Peter Wohlleben es un famoso guardabosque alemán. Su amor hacia las plantas y la naturaleza viene de niño, cuando criaba arañas y emprendía excursiones por montes y ríos. Curioso y aventurero, muy pronto intuyó y comprobó que en esos espacios verdes suceden muchas cosas, más de lo que podríamos imaginar. Su afectuosa relación con el medio ambiente lo ha llevado a descubrir su mundo interior. Más allá de los principios de la botánica, asegura que “las plantas sienten dolor y hasta pueden ver”.
Wohlleben cuenta que esa afición por las plantas se convirtió en profesión, pasión y vida. En la adolescencia, sus maestros auguraron que el futuro ecológico del mundo estaba en riesgo, entonces él decidió ayudar. Emprendió estudios de silvicultura y pasó más de veinte años como funcionario de la comisión forestal en Alemania. Allí aprendió los cuidados y rigores de los bosques, sus aportes al planeta. También sus misterios.
Luego decidió dejar ese trabajo para compartir sus conocimientos. Empezó con un pequeño libro, y otro y otro. Son más de una docena los títulos en las estanterías de las librerías: El latido del corazón de los árboles, La sabiduría de la naturaleza. ¿Puedes escuchar los árboles hablando?, El detective del clima, Comprender los árboles, entre otros. Pero fue La vida secreta de los árboles el que lo dio a conocer en el mundo. Del best-seller se han vendido más de 320.000 ejemplares y se han adquirido sus derechos de traducción en 19 países. Hasta en catalán.
Ahora Wohlleben comparte su tiempo, entre conferencias y entrevistas y dirige un bosque municipal respetuoso con el medio ambiente en el pueblo de Wershofen. Ofrece visitas guiadas y cuenta con un batallón de jóvenes guardianes, que asumen día a día sus conocimientos.
Las plantas sienten dolor y se comunican
El experimentado guardabosques comenta que muchas veces, en su trabajo, acompañó a aficionados y profesionales en recorridos por bosques. Una vez, se tropezaron con un árbol torcido, feo, tal vez cansado y con poco qué aportar. “Me sorprendió mucho cuando la gente señalaba que era hermoso. Decían: ‘Mi vida no siempre ha ido en línea recta tampoco’. Y así comencé a ver las cosas con nuevos ojos”.
En un documental, Wohlleben va en busca de un par de hayas (fagus sylvatica) altísimas. “Estos árboles son amigos”, dijo, estirando el cuello para mirarlos y tocarlos con afecto. “¿Ven cómo las ramas gruesas apuntan hacia lados opuestos? Es para no bloquearle la luz a su compañero”.
Tras un par de metros mostró una haya anciana. Y destacó cómo los árboles, al igual que las personas, se llenan de arrugas al envejecer. “Algunas veces las raíces de parejas de árboles como estos están tan interconectadas entre sí que, al morir uno, el otro también muere”.
Wohlleben formula su investigación y observaciones científicas en términos antropomórficos. Su estilo directo engancha a lectores, oyentes y televidentes. Transmite un mensaje bien conocido por los biólogos: los árboles en un bosque son entes sociales. Pueden contar, aprender y recordar; cuidan de sus vecinos enfermos. Las plantas sienten dolor, son sensibles, con emociones y recuerdos.
Además, afirma, se alertan mediante señales eléctricas a través de una red de hongos conocida como la “Wood Wide Web” (la Red Forestal Mundial).Y por motivos que desconocemos, mantienen vivos durante siglos los viejos tocones de compañeros talados, alimentándolos con una solución azucarada a través de sus raíces, reseña The New York Times.
El hombre siempre se cree superior
Algunos biólogos alemanes cuestionan el uso de palabras como “hablar” en lugar del término más estandarizado de “comunicarse”, para describir qué sucede entre los árboles del bosque.
Pero esa es la idea, dice Wohlleben, quien invita a los lectores a imaginarse lo que podría sentir un árbol cuando su corteza llora, cuando las plantas sienten dolor. “Uso un lenguaje muy humano. El lenguaje científico elimina toda emoción y la gente deja de entenderlo. Cuando digo: ‘Los árboles amamantan a sus hijos’, todos sabemos de inmediato a qué me refiero”.
En un extenso artículo para Nautil, el experto relata que en 2018, un periódico alemán le preguntó si estaría interesado en tener una conversación con Emanuele Coccia. El filósofo acababa de escribir un libro sobre plantas, Die Wurzeln der Welt (publicado en inglés como La vida de las plantas). Wohlleben estaba feliz de decir que sí.
Narra que en su amena conversación y posterior paseo, Coccia da un vuelco a nuestra visión del mundo viviente. Colocando a las plantas en la parte superior de la jerarquía con los humanos en la parte inferior. Yo mismo había estado pensando mucho en esto. Clasificar el mundo natural y puntuar las especies según su importancia o superioridad me parecía obsoleto. Distorsiona nuestra visión de la naturaleza y hace que todas las demás especies que nos rodean parezcan más primitivas.
