La urbanización en la que vivo dispone de todo lo que se puede desear; a saber: amplias zonas ajardinadas; parque infantil; dos piscinas, una de ellas exclusiva para los niños; cancha de baloncesto y de tenis; una estupenda pista de pádel y, por supuesto, gimnasio. También se está hablando de montar un bar en alguno de los cuartos vacíos, de modo que el portero compagine sus quehaceres habituales con los de barman. Como supondrán, cuando esto suceda, no quedará motivo alguno que justifique salir al exterior.
Sí, el solo hecho de poner un pie en la calle cada vez da más pereza, incluso a los niños, que ya ni siquiera te piden ir al centro comercial. Mi hijo, sin ir más lejos, hace semanas que no baja a los columpios de la urbanización, por lo que su padre y yo creemos que debemos obligarle a que lo haga. Y es que todo el día metido en casa no puede ser bueno.
Lo primero, entonces, es mirar por la ventana para asegurarse de que no andan por ahí vecinos de otros portales. Después, como siempre puede aparecer alguno con malas intenciones, el niño ya sabe que tiene que llevar consigo algo para defenderse. Se asombrarían de la cantidad de agresiones que se producen a lo largo del mes.
Tanto es así que los vecinos, para evitar posibles peleas, hemos empezado a distinguirnos los unos de los otros por medio de un brazalete que varía de color según el portal. Por ejemplo, al número 5, que es el mío, le corresponde el amarillo; al 7, el rojo; al 9, el azul; y así hasta completar los diez portales que constituyen la urbanización.
Asimismo, es obligatorio llevar puesto un gorro del mismo color que el brazalete, el motivo es que sea más fácil apreciar desde las ventanas si los de abajo son de nuestro portal o no lo son, en cuyo caso lo más prudente es quedarse en casa. Aquí no hay portales amigos.
No sabría decir cómo llegamos a esta situación. No lo recuerdo… Sé que las cosas se fueron torciendo poco a poco. Al principio todo se limitaba a las malas caras; después nos dejamos de hablar; luego llegaron las pequeñas reyertas y, por último, las peleas multitudinarias. Fue cuando se acordó que cada portal se distinguiera de los demás por un color. Esta fue la última decisión civilizada que tomamos.
Sorprendentemente, todavía no ha habido muertos, aunque no creo que tarde en haberlos porque cada vez estamos mejor organizamos y armados. Los presidentes de los distintos portales, en junta, asignan a cada vecino, según sus capacidades, un puesto en el escalafón. También distribuyen las armas, armas sobre todo contundentes, como la llave inglesa o la maza. Por suerte nadie ha hecho uso hasta ahora de cuchillos, tijeras, o cualquier otro instrumento cortante. Ojalá siga así por mucho tiempo.
Sé de buena tinta que nuestra urbanización no es la única en la que pasan estas cosas. Me lo ha contado la dueña del bar al que solemos ir mi marido y yo después del trabajo, cuando cada tarde, a las siete en punto, ambos cerramos los portátiles y salimos de nuestras respectivas habitaciones. Algo sobre esto me ha dicho también el repartidor del supermercado: por lo visto, el portero de una urbanización cercana encontró en el suelo del garaje un martillo manchado de sangre, y eso que hasta entonces allí no se había pasado de los puños…
Creo que ya es hora de que baje el niño. Voy a mirar por la ventana. Es cierto que con los niños no suelen meterse, pero, tal y como están las cosas, cualquiera sabe. Una no puede fiarse. Miren, si antes lo digo… Aquel de ahí, el de la camisa de flores, es un individuo de la peor calaña, y, sin embargo, la otra tarde nos lo encontramos en el bar como si nada, tan tranquilo, como si la noche anterior no le hubiera intentado romper la cabeza al vecino de arriba.
Le acabo de decir al niño que mejor se ponga a hacer los deberes, que tiene una barbaridad de ellos, nada menos que diez ejercicios de matemáticas, otros diez de lengua y ocho de sociales. Parece que a los profesores no les basta con las seis horas diarias que las criaturas están conectadas con ellos…
Uno de los compañeros de mi hijo, por cierto, vive en el portal de al lado. Ayer pude verlo en la pantalla del ordenador junto con el resto de los niños mientras les daban la clase. El pobre había olvidado quitarse el gorro verde.
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