En la Europa medieval, la magia era una fuerza omnipresente. No solo se trataba de hechizos y conjuros, sino también de amuletos, inscripciones y escritos que prometían curación, protección y poderes sobrenaturales. La escritura para invocar la protección contra el daño era común en la Inglaterra medieval. Los amuletos eran objetos de uso diario, se creía que tenían poderes mágicos. A menudo contenían inscripciones. Pero siempre iban acompañados de rituales y conjuros. Los europeos recurrían a hechizos hablados o escritos para garantizar la salud o defenderse del peligro.
La escritura en estos amuletos era crucial. Las palabras y símbolos tenían un significado oculto que invocaban fuerzas sobrenaturales. Proliferaban encantos para enfrentar todo tipo de problemas, desde enfermedades mortales, una terrible desgracia y hasta el más mínimo inconveniente: insomnio, dolor abdominal, espantar alimañas, recuperar algo robado o ayudar a una persona que por accidente se tragó una mosca. El poder de la palabra impregnaba lo cotidiano.
Al pie de la letra
Hacer un amuleto no era cosa sencilla ni se resolvía anotando algunas oraciones en un pedazo de pergamino. Para que el texto fuera eficaz, tenía que escribirse de la manera correcta, sobre la sustancia indicada y usarse al pie de a letra. Algunos eran simples, con encantamientos u oraciones. Los más elaborados requerían de ceremonias crípticas. Por ejemplo, en un encanto para hinchazones, el sanador tomaba un palo de avellana, grababa el nombre de la paciente y llenaba cada letra con sangre. Luego lo tiraba con agua corriente sobre el hombro (o entre sus muslos) del paciente, se paraba sobre este y golpeaba la inscripción.
Aunque la mayoría de los amuletos se han desgastado por el tiempo, muchos libros manuscritos han sobrevivido y contienen las recetas que le decían a la gente cómo hacer y usar los textos. Especialistas como Katherine Storm Hindley han recopilado información sobre los amuletos. En Magia textual: encantamientos y amuletos escritos en la Inglaterra medieval, Hindley explora esos amuletos desde el poder de las palabras con las que la gente esperaba cambiar el mundo.
La cantidad de amuletos que analiza en el libro duplica el número recopilado, transcrito y editado en estudios anteriores, con muchos textos aún desconocidos. La publicación se centra en amuletos del 1100 al 1350 d.C. y en textos no estudiados anteriormente en latín, francés e inglés.
Hindley analiza qué pensaba la gente del lenguaje, las creencias y el poder, y describe cómo algunas palabras ganaron y perdieron su poder protector y curativo de múltiples idiomas, alfabetos y modos de transmisión surgidos durante setecientos años de cambios culturales.
Burla religiosa
Tanto las oraciones orales como los encantos escritos se burlaban en cierta manera de las correspondencias entre las palabras santas y las dolencias mundanas. El encanto para una puntada le indicaba al pacía que debía dibujar la señal de la cruz y cantar encantamientos sobre Longinus, el centurión que le clavó su lanza a Cristo crucificado; el del insomnio se basó en la leyenda religiosa de los Siete Durmientes de Éfeso, por eso sus nombres fueron inscritos en hojas de puerro para proporcionar una pastilla para dormir.
Las invocaciones pueden parecer demasiado literales o poco imaginativas. Sin embargo, se deleitaba con las posibilidades místicas del lenguaje y el poder de las palabras para alterar las cosas. Escribir un texto de encanto era como esculpir un poco la realidad. Cuanto más complicado era el lenguaje, más mágico podía ser. En los amuletos se usaron libremente letras griegas, del hebreo y todo tipo de galimatías exuberantes. Los amuletos también se basaron en alfabetos falsos, seudolenguajes y marcas no significantes.
La existencia de estafadores creó ansiedad sobre la eficacia mágica del encanto. Muchas recetas venían con un refuerzo para disipar las dudas sobre su efectividad. Aunque no existía algo parecido al rigor científico, los escritores optaron por anticipar el escepticismo de los clientes colocando una nota al final de muchos encantos: «Está probado».
