Por Iñigo Aduriz
14/03/2016
n una entrevista radiofónica al primer secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, el entrevistador mostraba su tristeza porque el acuerdo para investir a Carles Puigdemont como president catalán evitaba una nueva campaña electoral en la que hubiera podido volver a ver al líder del PSC bailar en los mítines electorales. El socialista también lo lamentaba y aseguraba que ya estaba ensayando porque incluso pensaba en cantar en actos futuros. Se trataba de una conversación que transcurrió en un tono de ironía, pero lo cierto es que destacados miembros del PSC han reconocido que, ante la polarización con la que se vivió la última campaña electoral catalana, sólo conseguían tener presencia en los medios cuando su máximo dirigente se subía al escenario y movía sus caderas al frenético ritmo del Don’t stop me now de Queen.
Así es la era de la política pop. En un mundo dominado por la comunicación, la conectividad y la interactividad, los políticos son los nuevos iconos. Sus puestas en escena han trascendido los habituales mítines o ruedas de prensa y se adentran en el terreno de la diversión o el entretenimiento. A esta tendencia que se consolida en España ya le pusieron nombre en Estados Unidos hace años: politainment, la mezcla de politics (política) y enterteinment (entretenimiento). El marketing y la imagen, aspectos cruciales en el desarrollo de la economía, se han trasladado también a las estrategias de los representantes públicos y amenazan con acabar con la ideología y las propuestas programáticas.
La tendencia de primar la actitud, la apariencia y los gestos antes que las ideas se ha generalizado en los últimos años, sobre todo a raíz de la irrupción de Podemos y Ciudadanos. Como explica el asesor de comunicación y consultor político Antoni Gutiérrez Rubí, ambos “son partidos que han entendido perfectamente cómo funciona la sociedad digital y el concepto multiformato y multipantalla. Los de Pablo Iglesias y Albert Rivera “han hecho de contenidos como memes [caricaturas que se difunden por las redes sociales], vídeos, tuits o infografías el eje de la acción política y eso ha provocado que no hablemos tanto de sus ideas como de lo que dicen y hacen, que no es exactamente lo mismo”. A ambas fuerzas les ha funcionado. “Han pasado de cero a todo”, explica Gutiérrez-Rubí, que tiene claras las razones: “Cuando el ecosistema dominante es el de la comunicación, establecer una estrategia política basada en la comunicación es un acierto”.
Un ejemplo de esta nueva tendencia se dio el pasado 13 de enero, durante la sesión de constitución del nuevo Congreso de los Diputados. Prácticamente todos los grupos coincidieron en destacar que el nuevo presidente de la Cámara, el socialista Patxi López, pronunció un buen discurso marcado por el cambio y en el que abogaba por el entendimiento. Pero sus palabras apenas trascendieron a la opinión pública. Tampoco el hecho de que hubiera varios escaños ocupados por políticos con asuntos pendientes con la justicia.
La influencia de los emergentes
Sobre las ideas prevalecieron el simbolismo, la estética y las formas, algo a lo que contribuyeron las fuerzas emergentes. Las palabras de López apenas encontraron hueco en las portadas de los diarios, que optaron por dedicar sus primeras páginas al bebé de Carolina Bescansa, diputada de Podemos, que también pasó por los brazos de Pablo Iglesias o Íñigo Errejón en un gesto que, más que reivindicativo, pareció marketiniano. O eligieron la foto del tinerfeño Alberto Rodríguez, también de la formación morada y primer parlamentario con un peinado rasta.
Lo mismo sucedió en los medios audiovisuales. Las calculadas fórmulas de promesa utilizadas por los 69 diputados de Podemos y sus confluencias, que no tienen ningún efecto legislativo, protagonizaron la sesión y le dieron un simbolismo con el que pretendieron representar la “renovación” de la política. Las frases y los continuos abucheos que provocaron en el resto del hemiciclo abrieron los telediarios y los boletines de las radios, más por el revuelo que causaron que por lo que dijeron.
Ángel Vila, investigador de opinión pública y efectos de los medios de comunicación en la política y miembro de la plataforma Politizen, aseguraba recientemente que en la administración, las instituciones y los partidos está ocurriendo lo mismo que en la economía mundial. “La gente no compra un producto ni una marca. La gente compra un sentimiento, una emoción, un sentido de pertenencia. Lo saben bien las principales multinacionales. Ahora los políticos lo adaptan a sus discursos”.
En España una de las primeras líderes políticas en aplicar esta fórmula fue la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre. Cuando un equipo o deportista madrileño, fuera de la disciplina que fuera, lograba algún título, corría a recibirlo e incluso vestía su camiseta o trataba de jugar y demostrar sus dotes ante las cámaras.
