Por Manuel Domínguez Moreno
De la misma manera que los gestos resultan inútiles, absolutamente estériles, cuando la acción política no se sustenta en principios y valores que configuran un programa con el que se pretende transformar la sociedad, con la garantía ideológica de quien cree que el pensamiento y el espíritu crítico es la base de la conciencia social, la teoría, así sin más, no justifica ni puede validar las ideas cuando la única exigencia consiste en obedecer por obedecer, con los ojos cerrados, sin más planteamientos que el determinismo ilógico de mantener una situación en la que importan más las formas que el fondo, la apariencia que la realidad, la doctrina que el debate, la fidelidad a un modelo al que nos aferramos ciegamente aun a sabiendas de su inutilidad. Empecinarse en el error incluso mucho después de advertir que es una equivocación. Cuando se hacen llamamientos desesperados a la unidad hace mucho que la cohesión ha saltado por los aires.
Es posible que, de tanto aporrear nuestra puerta sin obtener respuesta, la oportunidad de cambio, esa revolución que se consigue desde el sacrificio de lo colectivo, pase de largo una vez más. Y puede que sea la definitiva. Entonces ya no habrá vuelta atrás ni posibilidad de reparación. Ya no se podrá rectificar. No surtirá ningún efecto la amenaza de los fantasmas del pasado ni el apagado rumor de viejas batallas que ya no se ganarán jamás porque se han perdido para siempre. La memoria bastará para vencer al miedo y la razón por sí misma aplastará cualquier intento demagógico de justificar lo injustificable.
Lo que no logremos poner en valor quedará siempre en riesgo. Lo terrible necesita siempre de mucho amor. Podemos soñar desde el objetivo de conseguir un estado, una cultura, un pensamiento contra la corrupción que responda con firmeza ante cualquier sospecha, precisamente porque la duda quiebra cualquier atisbo de credulidad, dinamitando la esperanza. La integridad y la honradez frente al deshonor de quien traiciona la confianza que los ciudadanos han depositado en su propio sistema de convivencia. La opinión libre, el pensamiento, el espíritu crítico constituyen el verdadero desarrollo de la sociedad. He mantenido que hoy la filosofia, la presencia y la voz de Podemos se presenta frente a las conciencias, antes de izquierda o de derecha, como una oportunidad al pensamiento de los ciudadanos para que, a través de la reflexión, puedan llegar a recuperar su libertad con dignidad, validando así una representación ilegítima que algunos utilizan en su propio beneficio.
Estoy convencido de que la presencia de Podemos en las calles es así, un soplo de aire fresco para nuestra propia responsabilidad, principios éticos y capacidad de reflexión, pero la experiencia también me trae a la memoria un pasado lleno de frustraciones, engaños y desencanto. El tiempo y las urnas dirán si toda esa ilusión que transmiten en una sociedad machacada por la crisis es flor de un día o tiene vocación de conciencia social colectiva.
Después de años de militancia antifranquista y de haber constituido la oposición al régimen, el PCE no fue capaz de ilusionar a los votantes, que acabaron decantándose por un socialismo resurgido en Suresnes de la noche a la mañana, un socialismo que en muy poco tiempo llevo a su militancia al aturdimiento de su existencia.
“La percepción de una mujer”
A Tania Sánchez, que representaba ese espíritu del cambio, la han abocado al abandono; se marcha harta de una vieja guardia que olvidó en el camino los viejos principios y se apuntó, al calor del poder, al dinero fácil o, simplemente, a mirar para otro lado tapándose la nariz; una ideología que dejó de estar al lado de los débiles, de oponerse en la calle a los desahucios, de arropar a los que sufren, de pasar frío en la cola del paro.
Ahora es tarde para rectificar y asumir los errores. Como los samuráis que han perdido el honor, esa izquierda impotente se hace el harakiri, desangrándose por el enorme tajo que se ha autoinfligido por defender posiciones en las que ya nadie cree y, sobre todo, por intentar acallar a quien, desde el espíritu del cambio que reclama la sociedad, se negó a enmudecer ante la injusticia y el cómplice silencio. Una izquierda víctima de todo lo terriblemente humano que anida en el alma de los cobardes, incapaces de ponerse en el lugar de la inmensa mayoría por defender unas prebendas miserables que les hacen indignos de la conciencia que enarbolan como el último bastión. Todos esos miserables incapaces de reconocerse en el espejo del pueblo nos ponen plomo en las alas porque ya no son capaces de levantar el vuelo. Otra oportunidad para el cambio perdida para siempre.