La economía global se enfrenta a una potencial desaceleración mucho mayor de la que se pronosticaba hace unos meses, incluso con el riesgo de acabar en una nueva recesión, y simultáneamente, a niveles de inflación que no se veían desde la década de los ochenta. Los bancos centrales se encuentran en la peor de las situaciones posibles porque si luchan contra la inflación, acelerarán el deterioro económico, pero si no lo hacen, alimentarán las presiones inflacionistas.
El riesgo de recesión global existía antes de que se disparase la inflación y aflorara la crisis de las materias primas. La pandemia y la guerra de Ucrania solo lo han agudizado. A medio plazo, no parece que haya una solución sencilla, por lo que toca asumir que la recuperación económica se va a frenar de forma significativa este año.
Pablo Gil cuenta con más de tres décadas de experiencia como analista de mercados financieros. Ha sido director del departamento de análisis técnico y cuantitativo del Banco Santander durante ocho años. También fue socio fundador y gestor del hedge fund BBVA&Partners con 500 millones de dólares durante 10 años. Actualmente, dirige la escuela de inversión metodotrading.com y es responsable de estrategia de XTB para España y Latinoamérica
La invasión de Ucrania ha disparado la volatilidad y conmocionado los mercados de materias primas. ¿Qué consecuencias se derivan para la economía?
Todas las guerras tienen un denominador común, la inflación. En este caso tiene un efecto aun mayor porque Rusia es uno de los mayores exportadores de petróleo y gas natural del mundo, y además, junto a Ucrania, tienen un papel crucial en la producción de cereales y metales industriales. Una subida de los precios tan brutal como la que estamos experimentando provocará un menor crecimiento económico a nivel global, tal como anticipan los principales bancos centrales del mundo.
La OCDE ya restó un punto al crecimiento global de este año y rebajará el de la zona euro en 1,4 puntos. ¿Cómo contener la inflación galopante?
Por desgracia, las herramientas disponibles para frenar la inflación implican asumir un menor crecimiento económico. Tanto si aplicamos política monetaria restrictiva, es decir, subida de tasas de interés para encarecer el precio del dinero, como si aplicamos política fiscal restrictiva, es decir, subida de impuestos, el resultado siempre conduce a lo mismo, la reducción del consumo y la inversión, y con ello crecer menos que antes.
¿El giro de la Fed puede volver a cambiar por la guerra o el COVID en China?
La Fed se ha dado cuenta de que las presiones inflacionistas no tienen nada de transitorias, ni se concentran en algunos bienes o sectores concretos, tal y como planteaban hace un año. Tanto la guerra como el riesgo de una expansión descontrolada del COVID en China son inflacionistas. La guerra porque genera incertidumbre y aumenta los costes de energía y alimentos, y el COVID porque puede retrasar la normalización de los problemas de logística del comercio a nivel internacional. Por tanto, suponen un problema adicional para la Fed en lugar de un flotador al que agarrarse para ralentizar las subidas de tipos de interés.
¿Hasta qué punto el riesgo de estanflación ahogará las perspectivas de recuperación tras la pandemia, sobre todo en España, cuyas debilidades ya están pasando factura?
La recuperación de la economía española tras la pandemia ya era una de las peores en toda Europa antes de que se desatase la guerra. Ahora lideramos junto a otros cuatro países los niveles más altos de inflación de la zona euro, y todo ello con la peor tasa de desempleo. Hace solo unos días, J.P Morgan bajaba la estimación de crecimiento para este año en España del 6% al 4.2%. Esto supone que nos vamos a enfrentar a una fase económica de estanflación muy dura para el ciudadano.
“El endeudamiento es un modelo económico fallido. ¿Cómo debería afrontarse un cambio de modelo?… Esto es como preguntar a un adicto a las drogas qué debe hacer. La respuesta es dejar de consumir. El problema es que tiene un coste enorme en el corto y medio plazo”.
¿Habría que aliviar cuanto antes la presión fiscal, neutralizar la escalada de precios de la energía y asumir que la recuperación se frenará en seco?
El problema es que venimos de disfrutar de un nivel de estímulo monetario y fiscal sin precedentes. El Banco Central Europeo todavía tiene las tasas de facilidad de depósito en el -0.50% y el tipo oficial del dinero en el 0%, es decir, en mínimos históricos. Por otro lado, los paquetes de ayudas fiscales acordados en Europa para combatir la recesión provocada por la pandemia han llevado las cotas de endeudamiento de los gobiernos hasta máximos históricos. Eso hace que cualquier medida de subvencionar parcialmente los precios energéticos o reducir la recaudación vía impuestos sobre hidrocarburos empeore notablemente la situación deficitaria de las arcas públicas. A medio plazo, no parece que haya una solución sencilla, por lo que toca asumir que la recuperación económica se va a frenar de forma significativa este año.
La Teoría Monetaria Moderna es la máquina del dinero. ¿A qué se refiere cuando califica estas medidas como crear dinero de la nada? ¿Es pan para hoy y hambre para mañana?
Basar el crecimiento económico en esta teoría creo que es el mayor error que hemos cometido desde 2009. Tras más de dos décadas donde no hemos tenido que lidiar con presiones inflacionistas llegamos a la errónea conclusión de que siempre sería así. Por tanto, cada vez que ha habido una crisis económica se ha implementado la misma solución, que los bancos centrales creen dinero de la nada y con ello financien a los gobiernos y empresas.