En otro icono pop de la política española se ha convertido el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. Pocos le conocen por sus ideas y sus discursos y muchos por recibir a cualquier dirigente estatal con un plato de anchoas de la región o por vestir el traje típico de la montaña de su comunidad en Navidad. Él mismo, que en 2014 llegó a tener un programa en Telecinco, Este país merece la pena, ha buscado su caricaturización para encontrar la cercanía con el electorado.
El impacto visual también lo ha perseguido Ciudadanos desde que nació. El primer recuerdo que la mayoría de los españoles tienen del partido naranja es una imagen de su líder, Albert Rivera, completamente desnudo. Fue en 2006 y el eslogan aventuraba lo que iba a suceder en el futuro: “Sólo nos importan las personas”. Ni un ápice de contenido ideológico. Diez años después también se le reconoce como un partido que cuida del aspecto físico de sus principales portavoces. Ligan la apariencia o el marketing a su plan político para influir en la percepción de la ciudadanía.
Podemos, por su parte, emergió gracias a la televisión. El programa La Tuerka, presentado por Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, tan sólo fue la plataforma de salida de la formación morada. En 2014, el hoy líder del partido se convirtió en el rey de las tertulias políticas televisivas. Consciente de la importancia de la cultura del entretenimiento en la vida pública, él y la mayoría de los portavoces de su organización han recibido clases de arte dramático. Hoy su presencia en la pequeña pantalla ha trascendido el ámbito político. En campaña, a Iglesias se le pudo ver cantando en ¡Qué tiempo tan feliz! (Telecinco), que presenta María Teresa Campos; o sometiéndose a los experimentos y bromas de El Hormiguero (Antena3), de Pablo Motos, a quien también le recitó una canción de Javier Krahe. Es lo que le ha hecho carismático para unos y odioso para otros. Iglesias ya es un icono pop, y no sólo por todos los elementos de merchandising como chapas o pegatinas que circulan entre sus simpatizantes. Se le identifica con su aspecto, su inolvidable coleta. Incluso compuso un rap con uno de sus discursos.
La cultura del politeinment la han hecho suya, también, los considerados partidos más tradicionales. Hasta hace un par de años las agendas de PSOE y PP incorporaban comparecencias, ruedas de prensa y, en contadas ocasiones, intervenciones en espacios televisivos que siempre estaban relacionados con la política más seria. En la actualidad no hay día en que los secretarios generales o portavoces no asistan a espacios en los que la línea entre la información y el entretenimiento es más confusa como El Programa de Ana Rosa (Telecinco), Espejo Público (Antena3), El Hormiguero (Antena3) o El Intermedio (La Sexta).
En las semanas previas al 20D Mariano Rajoy no concedió ninguna entrevista a El País o a El Mundo, los dos principales diarios de tirada nacional –tampoco a Cambio16– y, sin embargo, sí comentó un partido de la Champions League en Tiempo de juego (Cadena Cope) o habló de su vida en el espacio En la tuya o en la mía (TVE) presentado por Bertín Osborne. Ambas intervenciones estuvieron cargadas de un fuerte componente personal. Al primero fue acompañado por su hijo pequeño, a quien le reprendió públicamente con una colleja por una salida de tono. En el segundo, dio muestras de tener cierta destreza en el futbolín, pero no en la cocina. No hablaron de propuestas políticas ni de pactos, pero sí de la infancia del presidente, de sus gustos o de su forma de ser. Lo mismo sucedió durante su intervención en ¡Qué tiempo tan feliz!
La estrella de la televisión en los últimos tiempos sen las filas del PP no ha sido, en cambio, su máximo líder, sino la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. Ha mostrado todo tipo de habilidades al margen de la política: bailó en el programa de Pablo Motos, en una actuación que motivó miles de memes en las redes sociales, que no hicieron más que multiplicar el impacto de su hazaña; además, participó en Planeta Calleja (Cuatro), un espacio de aventuras y de deportes de riesgo en el que recorrió parte del Camino de Santiago andando, en un veloz todoterreno que condujo ella misma, y hasta en globo. En medio del programa la hasta ahora número dos del Gobierno telefoneó a Rajoy, que se limitó a comentar que estaba viendo un partido de fútbol. Los españoles volvieron a conocer algunos de los aspectos más personales de Sáenz de Santamaría, pero no sus planteamientos políticos.
Jesús Calleja, el presentador del show, a punto estuvo de acabar literalmente tanto con Sáenz de Santamaría como con Albert Rivera, que también se sometió a los retos del asturiano. La primera tuvo un accidente en globo y, el segundo, otro en un vehículo de rally que acabó dando vueltas de campana. Aunque los dos resultaron ilesos, ambos sucesos tuvieron un importante eco mediático tras su emisión.
