José F. Estévez/ abogado y filólogo
Oigo hablar de Pactos de la Moncloa y me estremece la idea. Me trae recuerdos de esa España de televisión en blanco y negro y antena UHF como gran novedad. Eran tiempos difíciles y, por eso, algunos españoles de mi generación tal vez aún los recuerden grabados en su memoria.
Corría el mes de enero de 1977. La Universidad, los grises, mi segundo año en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense de Madrid. El secuestro de Oriol y Urquijo. Cuando los de la Brigada Político-Social ya habían descubierto el truco de la peluca de Carrillo, que había regresado a España después de 40 años de exilio.
Eran tiempos complejos y que fueron decisivos. No había aún Constitución. El 65% de nuestra energía era dependiente del extranjero. La inflación era galopante y alcanzaba cifras desoladoras, que llegaban al 28%. Los intereses por un préstamo hipotecario rondaban en torno al 19% y, eso sí, con suerte, te lo concedían. Y del paro mejor no hablar. No estábamos aún en la CEE como entonces se llamaba, ni en la OTAN, ni realmente se nos esperaba.
En una Comunidad Europea de nueve Estados miembros, España era mirada con recelo por los socios comunitarios debido a sus antecedentes políticos y su carencia de estabilidad económica. Amén de competir en productos agrícolas con Francia e Italia.
ETA o el GRAPO golpeaban casi a diario, asesinando a miembros de las sufridas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de Estado. Eran los años de plomo del terrorismo. Criminales ultras segaban la vida de los abogados laboralistas de Atocha.
Comprenderán ustedes ahora por qué la vista atrás me estremece y me entristece, aunque no me quita un ápice de esperanza ni confianza en nuestro país hoy, en esta Semana Santa de confinamiento, con la vista puesta en el futuro. Y a pesar de la pandemia que sufrimos. Somos uno de los grandes países de Europa. Hemos superado retos más arduos. Hasta hace solo cuatro semanas en que se declaró la crisis del coronavirus este país que llamamos España había afrontado con éxito bastantes de sus grandes dificultades, como evitar el rescate por la UE, sacar la cabeza saliendo ya de la última recesión económica, enfriar la división entre españoles, continuar la construcción y mantenimiento de nuestro Estado social y democrático de derecho como reza la Carta Magna de 1978, y jugar un papel activo como cuarta potencia económica dentro de la zona euro. Y, desde luego, mitigar el paro, sin duda nuestro peor estigma.
Es cierto que aún quedaba abierto y sin resolver algún debate interesado y partidista alentado por nacionalistas y Podemos sobre el Estado plurinacional, pero no es menos cierto que su resolución no era otra cosa que una moneda de cambio para que el nuevo PSOE de ideas radicales pagara favores a los separatistas con el solo objetivo de sostener a Sánchez en el poder.
¿Porque reeditar los Pactos de la Moncloa?
Entonces, ¿qué está pasando? ¿Por qué razón, con toda España confinada en sus hogares y el Ejército en la calle, algún listo del Gobierno nos dice que hay que volver a reeditar los Pactos de la Moncloa? ¿Es que el Gobierno no tiene bastante con luchar contra la COVID-19? ¿Es que el Gobierno está satisfecho con su gestión considerando los más de 15.000 muertos contabilizados hasta ahora en las morgues? ¿Es que está el Gobierno orgulloso de que cada comunidad autónoma se busque la vida por su cuenta para comprar material sanitario en el mercado persa internacional? ¿Y por qué otro listo de Moncloa nos anuncia por decreto que el Sr. Iglesias será miembro del CNI? ¿Y cuándo se ha visto que con el Parlamento cerrado y en pleno estado de alarma el Gobierno nos anuncie que se despenalizan las injurias al Rey?
Nosotros no necesitamos unos nuevos Pactos de la Moncloa, sino un inquilino de palacio que cumpla el pacto social contraído con los ciudadanos que de buena fe le votaron. Solamente eso. El problema de España no es el Sr. Iglesias sino el Sr. Sánchez, quien considera que un país se dirige con eslóganes de marketing.
Para obtener un resultado tan importante y valioso como fueron los Pactos de la Moncloa de 1977 sería necesario un “consenso” que incluyera a todas las fuerzas del arco parlamentario. Y ello exigiría un inteligente componedor de voluntades políticas como lo fue Suárez en su día.
Debería comenzar por un acuerdo entre los extremos del espectro político, a saber: Podemos, batasunos, separatistas y Vox. Y luego un buen entendimiento con el centroderecha del PP, como en 1977 hiciera el Adolfo Suárez de la UCD con Felipe González. Y para ello el presidente Sánchez debería tener un perfil de buen negociador de compromisos y ubicarse en el centro del espectro político. Resulta evidente que Sánchez por su trayectoria acreditada carece de esta habilidad y, además, desde hace al menos dos años viene radicalizándose y asumiendo las tesis de los extremistas y podemitas.
En el otoño de 1977 al frente de los Pactos de la Moncloa estaba un presidente como Adolfo Suárez que creía firmemente en la monarquía parlamentaria constitucional y, además, se encontraba respaldado por el Rey que, a la sazón, había sido designado sucesor a la Corona por las Cortes franquistas. Pudo ser un Rey absoluto y no quiso serlo.
