Por Juan Emilio Ballesteros
Venezuela es un país en descomposición donde la violencia y el caos han destruido cualquier atisbo de institucionalidad democrática. Para el embajador Orlando Viera-Blanco, que ha convertido la voz y la palabra en un ariete contra el régimen, los venezolanos deben tomar las riendas de su destino para volver a ser libres.
Pocas voces se alzan en Venezuela con la claridad, el compromiso ético y la autoridad moral que evidencia el llamamiento de Orlando Viera-Blanco a la libertad y la democracia en su país. Este está asolado por la peor crisis política y económica que se recuerda, al borde del estallido social y con las esperanzas puestas en un desenlace inmediato del régimen, cuya caída garantice un futuro en paz y el bienestar de los ciudadanos.
Asesor jurídico de la Comisión Permanente de la Asamblea Nacional, este abogado formado en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) fue uno de los 10 designados por este órgano parlamentario para representar diplomáticamente a Venezuela en la administración del presidente (E) Juan Guaidó. Hoy es embajador en Canadá, nación que le ha reconocido plenos poderes para ejercer el cargo.
Especializado en Derecho Mercantil y Propiedad Intelectual, fundó el bufete Viera-Blanco y Asociados, con oficinas en Caracas, Miami, Nueva York, Canadá, Barcelona y Madrid. Su dedicación al derecho no está reñida con una acreditada vocación periodística como especialista en comunicación política y opinión pública y sondeos, desde la organización Data Mining. Dirige la Canadian Venezuelan Engagement Foundation. Colabora habitualmente con Diario de las Américas, El Universal y Miami Herald, además de publicar sus columnas de opinión en Cambio16.com. Asimismo, conduce en EVTV Miami el popular programa de entrevistas El Abogado del Diablo. Como referente cultural de su país, ha impartido clases en diversos centros universitarios internacionales, en las cátedras de Cultura Política y Valores Democráticos, y de Teoría Política y Cultura Comparada.
Su ofensiva legal ante la Corte Penal Internacional (CPI), para que encause al usurpador Nicolás Maduro por crímenes de lesa humanidad, mantiene viva la lucha contra la dictadura, cuyo final ve próximo.
Restaurar instituciones en Venezuela
Usted se siente «vocero del dolor». ¿Cómo recuperar la ciudadanía para restaurar la institucionalidad en Venezuela?
Me siento no solo vocero del dolor, sino también portador de ese sufrimiento. Dolor por la miseria a la que nos han conducido y sufrimiento porque aún hay lecciones no aprendidas. La recuperación de la ciudadanía no es un tema normativo. Es inmensamente identitario, afectivo, cultural. Lo primero es reconocernos como una sociedad que tiene mucho que redimir y superar. Hacer las paces con nosotros mismos asumiendo nuestros propios maltratos, nuestra banalización y nuestra resistencia a aceptar errores con humildad y asumir retos, libres de externalidad, del «háganlo, búsquenlo, resuélvanlo y sálvenme». Saneadas esas desviaciones tendremos instituciones. Y con instituciones fuertes desde lo cultural construiremos ciudadanía con humildad y firmeza.
¿Los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo?
Los pueblos que olvidan su pasado simplemente no tienen futuro. Porque no solo se repite un pasado minado de errores o de violencia, sino que tampoco apelamos al pasado virtuoso, olvidando nuestras buenas aptitudes. Venezuela ha tenido hombres que liberaron un continente. Nuestra nación ha sido generosa recibiendo migrantes de todas partes del mundo. No hemos escatimado esfuerzos en ayudar a causas democráticas, civilistas y humanitarias. Tanto olvidamos que el rentismo petrolero nos mutiló socialmente, como que el mismo ‘minotauro’ nos concedió una masificación educativa sin precedente. Es tiempo de rescatar nuestros valores tradicionales y buenas decisiones, y dejar de lado nuestras deficiencias y vicios.
Usted es un ariete ante la Corte Penal Internacional en la denuncia de crímenes de lesa humanidad. ¿Por qué resulta tan complejo que la justicia actúe en defensa de la libertad y de los derechos de los ciudadanos?
