Siempre he sido un optimista. Por eso, cuando la Plataforma por los Derechos de los Animales Sintéticos empezó a hacerme la vida imposible, lo entendí como una señal inequívoca de que debía cambiar el rumbo de mi negocio. Así que tras mucho indagar descubrí esta nueva franquicia dedicada a la cría de humanos para consumo humano.
Por supuesto que decir humanos es una forma de hablar. Que nadie piense que la criatura que está a punto de comerse es una persona solo porque parece una persona. En realidad, aquello que espera la hora de su sacrificio, y que después será cocinado y llevado a la mesa con gran alborozo de los comensales, no es más que un pollo que parece tu prima, o una vaca que parece tu jefe, o un cordero que parece tu yerno, o un cerdo que parece tu vecino…
El procedimiento para hacer realidad esto que parece un milagro es muy simple. Basta con que el cliente nos proporcione una foto de la persona que quiere replicar, y junto a ella, por ejemplo, un mechón de su pelo, del que extraeremos el ADN que posteriormente será combinado con el del animal de su elección.
Gracias al suministro masivo de hormonas del crecimiento, en menos de dos meses el cliente recibirá en su casa, en paquetes cerrados al vacío, al familiar, amigo o compañero de trabajo con sabor a buey, pavo, centollo, lubina o cualquier otro mamífero, ave, crustáceo o pez.
Como hacía cuando criaba vacas sintéticas, he tomado la determinación de organizar visitas guiadas a la granja, en las que el visitante podrá degustar nuestras excelentes carnes en un opíparo banquete. Mañana viene el primer grupo, para el cual he decidido ofrecer de menú una réplica de mí mismo con sabor a cordero lechal, motivo por el que he comprado un horno de leña que he hecho instalar al aire libre, junto a la parrilla. También he contratado a un maestro asador venido de un pueblo de Segovia para que me cocine.
Son las nueve de la mañana y el maestro asador ya está calentando el horno. Huele de maravilla. Yo, mientras tanto, cruzo la cerca para dar de comer a los animales. En estos momentos tengo más de treinta en sus diferentes estados de desarrollo, los más pequeños en la incubadora y el resto en los corrales, si bien, siempre que el tiempo lo permite, la mayor parte del día se lo pasan en la pradera.
Da gusto verlos tumbados sobre la hierba, o correteando, o simplemente paseando con las manos en los bolsillos, porque, creo oportuno hacer la aclaración, dada la apariencia humana de estos animales lo más conveniente es que siempre vayan vestidos y aseados, de modo que no les falte su buen corte de pelo y uñas además de su baño semanal.
El tiempo apremia y el maestro asador ya me tiene repartido en diferentes fuentes de barro listas para introducir en el horno: los brazos, doblados, caben en una sola; las piernas, cortadas por las rodillas, en dos; el costillar en tres y la cabeza en fuente aparte. Solo agua y sal, como debe ser. A baja temperatura. Tres horas por un lado y una por el otro, y luego otra vez vuelta para que se tueste la piel.
Cuando han transcurrido tres horas, llega el grupo. Les muestro el laboratorio, las incubadoras y los corrales. Luego los llevo hasta la pradera, en donde se entretienen atusando el pelo a los animales y colocándoles bien la chaqueta o la camisa… A cada ejemplar le he colgado al cuello una fotografía de la persona a partir de la cual ha sido creado, de manera que los visitantes aprecien el gran parecido entre ambos. Ya con la mesa montada, les llamo para comer.
Mientras me hincan el diente, les comento que este es un producto ideal para cualquier tipo de celebración, pues la experiencia de comerse una persona que no lo es quedará para siempre en el recuerdo de los invitados, sobre todo en el de aquel que de pronto se verá a sí mismo en la mesa, a la espera de que lo trinchen.
Uno de los visitantes me pregunta si ha habido algún cliente que haya querido llevarse el animal vivo. Yo le respondo que nunca se ha dado el caso porque a ver qué se hace con el bicho hasta el momento de sacrificarlo, que es una labor, no nos engañemos, bastante desagradable, además de un engorro si no se vive, le digo, en una casa grande de pueblo, con corral y banco de matanza.
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