemente no sería rico hoy. Y, sin embargo, sería absurdo afirmar que de alguna manera haya ganado su riqueza a expensas empobrecer a otros. Tampoco es cierto al hablar de la sociedad en su conjunto. En Corea del Sur hay más ricos que hace medio siglo. Y la pobreza se ha reducido en estos 50 años. Si la riqueza de unos causara la pobreza de otros, debería haber más pobreza, ¿Entonces? Es la teoría del «cero suma cero».
Pero por ilógica que sea, la mentalidad de suma cero sigue estando muy extendida. Zitelmann muestra que los que piensan de esta manera son más propensos a albergar sentimientos de plutofobia. Son más dados a atribuir rasgos negativos de personalidad a las personas ricas y más reacios a vincular la riqueza con el esfuerzo o el logro individual. También es menos probable que acepten que las actividades que enriquecen a algunas personas pueden ser beneficiosas para otras.
El autor menciona por qué la falacia de la suma cero está muy arraigada. Podría ser un puro efecto la necesidad de encajar en el grupo: si a alguien no le gustan las personas ricas, no va a recibir mucho rechazo de sus compañeros. Los humanos son más tribales en su pensamiento de lo que les gustaría admitir. Les gusta ser parte del grupo. Se necesita mucha autodisciplina para frenar estos prejuicios.
Riqueza y política
Para los políticos, los ricos representan menos votos. Por esta razón, un lenguaje contra los ricos y a favor de los pobres puede ser mucho más rentable, en términos electorales. En resumen, más leña al fuego.
En este contexto, no es de extrañar que el discurso político, sea tan proclive a estigmatizar a los ricos. De esta manera, temas como el «impuesto a la riqueza» se han vuelto populares, sobre todo en países donde hay un número significativo de grandes fortunas.
Un ejemplo es el de Estados Unidos, donde vive el 25% de todos los multimillonarios que hay en el mundo, según un informe de la consultora Wealth-X. Quienes apoyan este gravamen, afirman que el número de multimillonarios en ese país ha crecido rápidamente, mientras 40 millones de estadounidenses siguen dependiendo de beneficios sociales para comprar comida.
En el caso de España, este impuesto es una de las banderas del Ejecutivo de coalición. Tanto para el PSOE como para Podemos fue parte de sus respetivos programas de Gobierno. «Que paguen más lo que tienen más», ha dicho hasta el cansancio Pablo Iglesias. La plutofobia sigue dando réditos políticos.
Los ejemplos sobran. Cuando Hugo Chávez instauró su «revolución bolivariana» en Venezuela, muchos intelectuales le aplaudieron. América Latina se sumó a esa ola. Poco importó que, en realidad, el chavismo haya servido para multiplicar exponencialmente la pobreza y arruinar a la que fue una de las economías más prósperas de la región. La intención (denigrar de los ricos) es lo que cuenta. La plutofobia, a fin de cuentas, es una rechazo irracional. No hay que usar la cabeza.
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