Por Juan Salinas Quevedo
02/07/2017
El periodista español Antonio Pampliega (Madrid, 1982) y sus compañeros José Manuel López y Ángel Sastre fueron secuestrados en julio de 2015 por el Frente Al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria. Allí permanecieron en cautiverio durante 299 días, hasta la liberación el 15 de mayo de 2016. En su libro En la oscuridad (Ediciones Península, 2017) relata cómo pasó la gran mayoría del tiempo en soledad, incomunicado en un oscuro zulo cuyas paredes fueron testigo de la locura extremista, del sinsentido de las torturas y vejaciones, y de los miedos de un joven de treinta y tres años que viaja al corazón del infierno arriesgando su vida una vez más para mostrar al mundo el germen del terrorismo y las cicatrices que deja una guerra, como las que se le han quedado marcadas en sus muñecas fruto de la desesperación, la misma que arrastra al pueblo sirio a huir de tanta barbarie.
Después de un año de reflexión y análisis, y con su diario como carta de presentación, nos recibe para hablarnos de su secuestro. De fanatismos, de empatías. Del futuro de Siria, de la respuesta de Europa. De las diferentes víctimas. De amor al periodismo, y de reporteros que la última vez que se pusieron delante de una cámara fue para despedirse de sus familiares.
¿Qué supone, a nivel personal y profesional, cubrir una guerra como la de Siria?
Para mí marcó un antes y un después en todos los niveles, nunca había estado en Siria cubriendo una guerra y eso que había estado en otras como Afganistán o Irak. Todo lo que hoy soy es gracias a la guerra de Siria, al trabajo que he hecho, que ha sido reconocido con diversos premios. Puedo decir que cambia mi vida, para bien y para mal.
El hecho de ir como freelance y no bajo el amparo de un medio de comunicación -con mayores recursos económicos- eleva exponencialmente las probabilidades de sufrir un secuestro. ¿Crees que arriesgaste demasiado?
Durante los cinco años que he estado cubriendo la guerra de Siria sabía a lo que me exponía, he arriesgado mucho muchas veces. Lo que sí que quiero que quede claro es que si los medios de comunicación, tanto españoles como internacionales, nos pagasen lo que realmente vale nuestro trabajo podíamos haber contratado una escolta armada y quizá no nos hubiesen secuestrado. En las guerras mueren soldados, civiles, y también periodistas, y a veces no piensas que arriesgas tanto hasta que te ocurre algo así.
En el libro relatas lo duro que fue el secuestro, el hecho de estar solo, sin tus compañeros, durante 205 días, sufriendo humillaciones, amenazas, torturas, simulaciones de ejecución. No sabías si ibas a salir de allí con vida. Incluso intentaste el suicidio. ¿Qué fue lo que finalmente determinó que pudieses sobreponerte a la situación?
Yo recordaba a mi amigo Jim Foley, y aquella imagen que todos tenemos grabada de él: de rodillas, vestido de naranja, y detrás un yihadista con un machete. Sin embargo, nunca perdió su dignidad, no pidió clemencia, ni siquiera rompió a llorar… Y yo pensaba: «Si mi amigo Jim se fue así con esa entereza y dignidad, por qué no hacer yo lo mismo e intentar que mi familia se sienta orgullosa». Terminó siendo un ejemplo para mí y me apoyé mucho en su figura, en la de ese compañero que resistió hasta el final. Quitarte la vida es un acto de cobardía porque piensas: “cuanto antes se acabe esto, antes dejaré de sufrir”.
Hablas de la importancia de preservar la dignidad, ¿crees que es una manera de enfrentarte a ellos?
