El confinamiento al que nos vemos sometidos pone a prueba nuestra forma de ser, nuestro comportamiento y nuestras relaciones en un contexto que jamás habíamos vivido.
El coronavirus nos ha sacado de nuestra vida cotidiana, de nuestro confort, trastocando todos los parámetros de convivencia y poniendo al mundo entero en alerta máxima. Se puede polemizar, y algunos lo hacen, sobre si se tenía que haber previsto esa pandemia. Al parecer no ha sido así porque más de 170 países se han visto afectados por la COVID-19.
No son momentos de autoflagelación ni de culpas ajenas. Tampoco lo son para los charlatanes, profetas, divulgadores de pacotilla, de noticias falsas y futurólogos del apocalipsis. Llegará, y en su momento, la crítica y la autocrítica de los errores que se han cometido, pero ahora toca unir todos los esfuerzos. Intentar remar conjuntamente y de forma coordinada para llevar a buen puerto el barco, que se ha tambaleado, pero resiste y resistirá todos los zarandeos del temporal. Nadie puede hacer la guerra por su cuenta. Esta es una guerra global.
En los periodos de mayor vulnerabilidad es cuando se comprueba el grado de madurez y de respuesta de toda una sociedad. En Europa y desde el siglo pasado hemos vivido dos guerras mundiales, guerras civiles, terrorismo y varias crisis económicas. De todas ellas hemos salido con mayor o menor fortuna, pero siempre fortalecidos. El coronavirus y sus consecuencias socioeconómicas van a ser los nuevos retos a los que estamos y estaremos enfrentados en los próximos meses.
La UE debería abanderar un plan Marshall
El esfuerzo va a ser titánico y descomunal y vamos a necesitar del apoyo de todos, de todos los gobiernos e instituciones, tanto del sector público como del privado. Esta dramática tragedia nos pone nuevamente frente a Europa con una Unión Europea que una vez más no está a la altura de las circunstancias. Es lamentable y hasta desolador comprobar cómo los europeos no somos capaces de acordar medidas conjuntas para abordar una crisis que nos afecta y cuya repercusión va a tocar a todos.
La UE, que ha permitido la reconstrucción de Europa y consolidar el estado de bienestar, debería abanderar la proyección de un plan Marshall para evitar el coma económico. Un plan que, a pesar de los sacrificios, permitiría confiar y creer en nuestro modelo europeísta. Si en la segunda contienda mundial las ayudas llegaron de los EEUU, ahora no podemos estar en manos de los chinos. Europa debe ser autosuficiente y no depender de terceros países. No es de recibo que el 70% de los medicamentos que consumimos venga de China. Nuestra propia supervivencia obedecerá a la necesidad de una mayor unión para autosatisfacer nuestras demandas y necesidades.
La COVID-19 nos ha mostrado nuestras debilidades como sociedad. Llevábamos varios años en una carrera sin frenos en un mundo globalizado que lo ha engullido todo. No hemos tenido ni la menor reflexión porque solo valía el producir y consumir. Hemos estado metidos en un tren de alta velocidad, en el que solo importaba llegar a la hora a su destino. No hemos sido capaces de parar, en plena campiña, para ver dónde estábamos. Bajar del tren para contemplar y disfrutar del paisaje. Ponernos a pensar dónde estamos y adónde vamos. Es evidente que volveremos a subir al tren y que este proseguirá su ruta. Pero al ocupar de nuevo nuestro asiento, esta parada momentánea nos debería servir para reflexionar sobre nuestro sentido de la vida, para saber y aprender cuáles son nuestras verdaderas necesidades y prioridades.
Regresar a la esencia del periodismo
Esta misma reflexión sirve para los medios de comunicación que, a menudo, se han mirado el ombligo sin ver la realidad, enfrascándonos en menudeces y luchas intestinas que los han alejado de la propia información. El deterioro del periodismo es manifiesto y por eso atraviesa la mayor crisis de credibilidad de su historia. Tenemos que regresar a la esencia que no es más que informar y ser la correa de transmisión de los hechos reales y no confundir la información con el amarillismo o el circo permanente.
Esta crisis que nos ha pillado y golpeado de lleno debería servir para replantear nuestra propia condición. Nunca debemos olvidar que somos unos mensajeros, el altavoz que debe permitir construir y alentar un mundo mejor. Tampoco vamos a obviar y renunciar a nuestro papel de críticos ante los errores de los gobernantes, pero hay que expresarse desde una crítica constructiva que nos permita seguir avanzando. El ADN de nuestra profesión, además de informar verazmente, es también ser honestos y objetivos. El periodismo debe también colaborar en traer luz y esperanza porque estamos en la misma embarcación que la sociedad.
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