Magia textual
La escritura en los amuletos era una forma de magia textual. Las palabras escritas tenían un poder inherente, independiente de si el lector entendía el significado. Hindley argumenta que durante los siglos XIV y XV fue creciendo la preocupación por el secreto de los textos amuletos, como efecto secundario de la difusión de la alfabetización: a medida que más personas aprendían a leer, particularmente en inglés, se hizo más difícil mantener la idea de que la escritura contenía poder oculto. Sin misterio, no había eficacia.
En la Edad Media, la casi totalidad de la población era analfabeta. Los amuletos eran efectivos porque la gente no podía comprender su contenido. La mera presencia de las palabras escritas se consideraba poderosa. A medida que más personas aprendieron a leer, la eficacia de los amuletos disminuyó. La comprensión racional reemplazó la creencia ciega en la magia. Y la Ilustración fue casi un tiro de gracia.
En la Europa medieval, la magia desempeñó un papel mucho más importante de lo que se piensa. Fue una encrucijada en la que confluyeron creencias religiosas, prácticas ocultas y tradiciones populares. La Edad Media fue un período de profundos cambios. La Iglesia tenía un papel predominante y considerada la magia como una amenaza.
Richard Kieckhefer, en La Magia en la Edad Media, replantea la distinción entre magia diabólica y magia natural. La primera se asociaba con pactos demoníacos y prácticas prohibidas, mientras que la segunda se basaba en conocimientos naturales. Sin embargo, ambas compartían un elemento común: la escritura. Las palabras escritas en amuletos y conjuros eran la clave para acceder a lo inexplicable.
Kieckhefer reflexiona sobre cómo la magia ha influido en la comprensión del mundo y la relación con lo desconocido. El punto de atención lo enfoca en exponer cómo los progresos de la ciencia y la tecnología han hecho posible avances que alguna vez fueron calificados de mágicos, y redefinir lo que en algún momento se consideró sobrenatural. En pocas palabras, cómo la tecnología se mantiene en el terreno de lo mágico hasta que se domina y se comprende.
La ciencia de lo sobrenatural
Kieckhefer asegura que para que un acontecimiento se considere mágico, dependerá de la época y el lugar donde se viva. La interpretación de lo que se observa tiene que ver con los conocimientos y experiencias acumuladas. Acota que la semántica del concepto magia se modifica en la medida en la que la ciencia y la tecnología avanzan, hasta el punto de que ambos conceptos se relacionan sin problema.
Uno de los ejemplos sobre los que sustenta su afirmación corresponde a una serie de cartas escritas de científico escocés David Brewster a su amigo Sir Walter Scott, que se publicaron en la Journal of the Franklin Institute y luego en el libro Letters on natural magic (1834). En las misivas, Brewster muestra los distintos principios científicos y las metodologías que se encontraban detrás de fenómenos mágicos que en la época se presentaban como sobrenaturales. Todos relacionados con la óptica, la química y la mecánica. Estas cartas tenían el fin de proporcionar herramientas a Sir Walter Scott para construir un razonamiento lógico frente a las supersticiones de la época.
En sus cartas, Brewster definía como mágico todo lo que superaba los límites del entendimiento humano, así como aquello que generaba curiosidad y asombro. En el hecho mágico se encuentra implícita la interpretación del espectador de lo que presencia. El conocimiento que posee el observador desempeña un papel fundamental sobre el funcionamiento de lo que ve.
Bonaparte hizo «magia»
Kieckhefer relata un acontecimiento histórico ocurrido hacia 1856 y que involucra al ejército de Napoleón Bonaparte. El militar controlaba parte de Argelia, pero le preocupaba creciente influencia de una tribu religiosa conocida como los morabitos. Los morabitos se jactaban de tener la capacidad de obrar milagros mediante fuerzas sobrenaturales, lo que explicaba su influencia en otras tribus para luchar contra los franceses. Para demostrarle que los franceses eran superiores, hasta en lo mágico, fue contactado Jean Eugene Robert Houdin, mago francés experto en el uso de los últimos avances tecnológicos de la época con fines recreacionales.