El PSOE no ha sido la excepción. En Planeta Calleja, además de dar muestras de su destreza escalando, Pedro Sánchez hizo un rappel volado [técnica de descenso en la escalada] desde un aerogenerador de 70 metros de altura, y ascendió el Peñón de Ifach. No habló de política. En otro episodio televisivo, el dirigente socialista quiso hacer un guiño al electorado más concienciado con los animales. Para ello utilizó el programa del corazón Sálvame (Telecinco). En septiembre de 2014 telefoneó al presentador del espacio, Jorge Javier Vázquez, para manifestarle su compromiso en contra de la fiesta del Toro de la Vega. Éste último, sorprendido, atendió la llamada en directo, lo que generó una olémica sobre las formas del entonces recién elegido secretario general de los socialistas, que trascendió el espectro estrictamente político.
La apuesta por el simbolismo de sus asesores se percibió el día en el que anunció su candidatura a la Presidencia del Gobierno. Lo hizo frente a una inmensa bandera de España, que fue la que llamó la atención de periodistas y espectadores. También sorprende que su esposa Begoña le acompañe a prácticamente todos los actos públicos en los que participa, convirtiéndose en una especie de primera dama en la sombra, al más puro estilo de los presidentes norteamericanos.
“La imagen en política siempre ha sido importante”, explica el analista político José Juan Verón. “Lo que sucede es que en los últimos lustros esta tendencia se ha acrecentado y la importancia de la imagen está acabando por superar al discurso político, a la ideología y a las propuestas”. El seguimiento masivo que tienen las televisiones y las redes sociales frente a otros formatos está consolidando esta tendencia. “Son medios en los que prima la inmediatez y no cabe la reflexión, el debate y la argumentación. No existe opción a explicar las cosas, lo que los aleja de lo que en teoría debería ser la política”, añade Verón.
Ana Salazar, directora de investigación y estrategia de la compañía de análisis político Redlines, insiste en que “la imagen es el mensaje, por lo que es lógico pensar que también en política se use de forma estratégica ya sea para llamar la atención o para pasar desapercibido, para provocar, negociar o pedir el voto”.
La participación cada vez más habitual de los dirigentes políticos en espacios y formatos alejados de su actividad principal y que se centran en explotar los aspectos más personales, puede resultar extraordinariamente positiva de cara al electorado. “Hay que poner en valor la extraordinaria importancia del contenido emocional para la política”, apunta Antoni Gutiérrez Rubí. “Hazme sentir algo y acabaré pensándolo. Por lo que si hay entornos, espacios televisivos o situaciones que me permiten utilizar un bagaje, unos contenidos o un lenguaje emocionales es extraordinariamente positivo para la acción política”.
Un cambio de paradigma
El consultor considera un acierto que los políticos participen en programas como el de Bertín Osborne, en el que enseñan sus casas o muestran sus facetas más domésticas. “Dime cómo vives y te imaginaré como presidente. Déjame entrar en tu cuarto de baño y me haré una idea de cómo será el Consejo de Ministros. La información personal es muy valiosa para los electores, porque les da mucha información de cómo van a ser los gestores”.
Pero, ¿existe el riesgo de que esta banalización de la política anule o arrincone las ideologías y las propuestas de fondo? “En buena parte sí”, señala Verón. “Las conversaciones habituales en relación con la política en la actualidad no se centran en principios ideológicos y ni siquiera en proyectos de sociedad, sino si uno cae mejor que otro, si te fías de tal o cual, o si al otro le han encontrado tal historia. En esta situación no cabe lugar para el debate político”. Por el contrario, César Calderón, director general de Redlines, no cree que haya ningún riesgo para las ideologías, que “existen antes de los platós de televisión y sobrevivirán como lo han hecho antes a otros canales que eran hegemónicos y ahora están obsoletos”.
Gutiérrez Rubí considera que “despreciar la política pop por el hecho de parecer más superficial, accidental o circunstancial es no comprender cómo funciona el cerebro porque el de los electores tiene una fuerte carga emocional”. Él no se atreve a vaticinar cuáles serán los efectos que el politeinment pueda tener la gestión de lo público, si bien reconoce que “se producen las circunstancias para que la politización de nuestras vidas sea un elemento más cotidiano. Desde el punto de vista democrático me parece sano”, señala.
Verón afirma, en cambio, que “se ha perdido el debate sobre las cosas que de verdad afectan a la gente y se ha desviado hacia lo que incumbe a los políticos, que pueden ser carne de tertulia televisiva. Si banalizamos y simplificamos hasta la caricatura los temas complejos, cada vez estaremos más lejos de resolverlos”. El también periodista advierte de que la política pop “puede llevar al desencanto” en el medio plazo, “a un desenganche de los ciudadanos y a un crecimiento de los fascismos o los movimientos ultra”. Pero lo más inmediato es, a su juicio, “que se están vaciando de contenido los parlamentos, en los que se trata de reproducir las mismas lógicas de la política pop pero en los que necesariamente el trabajo debería ser de mayor profundidad”.