La verdad, más que un ariete vamos de Quijote porque no podemos dejar de lado el sentido idílico, de pronto delirante, con el cual bregamos cada día en la lucha por la justicia. Y eso no quiere decir que derrotaremos a los “molinos de viento”. La complejidad está en la fuerza inadvertida de la diplomacia, de los conceptos atávicos de soberanía y no intervención que a veces patentizan al autócrata. Es la incomprensión, aún en maceración, de la injerencia legítima cuando pueblos indefensos son secuestrados por tiranías.
Ese es el gran desafío de la humanidad. Hacer realidad que los derechos humanos estén por encima del Estado opresor, de cualquier soberanía que bajo su tutelaje justifique el autoritarismo y la dictadura.
Venezuela, un país fallido
Ya sabemos que resulta muy complejo explicar la situación de Venezuela, pero ¿por qué resulta igual de complejo encontrar soluciones?
Porque muchas veces tenemos las soluciones en nuestras narices y no las queremos ver o no las queremos aplicar. Nuestra vocación fragmentaria, producto de una irreverencia mal administrada, nos corroe y nos derrota. La unidad no es un fin en sí mismo, pero es fundamental como herramienta ciudadana para amalgamar un movimiento de movimientos capaz de desbordar al dictador. Hemos estado cerca, pero nos falta un poco más si acaso de nobleza, disciplina, organización y madurez política. A veces nuestra brecha entre considerarnos dirigentes y dirigidos, es nula. Y se desvanece la nobleza del buen andante por la arrogancia. Sin duda, uno de nuestros peores enemigos. Los egos…
Se dice que Venezuela es un país fallido, ¿por qué?
Un país donde no existe separación de poderes, donde la agencia electoral ha sido secuestrada, la justicia es tarifada y la vida no vale nada porque ni en el sepulcro respetan a los muertos, comporta una nación en desecho. El ex Estado/gobierno se ha ocupado de defender los intereses de su eternización en el poder más que la justicia social o incluso la vida de sus ciudadanos. Tenemos un Estado flagrante, violador de los derechos humanos, perpetrador de los delitos más abyectos contra la humanidad, que además se ha convertido en una servidumbre de paso libre para grupos guerrilleros, radicales y el narcotráfico. Queda claro que es un Estado no solamente fallido, sino un Estado garante de mafias internacionales y ocupación cubana, rusa, islámica, radical…
¿Será suficiente la movilización interna y el respaldo internacional para que cese la usurpación?
Este ciclo perverso de los últimos 20 años de saqueo republicano acabó con la cuarta y la quinta república. No es que no se entienda nuestra herencia democrática, el problema no es desconocerla… El problema es que hemos estado embriagados de dinero fácil, de corrupción impune, de desvaloración y quiebres éticos grupales que nos han llevado, como el hijo prolijo de una gran herencia, a despilfarrarla. Y, ciertamente, es el momento de redimirla, restituirla y recuperarla.
¿Se puede separar la realidad política venezolana de su identidad cultural?
Nunca es posible separar una realidad política de una realidad cultural. Estos son factores estrechamente dependientes y entrelazados: la política depende de la cultura y la cultura depende de la política. Este ha sido nuestro dilema. Por un lado, la cultura del Estado soy yo, del taita, del mesías, nos ha llevado a la personalización de la política, endosando nuestro compromiso ciudadano a ese superhombre a quien concebimos como nuestro gran salvador. En otro sentido, la política populista y clientelar que se apoderó de Venezuela desde la primera gota de petróleo, atrapó nuestros talentos y reservas como sociedad menesterosa y trabajadora, lo cual condujo a la exaltación de lo político sobre los ciudadanos, del Estado sobre su administrador, diluyendo la noción entre dirigentes y dirigidos, entre rendición de cuentas y súbditos.
¿Qué factores culturales han posibilitado la crisis?