Al observar los trucos que realizaba la tribu, Robert Houdin, conocido como el padre de la magia moderna, se dio cuenta de que sus experimentos parecerían milagros. Diseñó una ilusión que aterraría a la tribu. Kieckhefer lo relata en su libro: «Invitó a uno de los guerreros más fuertes a levantar una pequeña caja de madera; en el primer intento, levantaba la caja sin problemas, pero tras un pequeño gesto, con el cual Houdin le «quitaba» toda la fuerza, el guerrero era incapaz de moverla.
Lo que no conocían los morabitos era la existencia del electromagnetismo, el cual aplicaba Houdin al activar un mecanismo para que un electroimán provocara la atracción de la caja hacia el suelo de metal. Como segundo acto, y para aumentar el efecto de terror, al tratar de levantar nuevamente la caja, el guerrero caía al suelo convulsionando fuertemente».
Claro, el dispositivo estaba preparado para generar, a voluntad del mago, una fuerte descarga eléctrica, lo que provocaba el efecto de electrocución. Los morabitos desconocían la electricidad, por lo que asumieron que estaban de verdad ante una fuerza sobrenatural y optaron por no enfrentarse a los franceses en una guerra.
Romper barreras
En este punto se puede entender que se considera mágico los eventos que se transgreden las reglas establecidas en la naturaleza, que generan asombro o sorpresa. Con el desarrollo de la tecnología cada vez existen menos barreras que puedan escapar a la lógica y menos leyes naturales que puedan transgredirse.
Kieckhefer cita a Arturo de Ascanio, un influyente mago español, para exponer que un efecto mágico tiene dos vidas paralelas, una interna y otra externa. Lo que un espectador del efecto mágico ve o percibe y que luego interpreta como mágico, y los mecanismos o técnicas que permanecen ocultas y permiten la consecución del efecto mágico. Entonces, para que una tecnología genere el asombro que lograría un hecho mágico, debería tener estas dos aristas: una vida externa simple, sin importar la complejidad de la vida interna.
Tanto la tecnología como el hecho mágico o sobrenatural poseen el mismo objetivo, pero lo alcanzan en apariencia a través de distintos medios. Comparten en común que rompen las leyes de lo natural. Solo un par de décadas atrás parecía imposible cambiar las características o componentes físicos de cuerpo humano, pero los avances en el campo de la genética y la biotecnología facilitan su manipulación con el fin de modificarlo.
La magia persiste
La tecnología ha ayudado a romper las barreras de las capacidades del ser humano, al amplificarlas al punto de que parezcan sobrenaturales. El papel de la tecnología en el futuro parece enmarcarse actuar como una fuerza sobrenatural que fractura cualquier lógica. Ejemplo de esa magia científica puede ser la teletransportación cuántica. Cual conjuro, científicos han logrado transferir información instantáneamente entre partículas separadas por grandes distancias.
La edición genética CRISPR, que es la capacidad de modificar genes para curar enfermedades hereditarias, parece sacada de un libro de fórmulas mágicas antiguo. La realidad virtual y aumentada y la inteligencia artificial que nos sumergen en mundos virtuales y mágicos.
La magia medieval y la ciencia moderna comparten un hilo conductor: la escritura. La palabra, ya sean inscrita en pergaminos antiguos o en líneas de códigos, sigue siendo poderosa. La magia persiste en los logros científicos, y la ciencia, a su vez, nos hace sentir como magos modernos. La próxima vez que nos maravillemos ante un avance tecnológico, debemos tener presente que la magia nunca ha desaparecido por completo y que el poder de la palabra sigue transformando el devenir.