A medida que el nivel de endeudamiento crecía, se intervenía en los mercados para reducir las tasas de interés a corto plazo mediante política monetaria convencional y se deprimía el coste de financiación a largo plazo implementando programas cada vez mayores de “quantitative easing o QE”.
Ahora nos toca lidiar con una combinación de niveles de inflación que no veíamos desde hace cuatro décadas, un nivel de endeudamiento histórico y la necesidad de subir las tasas de interés desde el cero por ciento confiando en que no acabe provocando una nueva recesión económica.
Esta pescadilla que se muerde la cola no es de ahora. ¿Se cerró en falso la gran crisis de 2008? ¿Llegamos siempre tarde a la hora de aplicar soluciones estructurales?
Lamentablemente, solo se plantean soluciones estructurales cuando se tiene el agua al cuello. Las reacciones de estímulo que se implementan ante cualquier crisis cada vez son más rápidas y contundentes, pero carecemos de los mismos reflejos a la hora de retirar esos estímulos. Pasan los años y nunca encontramos el momento de volver a la normalidad por miedo a que descarrile la recuperación que hemos logrado. De ese modo, las medidas que originalmente se consideraban extraordinarias acaban convirtiéndose con el tiempo en convencionales.
Los programas de “QE o quantitative easing” son un buen ejemplo. El camino que estamos recorriendo es similar al modelo que lleva implementando Japón desde hace décadas, y el resultado no puede ser más desalentador: una economía que ha vivido siete recesiones desde el año 2000, cuyo nivel de endeudamiento es el mayor del mundo, y cuyo banco central tiene que intervenir la curva de tipos y comprar más del 75% de los ETFs del Nikkei y Topix para evitar maquillar su bolsa.
“La recuperación de la economía española tras la pandemia ya era una de las peores en toda Europa antes de que se desatase la guerra. Ahora lideramos con otros cuatro países los niveles más altos de inflación de la zona euro, con la peor tasa de desempleo”
¿Cómo diversificar las fuentes de energía para reducir el impacto? ¿De qué forma afectará la crisis a la Agenda 2030 y a la descarbonización?
Las alternativas en el corto plazo no son muchas, y pasan por un mayor coste. Se habla de incrementar las importaciones de gas licuado, o comenzar a construir infraestructuras que permitan sustituir los gaseoductos que vienen de Rusia. Todo eso lleva tiempo y es costoso. La guerra ha puesto de manifiesto lo importante que es tener garantizado el suministro energético en nuestro día a día mientras se planifica la transición energética hacia un modelo más “verde”. Creo que la Agenda 2030 se verá retrasada por todo lo que está ocurriendo ahora, que ha puesto de manifiesto hasta qué punto puede afectar negativamente a la economía si se pone en riesgo la cobertura mínima de los recursos energéticos necesarios.
La situación en Ucrania da más credibilidad al argumento de la transición de nuestro sistema energético a uno basado en energía barata, limpia y fiable. ¿Qué coste tendría?
Nadie duda que tenemos que hacer algo para ser más respetuosos con el medio ambiente en el plano energético. Desde el comienzo de la guerra comercial entre EE UU y China, luego con la pandemia y ahora con la guerra nos enfrentamos a un proceso de desglobalización. En aquello que consideramos mercados estratégicos, cada vez queremos depender menos de un tercero, y preferimos ser autosuficientes, aunque sea pagando un coste mayor. A ese deseo por depender menos de otros países se junta la necesidad de utilizar más la energía barata, limpia y fiable, por lo que espero que se potencie esa tendencia, aunque el coste sea mayor en un principio.
El endeudamiento es un modelo económico fallido. ¿Cómo debería afrontarse un cambio de modelo?
Esto es como preguntar a un adicto a las drogas qué debe hacer. La respuesta es dejar de consumir. El problema es que tiene un coste enorme en el corto y medio plazo y no sé si los políticos, cuyo mandato es de cuatro años o en el mejor de los casos ocho, están dispuestos a asumir el daño en beneficio de generaciones venideras. Nuestro modelo económico se sustenta en un endeudamiento crónico y cambiar eso sin provocar fuertes recesiones económicas se me antoja imposible. No soy muy optimista respecto a un cambio de modelo salvo que acabe implosionando.
La recesión es un fenómeno recurrente que se reproduce. ¿En estos momentos, hay que poner la economía por delante de la política?
Hay una obsesión por evitar las recesiones económicas desde hace años, y se justifica cualquier actuación para conseguirlo, aunque eso siente las bases para un problema mucho mayor más adelante. El problema al que nos enfrentamos es que nadie quiere asumir el coste de una crisis y mantenemos los desequilibrios con intervenciones cada vez más absurdas hasta que explotan, y entonces provocan tal destrucción económica que justifican nuevas intervenciones aún más exageradas.
Si no estirásemos los ciclos naturales más allá de lo racional a base de dichas intervenciones, no se generarían tantos desequilibrios y burbujas, y eso haría que los ciclos recesivos no tuviesen consecuencias tan malas en el plano económico.