En 1991, la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, por su siglas en inglés) le otorgó una medalla por su «trabajo científico excepcional» al meteorólogo Roy Warren Spencer, de la Universidad de Alabama. Quizás que una organización con el prestigio dela NASA le haya dado un reconocimiento sería suficiente para pensar que Warren es una persona inteligente. Sin embargo, Warren afirma que la comunidad de climatólogos se equivoca sobre el cambio climático y contradice datos científicos.
Lo mismo ocurre en Francia con Claude Allègre y Vincent Courtillot, ambos ex directores del Instituto de Física del Goblo de París y miembros de la Academia de Ciencias. Han adoptado posturas similares y no son los únicos casos parecidos. De hecho, los ejemplos de personas que han triunfado en una profesión intelectual, pero abrazan una creencia extravagante son más abundantes de lo que se podría suponer.
Luc Montagnier, premio Nobel de medicina, es uno de los que integra ese grupo que crítica las vacunas a pesar de toda la razón científica. Igual, François Mitterrand, antiguo presidente de Francia, consultaba a un astrólogo. ¿Cómo se explica que personas como estas, con inteligencia innegable, puedan aliarse con lo irracional?
La evaluación de la inteligencia
¿Qué es la inteligencia? Quizás esa es la primera pregunta que se debe responder para entender cómo se evalúa. Los psicólogos la cuantifican a través de tests de inteligencia, creen que es el instrumento más apropiado, porque resumen el funcionamiento mental de una persona a través de una escala: el famoso cociente intelectual (CI o IQ).
Estas pruebas predicen el rendimiento escolar, académico y profesional. También otras características, como la elección de una vida mucho más saludable, por ejemplo. Y sí, esos tests representan una medida fiable de la inteligencia, pero al parecer no solo la inteligencia es necesaria para no caer en descarrilamientos intelectuales. También se debe contar con resistencia a las creencias irracionales. Es decir, se debe tener pensamiento crítico.
¿El cociente intelectual mide la capacidad de pensamiento crítico? Sí y no. Ambas facultades, de hecho, están relacionadas. Las investigaciones demuestran que, por término medio, las personas con un cociente intelectual alto suelen adherirse menos a las creencias irracionales. Además, en los estudios en los que se valoran al mismo tiempo el pensamiento crítico y el CI, la relación siempre aparece positiva, independientemente de la edad del evaluado.
Fue en 2009 cuando Joyce WanTassel-Baska y otros científicos de la Universidad William and Mary, Estados Unidos, lo comprobaron en niños de 9 a 12 años de edad. Lo mismo ocurrió en Rumania, en 2018, cuando la investigadora Andrea Buzduga, de la Universidad Alexandru Ion Cuza, hizo una muestra de más de 700 estudiantes y escolares. Y tiene lógica que sea así. El pensamiento crítico supone un funcionamiento mental eficaz. No se puede valorar correctamente una información si no se capta, se trata y se comprende. Algo que también requiere de cierta inteligencia en el sentido del cociente intelectual. Aunque muchas veces los sesgos cognitivos o juicios propios (que nada tienen que ver con el CI) suelen interferir en los resultados.
Sí, el pensamiento crítico y el CI se apoyan, en parte, sobre competencias comunes, pero también en las especificidades. Entonces, se puede ser inteligente pero estar dotado de un pensamiento crítico deficiente, o a la inversa.
Inteligencia vs pensamiento crítico
Los psicólogos identificaron dos diferencias esenciales entre inteligencia y pensamiento crítico. Una se refiere al nivel del tratamiento de las informaciones. El CI se concentra en elementos de «bajo nivel», mientras que el pensamiento crítico necesita de competencias cognitivas de «alto nivel».
Un ejemplo de ello es cuando se está frente a un enunciado. La primera etapa del análisis consiste en la percepción de las letras (bajo nivel), pero cuando hay que responder a la cuestión propuesta, hay que también apoyarse en otros tratamientos como compresión de texto, búsqueda en la memoria de métodos que lleven a la solución, entre otros. Esta sería una tarea de alto nivel.