Wohlleben describe que Coccia argumentó que nuestras clasificaciones biológicas no se basan en la ciencia. Están fuertemente influenciados por la teología y están dominados por dos ideas: la supremacía de la raza humana y el mundo como un lugar donde los humanos deben someterse a su voluntad. Y luego está nuestra compulsión centenaria de categorizar todo. Cuando combinas estos conceptos, obtienes un sistema de clasificación que coloca a la humanidad en la parte superior, a los animales en el medio y a las plantas en la parte inferior.
La conciencia de las plantas
El guardabosque alemán también se refirió a František Baluška, en su artículo “Plants Feel Pain and Might Even See” (Las plantas sienten dolor e incluso pueden ver) en Nautil. Él es biólogo de células vegetales de la Universidad de Bonn, ha opinado desde hace algún tiempo que las plantas son inteligentes. Después de todo, las plantas pueden sentir dolor, procesar información y tomar decisiones. ¿Pero las plantas tienen conciencia? Eso lleva la discusión a un nivel completamente diferente. Si pudiéramos demostrar que las plantas tienen conciencia, tendríamos que cambiar radicalmente la forma en que interactuamos con ellas.
Baluška, junto con colegas de todo el mundo, incluido Stefano Mancuso de la Universidad de Florencia, se ha acercado al tema de la conciencia de las plantas. Baluška y su equipo sedaron plantas que tienen partes móviles, como Venus atrapamoscas. Estas plantas atrapan a sus presas en una trampa que se cierra tan pronto como los insectos tocan los pelos en el lado interno de sus hojas de doble lóbulo. Los dos lados de la hoja se pliegan juntos en un instante, capturando al insecto entre ellos, y la planta luego digiere su presa.
Los anestésicos que usaron los científicos, que incluían algunos que se usan en personas, desactivaron la actividad eléctrica en las plantas para que las trampas ya no reaccionaran cuando se tocaban. Los guisantes sedados mostraron cambios de comportamiento similares. Sus zarcillos por lo general se mueven en todas las direcciones a medida que se abren paso para encontrar estructuras de soporte en las que crecer, dejaron de buscar. Y comenzaron a girar en espiral en el lugar. Después de que las plantas descompusieron los narcóticos, reanudaron su comportamiento.
El dolor en las plantas
¿Se despertaron las plantas como lo hacemos nosotros después de una anestesia general? Ésta es la cuestión crítica, prosigue Wohlleben. Porque para despertar necesitas una cosa por encima de todas las demás: la conciencia. Y fue exactamente esta pregunta la que un reportero de The New York Times le hizo a Baluška. Me gustó mucho su respuesta: «Nadie puede responder esto porque no puedes preguntar (a las plantas)».
Wohlleben recuerda que en su best seller La vida oculta de los árboles incluyó la investigación de Baluška. Estudio que el propio biólogo le explicó en su laboratorio. Apunta el escritor alemán que una de las primeras cosas de las que hablamos fue cómo sienten el dolor las plantas.
Los compañeros forestales ponen los ojos en blanco cuando hablo de que los abetos sienten dolor cuando son atacados por los escarabajos de la corteza. “Por supuesto que una planta, los árboles pueden sentir dolor”, respondió el profesor cuando le pregunté al respecto. «Cada forma de vida debe poder hacer eso para poder reaccionar de manera apropiada». Explicó que hay evidencia de esto a nivel molecular. Como los animales, las plantas producen sustancias que suprimen el dolor. No ve por qué sería necesario si no hubiera dolor.
Sí, un camaleón botánico
Baluška le confió a Wohlleben de otras experiencias, además de la percepción del dolor en las plantas. Le dijo que hay una enredadera que crece en Sudamérica que se adapta a la forma del árbol o arbusto al que está trepando. Sus hojas se parecen a las hojas de la planta huésped. Podría pensar que esto está controlado químicamente.
En ese caso, la vid podría estar detectando compuestos aromáticos del arbusto y cambiando la forma de sus hojas de una manera genéticamente predeterminada. Se habían observado tres formas diferentes de hojas. Luego, a un investigador se le ocurrió la idea de crear una planta artificial con hojas de plástico y trasladar nuestro camaleón botánico a su nuevo hogar. Lo que sucedió después fue asombroso. La vid imitaba las hojas artificiales, como había imitado las hojas en la naturaleza.
Para Baluška, esto es una prueba clara de que la vid puede ver. ¿De qué otra manera podría obtener información sobre una forma que nunca antes había encontrado? En este caso, los sospechosos habituales, mensajes químicos emitidos por la planta huésped o señales eléctricas entre ambas plantas, estaban ausentes. Fue más lejos. En su opinión, es concebible que todas las plantas puedan ver.
Hasta entonces, lo único que sabía era que los árboles pueden diferenciar entre la luz y la oscuridad. Se ha investigado el comportamiento del sueño en abedules y robles, y las hayas pueden medir la duración del día. Todo esto requiere receptores de luz que transmitan señales a los árboles y estimulen a todo el organismo a actuar. Sin embargo, esto está muy alejado de la visión en el sentido de poder reconocer formas y colores. Y ahora esto: plantas que registran precisamente eso y cambian su comportamiento en consecuencia. Eso me pareció asombroso.