La felicidad no es un recuerdo del pasado o una promesa de futuro. Encarna un estado de la mente que consiste simplemente en estar, aquí y ahora, con atención consciente y plena aceptación. No es fácil alcanzarla. Requiere una predisposición y cierto entrenamiento, sobre todo de la mente.
Vivimos inmersos en una sociedad consumista y materialista, condicionada por la inmediatez, en la que fijamos la felicidad en todo lo externo, en los bienes que poseemos y en los que anhelamos, todo aquello que, de alguna manera, nos es ajeno, que no nos pertenece.
No hay un objeto material que nos pueda proporcionar una felicidad duradera, si acaso el placer de lo nuevo, que es efímero y caprichoso, una falsa y fugaz sensación de bienestar. A menudo, confundimos la felicidad con la satisfacción.
Esa fijación en buscar la felicidad fuera de nosotros nos conduce al sufrimiento. En realidad, no sabemos qué es la felicidad ni somos en absoluto conscientes del poder de nuestra mente para encontrarla.
Resulta asaz complicado intentar comprender el mundo en que vivimos si somos incapaces de entendernos a nosotros mismos. No sabemos valorar lo que tenemos, y así andamos, mirando hacia atrás, ocupados en resolver lo que hicimos mal, lo que ni siquiera llevamos a cabo o preocupados por el porvenir, impotentes ante los desafíos y retos que debemos abordar para salir adelante.
El autoconocimiento y la felicidad
Una zozobra que oscila entre los males que nos afligen y los riesgos que nos amenazan, entre la depresión y la ansiedad. La felicidad no es sino la consecuencia del autoconocimiento. Y para conocernos mejor es preciso deshacernos del ego, deconstruir nuestro egoísmo, que tanto contribuye al desequilibrio, a la falta de sostenibilidad tanto en la economía como en el medioambiente o en el ámbito social.
La construcción de un mundo más humano, justo y regenerativo en el que la sostenibilidad es abundancia persigue alcanzar el bienestar y la felicidad, un estado de gracia que nos lleve a vivir una vida apasionada, plena. Para ello, necesitamos estar conectados con la vida, con la vida buena, la que tiene que ver con vincularnos a lo esencial para la existencia.
Solo entonces asumiremos que el éxito no es en sí una meta, sino que es quizás otro resultado de haber vivido o experimentado la felicidad. Aquí radica el auténtico significado del secreto del zorro de Saint-Exupéry en El principito: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.