La segunda diferencia tiene que ver con que el cociente intelectual se basa en el razonamiento, mientras que el pensamiento crítico tienen que ver con el aspecto psicológico. Tener pensamiento crítico es casi un rasgo de personalidad, un estado mental que engloba el afán de conocer la verdad, de encontrar pruebas.
Además, a esto se le suman las tres características principales que promueven el pensamiento crítico: curiosidad, deseo de encontrar la verdad y la humildad. Y se ha comprobado, a través de numerosos estudios, que se puede ser poco inteligente, pero contar con un buen pensamiento crítico. El ejercicio de pensamiento crítico solo sucederá si la persona se centra en la búsqueda de la verdad.
Para pensar de forma crítica se debe dudar de uno mismo, no solo de los demás. En ocasiones también se debe admitir estar equivocado
No es difícil notar estos rasgos, sobre todo en redes sociales donde participan personas que simplemente encontraron una manera de estar en el mundo sin cuestionarlo. No hay interés en perseguir la verdad, solo se conforman con una de las caras de la moneda.
Lo mismo con la humildad intelectual, que figura entre los factores que favorecen el pensamiento crítico. Quienes no la tienen, manifiestan rigidez mental, son incapaces de cambiar de opinión ante pruebas adversas. Para pensar de forma crítica se debe dudar de uno mismo, no solo de los demás. En ocasiones también se debe admitir estar equivocado.
Entonces, ¿la necesidad de ser «más inteligentes» que los demás es lo que causa que personas con cierta inteligencia innegable se desvivan por creer en lo que no pueden probar? ¿Es por esto que Montaigner rechaza las vacunas o Courtillot niega el cambio climático? No se sabe, quizás solo ellos lo saben o quizás no, a veces es inconsciente. Lo que sí se sabe es que si se carece de algunas características como curiosidad, ansia de verdad y humildad, se puede caer en una conducta irracional. Incluso siendo individuos de mentes ágiles.
¿Es posible enseñar el pensamiento crítico?
Actuar sobre la personalidad no es imposible. Se puede hacer a través de intervenciones tempranas que pueden convertir a niños en más curiosos, humildes y abiertos a los demás. Como consecuencia, se estaría desarrollando su pensamiento crítico. Es lo que se conoce como «saberes adquiridos». Con el paso del tiempo se desarrolla mayor capacidad de argumentar, se aprende a desconfiar, entre otras características.
El psicólogo Keith Stanovich indica que para progresar en los procesos cognitivos de alto nivel es importante desarrollar el mindware. Un conjunto de normas y métodos que se utilizan para contestar una pregunta o valorar una información. Una parte de esas reglas son lógicas (como «un ejemplo aislado no permite establecer una ley general»), pero otras son más prácticas («frente a una información llamativa encontrada en Internet es necesario verificar que sea legítima»).
Aprender a reconocer situaciones de riesgo también es importante para la defensa intelectual. En muchos se ejecuta casi de forma automática, sobre todo si la información parece inverosímil. Sin embargo, se puede ir más lejos educando al sistema que pide realizar algunas verificaciones. Un ejemplo de esto es cuando se está frente un riesgo grave pero poco probable para la salud. Por muy inteligente que sea la intuición, exagerará el peligro.
Y por supuesto, también hay que aceptar que no se sabe. Saber que algo no se sabe es dar un paso importante hacia el pensamiento crítico. Identificar otras estrategias que permitan sortear las limitaciones será la solución. Siempre se puede identificar fuentes fiables y remitir al juicio de expertos. Como en el caso del calentamiento global, sobre el que fácilmente se puede encontrar un consenso científico abrumador, incluso cuando hay personas que adoptan una posición marginal.
En todo caso, desarrollar el pensamiento crítico sí vale la pena. Heather Butler, de la Universidad de Claremont, en California, dirigió un estudio en el que se determina que el pensamiento crítico y agudo se relaciona con menor frecuencia de acontecimientos negativos en la vida. Además, favorece mejores decisiones.
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