La coalición entre el PSOE y Podemos para formar Gobierno ha sido una experiencia compleja, delicada y traumática desde su nacimiento. Incluso desde antes. Pedro Sánchez, quien aseguraba que no pactaría a la fuerza con los morados, terminó suscribiendo una alianza que resultaba inédita en 40 años de democracia. Y no fue el presidente el único que tuvo que cambiar de parecer. El partido de Pablo Iglesias ya había protagonizado tensas negativas a la investidura en 2016 y en 2019, antes de ceder finalmente (logrando concesiones a cambio).
Que el tiempo lo cura todo forma parte del refranero popular. Pero las rencillas abiertas entre «ambas izquierdas» solo se han apaciguado temporalmente con el discurrir de estos meses de cohabitación. El peligro de un «quítame allá esas pajas», que desemboque en un varapalo de pronóstico, está latente. Unas veces menos y otras -como ahora- más.
En medio de la crisis sanitaria, Pedro Sánchez debe compartir sus responsabilidades de jefe de Gobierno con las de árbitro de un cotejo que a ratos se apacigua y luego repunta. Y al mismo tiempo mira de reojo (pero sin mucho disimulo) hacia la derecha.
Por un lado, el Partido Popular se muestra menos radical después del discurso tajante de Pablo Casado en la fallida moción de censura. Mientras, Ciudadanos intenta afianzarse en el centro-derecha, ante el riesgo de ser arropado por el PP. Y allí pudiera Sánchez hallar una tabla de salvación.
Un Frankenstein político
El experimento PSOE-Podemos no ha sido sencillo. La distribución del poder en manos de dos partidos generó un Consejo de Ministros mucho más numeroso. Este aumento es un reflejo de las cuotas políticas y equilibrios, que originó la combinación de miembros o propuestas de ambas formaciones. Al final, todo esto devino en una variopinta paleta ideológica, desde los más ortodoxos, como Nadia Calviño o José Luis Escrivá, hasta los más radicales, como Pablo Iglesias.
En este retorcido Frankenstein político era de esperarse que, para mantenerse en pie, el nuevo Ejecutivo tendría que hacer un encaje de bolillos para entretejer cada proyecto. Y ahora, que llega el momento de aprobar los presupuestos, la cosa se puede pasar de castaño oscuro.
Lo curioso es que mientras tenía una oposición dura del PP en alianza con Vox, la terna PSOE-Podemos se fortaleció. Enfrentar a un adversario frontal, les obligó a dejar sus diferencias de lado. Pero el deslinde de Casado con Abascal y la tendida de mano de Sánchez en la fallida moción de censura han servido para despertar los demonios de la débil coalición gubernamental. Ha sido enterrar el hacha de la guerra con la derecha, para blandir espadas, puñales y navajas macarras entre las izquierdas.
¿Y los presupuestos qué?
La rebelión continúa, y no en la granja. Varios ministros del PSOE le protestan al ala de Podemos. Y no en cualquier momento. Ocurre precisamente cuando hay que pactar para abrirse paso en la delicada negociación de aprobar los presupuestos. Pedro Sánchez hace de árbitro en este partido. Y con muy poca capacidad de maniobra. Por muy ruda que se ponga la cosa, tiene que pensarlo mucho antes de sonar el silbato. Y nada de tarjeta amarilla y menos roja. En esta cancha el colegiado se la juega más que nadie.
Al no poder sacar una tarjeta roja, por ahora solo echa mano de un pañuelo blanco. «Si nos rompemos, perdemos el Gobierno», le habría dicho a sus colaboradores y ministros, según ha trascendido. Por lo menos, Sánchez cuenta con José Luis Ábalos, como una suerte de juez de línea, intentado apaciguar los ánimos entre los dos grandes bloques.
Pragmatismo económico
En este «clásico», el hueso más duro de roer es el sector ortodoxo, donde Nadia Calviño y José Luis Escrivá se mueven como delanteros. A ambos se les considera los más técnicos (y en consecuencia los menos políticos). Por ello han sido los más frontales en el enfrentamiento con Podemos.
Calviño y Escrivá están claros. El manejo de la economía y la seguridad social no pueden supeditarse a axiomas ideológicos, sino a los hechos y estrategias prácticas. No es de extrañar que vean con resquemores el excesivo esfuerzo de Pablo Iglesias y compañía por colocar la comunicación política por encima del trabajo.
