Ustedes piensan que solo soy un pez. Es decir, tienen la firme convicción de que un pez no es prácticamente nada, apenas un objeto capaz de cierta autonomía. Y es que ustedes los humanos son seres primitivos, aunque precisamente por eso, porque sus reacciones responden a unos instintos bastante básicos, son también previsibles. Esta es la parte buena.
Yo vivo en una pecera, en concreto sobre la mesa del cuarto de estar, entre el sofá y la televisión, flanqueado por un cenicero siempre lleno de colillas y una botella de cerveza.
La realidad es que aquí hay poco en lo que entretenerse. A veces paso el rato mirando por la ventana porque dicen que es bueno para la vista mirar al horizonte; yo horizonte veo poco, pero sí algún avión o algún pájaro. Luego, cuando me harto, bajo la mirada y entonces me encuentro con el sofá, donde los viernes y sábados el dueño de la casa intenta manosear a las chicas con las que sale, he de decir que con muy escaso éxito.
Frente al sofá, como creo haber indicado, está la televisión, la cual, y nunca pensé que llegaría a decir esto, me ha salvado más de una vez de perder del todo la cabeza.
Sí, a ella le debo, y a que al dueño de la casa casi siempre se le olvida apagarla, haber aprendido muchas cosas interesantes, por ejemplo el lenguaje de signos a fuerza de observar a la persona que aparece en pequeño a un lado de la pantalla. También he aprendido inglés, francés y alemán gracias a las películas subtituladas que ponen de madrugada.
Según el reloj de la pared, son exactamente las diez y media de la noche del sábado. Acaban de cortar la programación para dar una noticia de última hora. La cosa parece grave a juzgar por el gesto de la presentadora. No entiendo lo que dice porque con los nervios no vocaliza bien.
Para ilustrar la noticia, superponen la fotografía de una extraña criatura que no identifico con ser viviente alguno. Ahora superponen imágenes de lo que parece un ejército. Me fijo bien y observo que dicho ejército está integrado por estas extrañas criaturas.
Van provistos de un arma que a pesar de su reducido tamaño tiene el poder de destruir cuanto se le pone por delante. En las calles todo es fuego y humo. La muchedumbre, como una manada de ratones asustados, huye en todas las direcciones.
Intento pensar con claridad. Esto no es una broma. Tampoco es una película ni un reportaje. En estos momentos la presentadora mira fijamente a la cámara. Dice: «Nos acaban de comunicar que se está produciendo una invasión alienígena. Repito, se está produciendo una invasión alienígena. Las autoridades recomiendan no salir de los domicilios».
La imagen de la presentadora empieza a distorsionarse, se ondula como un reflejo en el agua cuando se arroja una piedra. La pantalla, de repente, se queda en negro. Tras unos segundos que se hacen larguísimos vuelve a originarse la misma ondulación de antes, pero esta vez la imagen que se forma es la del alienígena, que mira a la cámara con autoridad.
Parece que va a dar un comunicado. Así es. Dice: «Amigos, hemos venido en son de paz. No tienen nada que temer. Nuestra única intención es reconducir una sociedad, la suya, que más pronto que tarde terminará por autodestruirse. Por lo tanto, les conmino a que abandonen toda resistencia y se sometan, porque, no lo duden, todo cuanto hacemos, incluidas las posibles acciones violentas, es en su beneficio».
Ver para creer. Extraterrestres… Bueno, personalmente tampoco encuentro inconveniente en que colonicen este planeta; después de todo, las cosas no pueden ir peor de lo que van, y tampoco creo que estos vayan a meterse con nosotros, los peces, más de lo que ya se meten los humanos.
En fin, el tiempo vuela; se han hecho las once y media de la noche. Se abre la puerta de la calle y entra el dueño de la casa con una chica nueva. Le dice que se ponga cómoda mientras él va a por un par de cervezas. Ya está aquí de nuevo. Se sientan en el sofá. Ella no solo le sigue el juego sino que incluso toma la iniciativa —hoy el día va de sorpresas—.
Asisto a la desnudez de sus cuerpos, pero la chica no se conforma con quitarse la ropa y se quita también la piel. Queda al descubierto uno de esos alienígenas de la televisión. El alienígena le hinca el diente al dueño de la casa.
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