Sin duda. En ningún momento fueron indulgentes conmigo. Incluso el día que me liberaron, el 15 de mayo de 2016, entraron a mi celda vestidos con los ropajes del Estado Islámico, sabían que me iban a liberar pero a mí me dan a entender que me van a matar, ni siquiera ahí se apiadaron un poco de mí. Sólo hubo una ocasión, el 11 de abril, que les toco la puerta y les digo “ya no aguanto más, acabad conmigo”, y entonces deciden ponerme una televisión. Y lo podían haber hecho antes -a mis compañeros de secuestro, a Ángel y a López, se la pusieron en diciembre-. Quizá pensaron: “este tipo se puede poner violento, deberíamos aflojar”.
Tus captores se encargaban de debilitarte anímicamente mostrándote imágenes de otros periodistas ejecutados en zonas de conflicto, como a Foley. ¿Tenías miedo de acabar asesinado de la misma forma y delante de una cámara?
Sí, lo pensé muchas veces, no sabía exactamente de qué manera. A lo mejor decapitado como Jim o quemado vivo como el piloto jordano, esperaba por lo menos que fuese con un tiro en la nuca. Era consciente de que mi imagen podía acabar en Internet como uno de estos vídeos virales. Pensaba en lo que diría momentos antes de ser ejecutado y cómo la imagen de mi cadáver se le iba a mostrar al mundo.
¿Qué crees que hubiese pasado si en vez de Al Qaeda os hubiese secuestrado Daesh?
Que hubiéramos muerto.
¿Seguro, no?
Seguro. Sí porque Daesh lo que hace es matar a sus rehenes para hacer propaganda y sembrar el terror, entonces no hay liberación posible. Después de la liberación de los cuatro periodistas franceses, todos los demás occidentales que tenían en su poder los han ido ejecutando poco a poco.
Cuentas como, a pesar de todo, pudiste llegar a entenderlos y empatizar con ellos. ¿Piensas que también son víctimas de la guerra?
Sí, al final te das cuenta de que muchos de ellos son chavales jóvenes que se lo han robado todo. A lo que se aferran es a coger un arma y combatir. Tom, por ejemplo, con el que jugaba al ajedrez, tenía diecinueve años, era secuestrador de tres occidentales y la guerra empezó cuando tenía catorce. Pero, ¿quién no hubiese hecho lo mismo, no? A nuestros abuelos que hace ochenta años aquí en España salieron a defender la república no los juzgamos, sin embargo, sí nos atrevemos a juzgar a un sirio. Por tanto, los acabas entendiendo porque quizá nosotros en su situación haríamos lo mismo. Lo que no justifica que cojan las armas y se maten en nombre de Dios.
“En la oscuridad” es una declaración de amor al periodismo, a jugarse la vida por contar lo que muy pocos os atrevéis a contar. Cobrando cantidades muy bajas por parte de los medios. Perdiendo incluso dinero por ir a cubrir la guerra. ¿Se puede entender el libro -además- como una denuncia hacia la precariedad que existe en esta profesión?
El libro no está escrito en esa línea, no tiene ese objetivo. Aunque en una de las cartas que escribo a mi hermana hago una reflexión de lo qué es el periodismo y cómo es su situación actual. A veces te llegas a cuestionar tu trabajo, si de verdad merece la pena. Mi padre siempre me ha dicho “Antonio, tú no tienes un trabajo, sino un hobby muy caro”. Si yo no tengo un coche o una casa, porque no puedo pagar el alquiler o una hipoteca, es porque con mi trabajo no me lo puedo permitir. Es una triste realidad. Pero también te das cuenta de lo necesario que es que alguien cuente lo que está ocurriendo allí. Una vez una anciana me besó las manos y me dijo que rezaría por mí para que saliese vivo de Siria y pudiese contar al mundo como los estaban matando. Al final eso se vuelve tu prioridad.
¿Qué sensaciones tuviste cuando poco después de la liberación fuiste a Irak? ¿Tomas algunas medidas de precaución que antes no tomabas?
