Por Iñigo Aduriz
25/09/2017
72 años después del final de la II Guerra Mundial, Europa sigue sin estar vacunada contra el extremismo y la xenofobia. La última evidencia se ha dado en el país que en su pasado más vergonzante tenía la mancha del nazismo. La extrema derecha ha regresado con fuerza a Alemania. Y lo ha hecho con un fuerte discurso antiinmigración y racista que, siete décadas después, ha seducido al 13,3% de los alemanes.
El caso de Alternativa para Alemania (AfD) es grave precisamente por ese pasado del nazismo en la locomotora de Europa. Y también porque podría resultar determinante a lo largo de la legislatura. Todo por la necesidad del partido de Angela Merkel de contar con socios que avalen sus políticas.
Pero la ola xenófoba barre Europa desde hace años. Y, sobre todo, a raíz del estallido de la crisis mundial de 2008. Gran parte de la ciudadanía, hastiada por la gestión de los partidos tradicionales, ha decidido subirse al carro del populismo racista. Han percibido el proteccionismo, el euroescepticismo y el cierre de las fronteras como solución a sus problemas. Y se han visto seducidos por el nacionalismo y la exclusión social del diferente.
Ocurrió en los países nórdicos o en Holanda. También en Austria, Polonia o Hungría. E incluso en Reino Unido el xenófobo UKIP impuso su ideario. Y llegó a forzar al exprimer ministro, David Cameron, a convocar la votación sobre la permanencia del país en la UE. Un plebiscito que concluyó con el triunfo del Brexit. También en Francia la ultraderecha del Frente Nacional impulsó a Le Pen a la segunda vuelta de las presidenciales. Aunque finalmente las ganó Emmanuel Macron.
Las soluciones
El cáncer de la xenofobia exige de la terapia de una mayor integración. La pedagogía de la tolerancia, la pluralidad y la diversidad deberá incorporarse a la agenda comunitaria cuanto antes. Dejar atrás el discurso de la diferencia para destacar lo que une a la ciudadanía europea.
El propio Tratado de Lisboa destaca que «la unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho y respeto de los Derechos humanos». Incluidos «los derechos de las personas pertenecientes a minorías».
«Estos valores son comunes a los Estados miembros», apunta. «En una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres», concluye el texto.