Cuando las propuestas priman lo ideológico por sobre lo financiero, sanitario o social, los problemas no se hacen esperar. Este tipo de iniciativas ponen en riesgo la capacidad de negociación de España con el resto de la Unión Europea. Y en medio de la pandemia se necesita más que nunca del apoyo del bloque para lograr la recuperación.
Calviño se está centrando en la UE y en todas las reformas que se deberá abordar para sanear las finanzas públicas de España. Entre ellas, una reforma tributaria.
La ministra de Economía no participó en la presentación del Presupuesto General del Estado del pasado martes. Se ha limitado a decir que los presupuestos para 2021 representan un pequeño avance en el marco de las ambiciosas reformas estructurales que se necesitan.
Si Calviño y Escrivá se mueven como delanteros, María Jesús Montero se ubica más hacia el medio campo. Estuvo al frente de la negociación con Podemos y está muy alineada con Pedro Sánchez.
Monarquía y República
La Monarquía ha sido uno de los mayores lastres en el esfuerzo de mantener a flote la coalición entre PSOE y Podemos. En el Congreso, los socialistas rechazaron una y otra vez que avanzase la investigación contra el rey emérito Juan Carlos I. Los morados registraron el 6 de marzo la petición de crear una comisión para indagar las supuestas comisiones de Arabia Saudí por la adjudicación del AVE de La Meca.
Sin el apoyo en el Parlamento, la petición no prosperó. Tan solo sirvió para evidenciar las diferencias entre los socios del Gobierno. De hecho, el PSOE se unió entonces al Partido Popular y a Vox: votó en contra de la propuesta.
Otro capítulo cumbre en esta novela del tumultuoso matrimonio de PSOE y Podemos fue el del veto a la visita de Felipe VI a Cataluña, al acto de entrega de despachos a nuevos jueces. Las discrepancias entre los socios de la coalición por este impasse, levantaron tensiones en el propio Consejo de Ministros.
Si bien no hubo un debate abierto, trascendió que el malestar desatado en amplísimos sectores del Poder Judicial y de la sociedad civil agravó la tirantez entre los ministros del PSOE y de Podemos. Una vez más, el propio Pedro Sánchez tuvo que hacer de árbitro, con guantes de seda.
Por su parte, Junts per Catalunya, ERC, la CUP, PNV, BNG, MasPaís, Compromís y EH Bildu registraron en junio la misma petición para investigar a Juan Carlos I, por la presunta implicación del rey emérito en actos «relacionados con blanqueo de capitales, cobros de comisiones y fraude fiscal en la contratación de la segunda fase de la construcción de la línea de ferrocarril de AVE».
Estos episodios también son un recordatorio de otro foco de tensiones entre los socios del Gobierno: el separatismo. Aquí Pedro Sánchez pasó del cielo a la tierra para lograr la alianza que le llevara a la Presidencia. Un cambio que siempre le recuerdan la oposición, la prensa y la opinión pública. Y, de nuevo, es el centro de las discrepancias entre el sector más conservador del PSOE y los radicales de Podemos.
El próximo paso
El discurso de Pablo Casado en la fallida moción de censura contra Pedro Sánchez marcó un antes y un después. No solo le tiró la puerta en la cara a Santiago Abascal, sino que sirvió para que el presidente de Gobierno le tendiera un puente que abre las posibilidades a un acercamiento.
De plano, los populares han dejado claro (muy claro) que ni el separatismo, ni los ataques a la Monarquía, ni las medidas económicas que obstaculicen las relaciones Madrid-Bruselas, ni el apoyo a regímenes totalitarios serían aceptables en el marco de un entendimiento con el Gobierno.
Y mientras tanto, sigue allí la presencia de Ciudadanos, que ha tratado siempre de mostrarse más equilibrado y conciliador. Si la moción de censura sirvió para aislar al extremismo derechista de Vox, el próximo paso podría marginar a los radicales de la banda contraria.
De cara a la aprobación de los presupuestos Pedro Sánchez tendrá que medir sus pasos al milímetro. La gran ventaja con la que cuenta, es que no se le hace difícil cambiar como una veleta. No importa que la hemeroteca venga a recordarle cuántas veces se ha desdicho.
Un día aseguró que no se dejaría chantajear por Podemos para pactar, solo para ser Gobierno. También aseguró que no apoyaría a los independentistas. La lista es larga. Un cambio de posición que le aleje de sus socios y le acerque a sus adversarios no luce descabellado. Al final de todo, lo que se necesita no es que la ideología se alinee, sino que las cuentas cuadren. La aritmética, a veces, puede ser más importante que la política.
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