Sin duda alguna, nuestra creencia en que cada pedazo o trozo de riqueza nos corresponde por derecho. La cultura de que esto es mío, me toca aún sin trabajarlo, combinada con ese arraigo histórico de que los negocios o la vida deben ir de la mano del Estado, muy propio por cierto de sociedades hispanas, nos ha convertido en una sociedad muy dependiente de la paternalidad del Estado y subyugada a la beneficencia. En todo ello la modernidad ha quedado estancada, la tecnología no ha sido aprovechada por las nuevas generaciones y la comunicación ha quedado relegada a ciertas élites. Cuando una sociedad se organiza de arriba hacia abajo con una verticalidad dependiente del factor político, esta sociedad está confinada a la mediocridad por quedar dependiente de los residuos del Estado y de sus clases privilegiadas.
¿Tienen los venezolanos una insoportable capacidad de redención?
Los venezolanos lo que tenemos es una impostergable necesidad de redención. Es tiempo de reencontrarnos y reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestra historia. Es tiempo de reconocer nuestros errores y omisiones, reivindicando nuestras sensibles indiferencias y rechazos.
Más criminalización que globalización
Las consecuencias de la globalización económica no son patrimonio de Venezuela. La desigualdad cunde en todos los rincones del planeta. ¿Por qué se ha llegado a esta situación?
A grandes dificultades y debilidades en los procesos de universalización del saber, de la tecnología y del carácter emprendedor, sin duda se suman las grandes corporaciones, que monopolizan el poder de una mejor distribución de la riqueza. El mundo se defiende de ello. Pero el caso venezolano es diferente. No es consecuencia de la globalización. Es el resultado de la dilapidación más irresponsable que jamás haya sufrido país alguno en Latinoamérica. Venezuela pudo haber entrado al siglo XXI con una industria petrolera globalizada, sólida y posicionada. Pero conceptos trasnochados de socialismo del siglo XXI malversaron más de 1,4 trillones de dólares. Es el equivalente a construir cinco veces la ciudad de Dubái. En Venezuela, hoy no tenemos alimentos ni medicinas, ni agua, ni energía eléctrica. ¿Es consecuencia de la globalización? En todo caso de la criminalización más despiadada e indolente del Estado. Y de la imposición de la ideología sobre la razón. Y de la violencia y el autoritarismo sobre el individuo y sus libertades civiles y ciudadanas.
Desde la America democrática y la Europa libertaria e institucional debe engranarse una ofensiva urgente y contundente contra planes expansionistas de radicalización e ideologizacion de Latinoamérica hacia el mundo. Una avanzada impune muy peligrosa y perversa que demanda acción!
— Orlando Viera-Blanco (@ovierablanco) October 22, 2019
¿Está de acuerdo con la afirmación de que el populismo es la respuesta orgánica al liberalismo, no la ideológica, de ahí su espontaneidad?
El populismo es la respuesta inevitable a la mediocridad de un liderazgo sin visión y sin compromiso real con el desarrollo sostenible de un país. La ideología solo se impone cuando se siembra ignorancia en las masas. Por lo tanto, el populismo y la ideología no son más que el resultado de una profunda debilidad cultural.
El populismo, por cierto, no es espontáneo y menos el opio de la ideología. Los procesos de dominio de las masas por tiranías son consecuencia de esquemas de control muy elaborados, signados por los reflujos sociales, el desmontaje institucional y las desigualdades por viejas y vetustas rencillas. En tiempos de modernidad, el populismo y la ideología son antípodas, un mal recuerdo; un flagelo que ha conducido a la desolación, la sumisión, la miseria y la involución de los pueblos.
Equilibrar lo público y privado
En el nuevo escenario político, parece que la disyuntiva no es entre izquierda y derecha sino entre el pueblo y las élites de la globalización. ¿Vamos hacia la multipolaridad y el pluralismo de civilizaciones?
Sin duda la nueva ola civilizatoria va hacia la diversidad, la multiculturalidad típica de la globalización, entendida favorablemente como el proceso universal del conocimiento, la tecnología, la innovación y la comunicación.