Más que nada pensé en mi familia, después de lo que ha pasado tienen miedo de que me vuelva a ocurrir. La vida nos ha cambiado a todos. Ahora soy menos egoísta, pienso más en ellos. Si antes iba a primera línea de combate ahora intento no hacerlo. De todos modos sigo trabajando de la misma forma, tomo las mismas medidas que antes: sigo llevando mi casco, mi chaleco, me muevo con las tropas, no voy nunca por libre, intento no ser un descerebrado y meterme en zonas complicadas… Y nunca se sabe, el secuestro no lo vimos venir, ni siquiera lo intuimos, nuestro fixer (persona de contacto de periodistas extranjeros), que creíamos de confianza, nos vendió y de repente se bajan tres hombres armados de una furgoneta y te das cuenta de que estás secuestrado.
Dijiste que no te constaba que nadie hubiese pagado un rescate por vuestra liberación. ¿Piensas que un gobierno que salve a alguien pagándole a un grupo terrorista -financiando así el terrorismo-, contribuye a seguir alimentando que haya secuestros?
Es que como no tengo constancia de que ningún gobierno haya pagado por liberar a nadie, no te puedo decir. Como no lo sé prefiero no decir nada.
¿Ves alguna solución posible para Siria?
Ya no, porque no hay nadie que pueda hacerse con las riendas del país. Ahora sólo queda tener esperanza de que en un futuro termine por ser algo parecido, ya no a Turquía, sino a El Líbano. Algo estable dentro de Oriente Medio. Pero a día de hoy, no. Hace años hubo una salida para quitar a un dictador que lo único que hace es masacrar a su pueblo. Pero ahora los sirios no piden democracia, sino la instauración de la sharia, y ser una república islámica como puede ser Pakistán o Arabia Saudí. Están en manos de yihadistas y de grupos radicales islámicos.
El número de muertos en Europa víctimas de atentados sigue creciendo, y no sólo en Europa sino en multitud de países de Oriente Medio, ocasionados por una ideología cada vez más infundida. Tú cuentas en el libro como incluso intentaron convertirte al Islam.
Contra la ideología es muy complicado combatir, pero nosotros lo único que hacemos es fomentar esa radicalización. Una pregunta que debemos hacernos como sociedad es: ¿qué lleva a un europeo nacido en Manchester a recorrer miles de kilómetros hasta llegar a Al Raqa, y una vez allí coger un cuchillo y decapitar a otro occidental a sangre fría? No es sirio el que le cortó la cabeza a Jim Foley, era europeo como nosotros. ¿Qué lleva a chavales a coger mochilas bomba e inmolarse en el aeropuerto de Bruselas o a atentar en Manchester o París? ¿Qué estamos haciendo mal?, ¿qué valores estamos fomentando para que ellos habiendo nacido aquí nos lleguen a odiar y a querer matarnos?
En un capítulo narras el momento en el que llegas a una casa deshabitada en Alepo y te encuentras con fotografías y restos de enseres de familias que un día tuvieron que salir huyendo de sus hogares, para luego encontrarse con una Europa repleta de obstáculos.
Ellos son las mayores víctimas de la barbarie. Huyen del infierno. Yo he cubierto muchas guerras pero ninguna como la de Siria, ese grado de crueldad y de maldad, machacando constantemente y sin descanso a los civiles. Cualquier persona hubiera huido de esa locura. Cuando desde Europa, desde diferentes perfiles, se dice que es que vienen a quitarnos el trabajo, que son terroristas… a mí me da mucha pena, y gran parte de culpa la tenemos los medios de comunicación por no haber explicado bien lo que es la guerra de Siria. Si tú vas allí y pones una cámara en un hospital y enseñas las atrocidades que están ocurriendo -aunque no sepas el por qué-, la gente saldría a la calle gritando “No a la guerra”. Pero aquí nadie ha dado un golpe en la mesa, y llevamos ya seis años y más de medio millón de muertos. Solamente se denunció el bombardeo de Trump y sólo en ciertos sectores de la izquierda. Una izquierda que por otro lado justifica las masacres de Bashar al-Ásad. A mí como europeo y occidental me da vergüenza como se está gestionando esto.