Por Andrés Tovar
28/05/2018
No es poca cosa la piedra que Pedro Sánchez se ha puesto en la espalda. Su propuesta de llevar adelante una moción de censura contra Mariano Rajoy y el gobierno del PP -que se debatirá este jueves 31 y viernes 1 de junio- lo único que ha conseguido hasta el momento es edificar la incertidumbre y un rechazo ante sus aparentes intenciones.
Y decimos aparentes para brindarle al líder socialista el beneficio de la duda. Resulta poco creíble que Sánchez no haya sopesado en frío el flaco favor al constitucionalismo que representa su propuesta. Fundamentalmente por la actual coyuntura española. Principalmente marcada por un Govern catalán abiertamente manifiesto a persistir en la ilegalidad. La misma que Sánchez ha criticado y por la que pactó para aplicar el 155. Pero también por un escenario casi urgente para hacer los ajustes necesarios para mantener a España en el carril del crecimiento económico, una moción de censura es el más bajo -por no decir, el peor- aporte a la estabilidad.
Como poco creíble también resulta que Sánchez piense que los partidos nacionalistas no le cobrarán un posible apoyo. A las declaraciones nos remitimos. Desde Cataluña, Quim Torra le avisa a Pedro Sánchez de que apoyará su moción «si defiende a los presos políticos y si presenta un programa republicano». Y, desde Bilbao, el pragmatismo de Andoni Ortuzar, que hace días respaldó con el voto nacionalista vasco los presupuestos de Rajoy, le mandó a decir que que el PNV «es una fuerza abertzale. Sobre todo si Sánchez acepta abordar un cambio en el modelo territorial del Estado. Y en la aceptación de los autogobiernos de Euskadi y Cataluña, el PNV verá si apoya o no la moción». ¿O acaso Sánchez ya tiene un plan para pagar el peaje de los nacionalistas?
Lo contrario es el caos…
También es poco creíble que Sánchez piense que Ciudadanos es el mismo partido con el que pactó en 2016 para su fallida investidura. Los naranjas hoy tienen una intención de voto que no contaban para ese entonces. Y además han dejado claro que «no entrarán en un pacto con secesionistas ni populistas». Esto último para referirse a Podemos. De quien vale recordar que le traicionó en su intento de investidura en ese mismo año 2016. Una cuestión que Pedro Sánchez no habrá olvidado.
Pero lo que menos creemos es que el hombre que impulsó la «regeneración» de su partido no sea consciente de lo que su partido piensa del secesionismo. Y tenga a bien poner en tela de juicio su talante institucional. Y, a lo interno, tenga que desandar los pasos que ha dado en la recuperación de la histórica base electoral perdida. Su compromiso en las primarias socialistas.
Una moción de censura, como establece el procedimiento, implica la parálisis. La misma que ocasionó cuando decidió empecinadamente sentarse en el «no es no» sin inmutarse al bloqueo institucional que, al final, le pasó factura apartándolo de la primera línea. Una situación similar ahora es mucho peor. Pues es de facto una daga para el trabajo en pro del cumplimiento de los compromisos europeos y la estabilidad.
No todo vale, Pedro Sánchez
El ser una oposición activa no implica poner en juego la estabilidad del país. Por ende, creemos que Pedro Sánchez puede jugar un mejor papel con propuestas más afines con el mantenimiento de la institucionalidad. Y dejando que sea quien corresponda en casa caso -la justicia y las urnas, cuando tenga a bien darse- las que pongan cada cosa en su lugar. Todo lo contrario es darle la razón a las voces que aseguran que Sánchez quiere ser presidente «al costo que sea«. Peor aún, subiéndose a los hombros de quienes atentan con la unidad y la estabilidad nacional.