Por Álvaro Mellizo (Efe)
El histórico acuerdo alcanzado entre Irán y el Grupo 5+1, un total cambio del escenario político global con la reincorporación del país asiático como actor activo a la comunidad internacional, abre también muchos interrogantes sobre cuál será ahora la evolución en el seno de la República Islámica.
El complejo y opaco sistema político iraní, que mezcla elementos autoritarios con genuinos rasgos democráticos, no permite vaticinar qué movimientos podrá haber ante esta nueva situación, una auténtica «revolución» que ha cambiado las perspectivas, los focos de atención y el cuidadoso balance interno de poder que sostiene a la República Islámica.
Toda reacción depende en último término del líder supremo, Alí Jameneí, que desde 1989 rige Irán como su más alta figura política y religiosa y que ahora, envejecido (75 años) y enfermo (fue operado de próstata), tendrá que gestionar un acuerdo visto por muchos en Irán como una oportunidad sin precedentes en lo económico y lo social y por otros como un regalo envenenado hecho por enemigos irreconciliables que puede socavar los cimientos del régimen.
Lo que está claro es que el acuerdo nuclear es un éxito sin paliativos del presidente, Hasán Rohaní (en la imagen), un clérigo moderado que accedió al poder de forma inesperada con la promesa de abrir su país al mundo, mejorar la economía y aligerar la represión social, política y cultural sobre los ciudadanos.
Tras casi dos años en el poder, Rohaní parece encaminado a cumplir con lo prometido, ya que la apertura al mundo es un hecho y la economía, que ya apuntaba mejoras antes del acuerdo, previsiblemente se dispare con la llegada de ávidos inversores extranjeros que desde hace meses exhiben su disposición a entrar en un mercado joven, grande y con una de las mayores reservas de hidrocarburos del planeta.
En lo social y lo político, si bien ha habido avances innegables respecto al Gobierno de su predecesor, Mahmud Ahmadineyad (2005-2013), Rohaní ha sido menos activo, lastrado por los sectores más conservadores del régimen, que dominan el Parlamento y cuyo apoyo era imprescindible para poder alcanzar un pacto nuclear.
Elecciones en febrero
Así las piezas, Irán afrontará el próximo febrero elecciones legislativas tanto para el Parlamento -el Majlis- como para la Asamblea de Expertos, un cuerpo de clérigos elegido democráticamente por un período de 8 años cuya misión principal es la de elegir al líder supremo en caso de vacante. Ambas instituciones podrán tener un protagonismo inusitado en los próximos años.
«Si la mejora económica llega a las clases menos favorecidas en los próximos meses, el apoyo que Rohaní ya tiene entre las clases medias y altas se multiplicará. Sus aliados y candidatos en las elecciones ganarán espacio e incluso podrán suprimir el dominio conservador en el Parlamento. Entonces tendrá más impulso para poder cumplir con todo su programa», apuntó a Efe un diplomático europeo acreditado en Teherán.
Lo mismo se aplica a los candidatos a la Asamblea de Expertos, donde moderados o reformistas vinculados al presidente podrían tener más éxito que los conservadores, con todo lo que puede implicar en el hipotético caso de que tengan que elegir un nuevo líder supremo.
Esta tesis, defendida por diplomáticos de varios países y periodistas, puede toparse con la posibilidad de que Jameneí decida limitar o controlar la presencia de candidatos moderados y reformistas en las elecciones.
Eso es algo que el poderoso Consejo de Guardianes, organismo encargado de velar por la idoneidad de los que se presentan a las elecciones y que es elegido personalmente por el líder, ya hizo con anterioridad.
Sin embargo, una manipulación grosera de las listas electorales en un contexto de popularidad de los sectores moderados y reformistas y de voluntad de cambio puede dañar al sistema, más aún cuando todavía están abiertas las heridas de las protestas que surgieron tras las polémicas elecciones presidenciales de 2009, cuando la reelección de Ahmadineyad estuvo manchada por acusaciones de fraude.
Estas protestas, masivas e inesperadas, fueron duramente reprimidas y sus líderes aún permanecen encarcelados, pero sirvieron como aviso a los jerarcas de los peligros para el sistema que implica no atender las peticiones de la opinión pública.