Por otra parte, Suárez, que venía del Movimiento Nacional, partido único de la autocracia, se rodeó no solo de los “suyos” (como hace ahora Sánchez), sino también de los “otros” (la oposición antifranquista, Junta y Platajunta democrática que acogía desde comunistas leninistas, maoístas, socialistas, hasta democristianos), es decir, de personalidades con el peso político de Santiago Carrillo o Sánchez Montero, del PCE, y de la rama del PSOE vencedora en el Congreso parisino de Suresnes, como Felipe González y Alfonso Guerra. Estos opositores conocían mejor la España auténtica, la interior, no la del exilio histórico, que en aquella época encabezaba Rodolfo LLopis, quien había liderado el Partido Socialista en el extranjero. Por eso se impusieron los jóvenes sevillanos y, más tarde, en un congreso extraordinario, tras un bronco debate interno, estos eliminarían el ideario marxista de los estatutos del partido. Estas egregias figuras políticas, junto a otras provenientes del anterior régimen, decidieron acudir aquel otoño histórico de 1977 a la convocatoria de Suárez para coser los famosos Pactos de la Moncloa.
En octubre de 1977, un equipo de grandes economistas liderados por el inigualable catedrático de Hacienda Pública Enrique Fuentes Quintana, a la sazón vicepresidente segundo económico del Gobierno, se puso manos a la obra. Se rodeó de los mejores como Blas Calzada, Luis Ángel Rojo, José Luis Leal y Manuel Lagares, entre otros. Excelentes economistas que ocuparían años después puestos claves en el gabinete de Presidencia, en la CNMV o en el Banco de España.
Pero un buen equipo de técnicos es un chasis sin motor si no cuenta con un verdadero líder político inteligente y sagaz que los pastoree. Y esa persona se llamaba Adolfo Suárez, que había tenido buenos maestros como Herrero Tejedor, a quien debía su carrera política durante la dictadura, y Torcuato Fernández Miranda, ínclito presidente de las Cortes y personaje clave para la designación de Suárez en la terna que el Consejo del Reino presentó al rey Juan Carlos unos años antes.
Para que los Pactos de la Moncloa fueran viables y pudieran nacer había una condición indispensable y sin la cual Adolfo Suárez sabía que estos no podrían tener lugar, a saber: la legalización del Partido Comunista. Y esto era mucho decir en aquel momento histórico, con un Ejército franquista en activo y unos sindicatos verticales vivos y agitados. Suárez, animal político por antonomasia y hombre valiente donde lo hubiere, tomó la decisión a solas un Viernes Santo de 1977. Aún lo recuerdo yo, incrédulo, cuando escuché la noticia radiofónica mientras conducía mi “Simca 1000” por la glorieta madrileña de Bilbao. Tenía razón Suárez, aunque le costaría un golpe de Estado tan solo cuatro años después: los Pactos de la Moncloa y la Constitución democrática no se podrían construir sin el PCE, sin contar con todos, sin excluir a nadie. El PCE, heredero histórico de la oposición al general Franco, era indispensable. Un Partido Comunista que sin renunciar a sus principios había aceptado la bandera constitucional y la monarquía parlamentaria.
Hoy nos sorprende la mano derecha del presidente Sánchez, esto es, el ministro Ábalos, declarando que desea reeditar los Pactos de la Moncloa. Y lo quiere hacer, así lo dice expresamente, sin contar con Vox (aunque imagino que sí lo hará pactando con Bildu, ERC y el partido separatista de Puigdemont, sus socios en la Cortes). Es decir sin los tres millones seiscientos cuarenta mil españoles que han votado democráticamente a este partido de derechas desacomplejado, el 15% de los votos. Y que es el tercer partido de la Cámara. A otro perro con ese hueso Sr. Ábalos. ¿Unos nuevos pactos excluyentes es lo que quiere este Gobierno? Es decir, justo lo contrario del espíritu de consenso que presidió los Pactos de la Moncloa de 1977.
Por favor, señores del Gobierno, les ruego que dejen ya de erosionar las instituciones democráticas y el prestigio histórico de la transición. Considerar a Sánchez como un “segundo” duque de Suárez e impulsor de unos Pactos de la Moncloa mueve sencillamente a la más tierna hilaridad. Y querer hacer una segunda transición republicana, aunque sea el sueño erótico del Sr. Iglesias, me causa también risa.
Sr. Iván Redondo ignoro si es usted el creativo publicista de tal idea propia de la serie de Netflix Mad Men, pero por si acaso fuera el padre de tal genialidad he de informarle que un país no se gobierna con eslóganes publicitarios ni con recetas de marketing político. La historia tiene sus tiempos y necesidades. Y la demagogia tiene un límite: el ridículo.
Sin ninguna duda estamos todos ya convencidos de que el Sr. ministro de Transporte debería encontrarse menos con la vicepresidenta de Maduro, con nocturnidad y alevosía, y traernos más mascarillas y respiradores. Hay muchos miles de españoles que los necesitan
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