Hoy el desafío es crear las bases de un desarrollo sustentable, fundamentado en la responsabilidad social corporativa, la preocupación por el planeta y su gente. La libertad, el emprendimiento, la innovación o la tecnología no son cuestiones de izquierdas o derechas. La meta es edificar un verdadero equilibrio entre lo público y lo privado, entre el individualismo y el colectivismo clientelar, para evitar crisis como la de 2008 o devastaciones populistas como la de Venezuela. Ese es el gran reto de la humanidad: sobrevivirse a sí misma. No entre izquierdas y derechas, sino en el epicentro de su propio interés por un desarrollo equitativo.
En el punto de no retorno
La cultura y los valores se transmiten hoy por las redes sociales, la vía por excelencia de la falsedad y la mentira ¿El poder de la desinformación?
La redes sociales se han convertido en el microcosmos de la cultura desechable. No podemos confundir la libertad de expresión con la libertad de difamación o de la desviación o distracción. Es muy peligroso caer en la democracia de la espontaneidad demoscópica, caracterizada en el espejismo de unas redes sociales banalizadas. Ciertamente la desinformación que deriva de esta dinámica de comunicación conduce a una confrontación latente, lacerante, a una disputa continua sobre la base de ofensas, falsedades y mentiras, que pueden producir profundas e irreconciliables, por irreparables, fracturas grupales. En Venezuela, tenemos larga tela con este tema que se ha convertido en un vehículo muy peligroso de manipulación de la opinión pública y de la buena fe de sus ciudadanos.
¿Es Guaidó un hombre de futuro o un paso intermedio hacia la solución?
Guaidó es futuro y ya es un paso firme hacia una solución. El reto de los dirigidos es entenderlo y el reto de Guaidó es mantener esa convicción.
Ha apuntado que Venezuela está al borde de un estallido social sin precedente. ¿Se ha alcanzado el punto de no retorno?
Como usted lo ha apuntado, Venezuela se encuentra en el caos más profundo de su historia. No albergo la menor duda de que estamos al filo de un desenlace. En un punto de no retorno. El proceso de rescate republicano venezolano, liderado por Juan Guaidó Márquez, no tiene marcha atrás. El anhelo de Venezuela de recuperar su democracia, su libertad y su paz, es irrenunciable. Existe hambre y miseria, pero también hambre y anhelo de convivencia, de paz, de reconciliación, estabilidad y prosperidad. Esto hace inevitable el proceso de cambio y de sepultar 20 años de inmerecida violencia.
Primavera en Venezuela
Cuando se pierde el sentido de Estado, se deja de ser estadista. ¿Vale todo contra el tirano?
Hobbes decía que el Estado se justificaba en la medida que se personificara una especie de monstruo, el «Leviatán». En la medida en que se le temiese, se garantizaba el control sobre sus súbditos. La humanidad ha evolucionado racional y existencialmente. Soy y existo porque pienso y decido voluntariamente, sin miedo, sin imposición, sin terror. Si se pierde el sentido del Estado de derecho, de la república, se pierde la representación de la voluntad, por lo que contra el tirano vale todo lo que esté dentro de la ley y nada que no lo esté, incluyendo la desobediencia legítima, la rebelión ciudadana y militar. Eso no lo digo yo. Lo contempla nuestra Constitución. Es la historia de la humanidad.
¿Qué condiciones se tienen que dar para que florezca la primavera venezolana?
Movilización interna, organización militante, descentralización del liderazgo, disciplina ciudadana, unidad de propósitos, recomposición de frente unido, respaldo militar y, muy importante, voluntad real de cambio, acción decidida y capacidad de inspiración. Solo un hombre dispuesto a hacer por la gente lo que es capaz de hacer por sus hijos, por sus padres, por sus seres más queridos, será quien conduzca esa cruzada… que está a punto de suceder. La propina era venezolana. Pero nos la tenemos que creer, confiar en los líderes… ¡y confiar en nosotros mismos!
Y pasará lo que queremos que suceda cuando pensemos en hacerlo, no en delegarlo…
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