Intentaré describir lo que veo. Justo enfrente de mí hay una fábrica de cemento con tres enormes chimeneas franjeadas en rojo y blanco, que son la única nota de color entre un laberinto de tuberías, grandes contenedores cilíndricos, rampas y grúas. A izquierda y derecha de la fábrica se extiende la ciudad. Bloques de viviendas que, vistas en su conjunto, toman el aspecto amenazante de un descomunal avispero agarrado a la falda de la montaña. Detrás de mí, más bloques y más fábricas. Y más humo. Por lo demás, el cielo tiene, a todas horas, una extraña turbulencia de grises y pardos.
Entenderán ahora por qué me he venido a vivir al pueblo, como ha hecho ya otra mucha gente cansada de las grandes ciudades. Rectifico. Hablar de grandes ciudades implica que hay otras más pequeñas, y eso no es correcto. A nosotros nos gusta llamarnos los nuevos colonos.
Aquí sí que se vive a gusto. Tranquilidad, bucólicos paisajes y comida inmejorable, aunque para degustar los manjares que nos ofrece el entorno nos veamos obligados a subir hasta el único lugar del pueblo que permanece sin cubrir por las aguas, es decir, el campanario de la iglesia. Precisamente ahí me encuentro ahora, sentado en el interior de uno de los huecos que antes ocupaban las campanas, comiéndome una carpa.
Como ya habrán adivinado, mi pueblo es uno de tantos que en su día se sumergieron para crear reservas de agua potable; lo que llamaban embalses. Habrá quien piense que esto de vivir bajo el agua es una excentricidad, pero hoy en día, cuando no queda ni un palmo de tierra sin cubrir por bloques de viviendas, fábricas y, por supuesto, crematorios, estos pueblos sumergidos son la escapatoria perfecta. Si les parece, me zambullo y se lo muestro.
Para no perderse, lo mejor es descender pegados a la torre de la iglesia, inusualmente alta para lo que, según dicen, se estilaba por aquí. A estas horas deben de estar en misa, una misa como seguro no habrán visto otra igual, ya que al sacerdote no le queda más remedio que oficiarla, dadas las circunstancias, valiéndose de señas, lo que tampoco resulta nada fácil a causa del traje de buzo. De cualquier modo, la imagen tiene su encanto.
Una vez en el fondo del embalse, tomamos la primera calle a la izquierda y enseguida llegamos a la plaza Mayor. Este que ven es el ayuntamiento, y a su lado, el bar, con su terraza siempre tan animada, siempre tan llena de gente y de botellines de cerveza, los cuales, aunque no puedan beberse, son un excelente atrezo. En el otro extremo de la plaza está el centro cultural, donde los mayores, además de jugar a las cartas, se entretienen en actividades tales como los bailes regionales o el yoga, y eso a pesar del incordio de la escafandra. Es algo digno de verse.
Ahora, si continuamos de frente por la calle del bar, llegaremos al frontón, hoy utilizado como pantalla de cine debido a su gran tamaño. Por cierto, el programa de proyecciones puede consultarse en el tablón de anuncios del ayuntamiento. Esta semana, por ejemplo, hay un ciclo dedicado a películas clásicas de dibujos animados. Les aseguro que merece la pena asistir, aunque solo sea por ver cómo los peces se pasean resplandecientes delante de la pantalla.
Junto al frontón está la casa del albañil, que es el personaje más solicitado del pueblo. Todo el mundo anda detrás de él para que le haga algún arreglo o, incluso, para que le construya una casa nueva. Su nombre es Antonio y es fácil reconocerlo porque conduce una especie de batiscafo siempre cargado de materiales de construcción.
Junto a la casa del albañil se encuentra la finca de los antiguos marqueses, en donde se ha levantado una nueva escuela, pues la que había se estaba quedando pequeña. A la espalda de la escuela se encuentra la explanada que llamamos del Mercado.
Aquí, el primero de cada mes, el pueblo entero se reúne para ver caer desde la superficie del embalse el fardo con las botellas de oxígeno y los víveres. Nuestro suministrador es un fenómeno. En todos estos años no nos ha fallado ni una sola vez. Puntual, llega con su barca hasta la boya roja que marca el punto exacto y arroja la mercancía.
Por último, quisiera mostrarles el consultorio médico. Como comprobarán está cerrado. El médico decidió abandonarnos hoy hace un año, dijo que por cuestiones personales. De modo que, si alguno de ustedes sabe de un médico que desee cambiar de vida, díganle que conocen el lugar perfecto.
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