El cambio climático está mostrando sus efectos. Los científicos lo advirtieron. Ahora la preocupación se centra en cómo será nuestro futuro de cara a esa realidad. El cine, los videojuegos, la literatura y la televisión están repletos de historias que lo muestran oscuro y desesperanzador. Pero una nueva corriente viene a darle un toque de luz: el optimismo apocalíptico.
Los seres humanos nos sentimos atrapados entre tres mundos: el pasado, el presente y el futuro. En el último, los monstruos acechan: cambio climático, inteligencia artificial, pérdida de biodiversidad, crisis energética y sobrepoblación. ¿Qué nos depara? Dos corrientes extremas se debaten en la arena: los tecnooptimistas y los apocalípticos.
Los abanderados del apocalipsis pintan un panorama sombrío. Sus profecías anuncian el fin de la humanidad, la vida y los tiempos. Como la princesa Casandra de Troya, advierten, pero su voz se pierde en la indiferencia. Del otro lado, los optimistas patológicos depositan su fe en el progreso tecnológico como redención. Pero cuidado: su confianza ciega puede ser paralizante. Por opuestas que parezcan una nueva tendencia parece conjugarlas: el optimismo apocalíptico.
Nueva tendencia
Dana R. Fisher fue quien acuñó el término “optimismo apocalíptico” al argumentar que las perturbaciones climáticas podrían movilizar un cambio global positivo. Es una tendencia reciente en la que se presenta una visión más optimista sobre cómo podría ser el mundo en medio de una catástrofe o crisis. En contraste con la típica narrativa apocalíptica pesimista. Se refiere a una visión de la historia y del futuro que mantiene una visión positiva sobre el destino de la humanidad. A pesar de las adversidades o catástrofes (presentes o inminentes).
Se basa en metarrelatos. Es decir, en una comprensión totalizante de la historia que ve el sentido de la misma marcada por el derrotero hacia el cual se mueve. Contrasta con el pesimismo histórico, (que ve el mundo como un estado permanente y, a menudo, irresoluble). Se enfoca más en la confianza en el progreso humano y en la tecnología como solución a los problemas globales, («tecnooptimistas apocalípticos»).
A pesar de las dificultades y desafíos, mantiene una esperanza positiva en el futuro. Ya sea a través de la renovación de la humanidad o la superación de las crisis a través del progreso tecnológico y la innovación. Esta perspectiva puede ser tanto una expresión de fe en la capacidad de la humanidad para superar adversidades como una reflexión sobre la naturaleza del tiempo y el destino de la historia.
Reencontrarse con el optimismo
Kathryn Murdoch, filántropa comprometida con causas medioambientales durante más de una década, ha advertido durante años sobre el inhóspito futuro que enfrentará nuestro planeta si no abordamos el cambio climático. Aunque lo ha estado “gritando”, reconoce que los gritos tienen un alcance limitado. Murdoch y Ari Wallach, autor, productor y futurista, presentaron su nueva serie documental de PBS: “Una breve historia del futuro”.
El cautivador programa de seis episodios sigue a Wallach mientras se encuentra con científicos, activistas, artistas y atletas optimistas sobre el porvenir. La serie ofrece una visión esperanzadora y soñadora del mundo desde aldeas flotantes hasta conversaciones sobre inteligencia artificial con la artista Grimes.
En un contexto donde el fatalismo climático prevalece, han surgido otras obras optimistas. Hannah Ritchie, en su libro “No es el fin del mundo: cómo podemos ser la primera generación en construir un planeta sostenible”, desmitifica marcadores de desastre como la deforestación y la sobrepesca, proponiendo soluciones alcanzables.
Bill Weir, corresponsal jefe sobre clima de CNN, comparte en su libro “La vida como la conocemos (puede ser)” una visión centrada en el potencial humano y la resiliencia. Por otro lado, la serie de televisión “Fallout” imagina un apocalipsis nuclear, pero con un toque ligero y cursi.
Futuro desesperanzador
En las últimas cinco décadas, y quizás incluso antes, las proyecciones imaginativas del futuro han estado teñidas de oscuridad. Las visiones de ciudades relucientes, al estilo de la Feria Mundial, han dado paso a paisajes áridos poblados por hordas de zombis y una rebelde inteligencia artificial. El concepto de distopía, en términos de entretenimiento, es evidente. Lo que está en juego, la supervivencia de la humanidad es monumental, y el potencial de acción es inmenso.
Aunque ha habido destellos utópicos, como la extraordinaria novela de Kim Stanley Robinson sobre el cambio climático en 2020, “El Ministerio para el Futuro”, en la mayoría de los casos, un futuro de responsabilidad y cooperación ambiental, con o sin mochilas propulsoras, rara vez se convierte en un éxito de ventas o taquilla.
Paradójicamente, fueron películas como “Los juegos del hambre” y la franquicia “Mad Max” las que inspiraron a Murdoch, esposa del exdirector ejecutivo de 21st Century Fox, James Murdoch, a crear “Una breve historia del futuro”. Un día, su hija, entonces con 16 años, sorprendió a Murdoch al expresar que no sentía que hubiera un futuro que esperar.
Los libros, películas, programas de televisión y novelas gráficas que consumía la niña no pintaban un panorama esperanzador para la humanidad. Ninguno imaginaba un futuro más brillante que el presente. Así que Murdoch y Wallach, socios de Futurific Studios, se propusieron esbozar uno. Con la esperanza de seguirlo con videojuegos y películas de ficción. Ya están en proceso de preparación dos novelas gráficas.
Optimismo impaciente
El objetivo de “Una breve historia del futuro” no era ignorar el cambio climático ni los desafíos sociales, sino, al estilo clásico de Mr. Rogers, enfocarse en quienes están trabajando para lograr un futuro mejor. “Hay mucha atención en las noticias y en la narrativa en general sobre lo que podría salir terriblemente mal. Lo que realmente quería destacar es todo el trabajo que se está realizando en este momento para que las cosas salgan bien”, dijo Murdoch.
También fue el propósito de Ritchie. Como científica de datos, comenzó su carrera abrumada por el pesimismo climático. Ese sentimiento de desesperanza afectó su vida personal y profesional, interfiriendo con su capacidad para idear soluciones. Los colegas científicos que alguna vez tuvieron que luchar contra el escepticismo climático del público ahora se enfrentan a personas que quizás creen demasiado en una catástrofe global inminente.
“Hemos visto un cambio rápido en la narrativa, desde la negación casi total hasta el punto de vista de que ya es demasiado tarde, que no hay nada que podamos hacer, y que deberíamos simplemente rendirnos”, dijo Ritchie. La ira, el miedo y la tristeza pueden motivar a algunas personas, pero no a ella. Su libro, que destaca los avances logrados (como la energía limpia) y los que aún pueden lograrse (como el aumento del rendimiento de los cultivos), adopta lo que ella llama “optimismo impaciente”. El pesimismo no solo es molesto, sino también un cliché. “La inclinación negativa ya se ha explorado hasta la saciedad”, afirmó.
De manera suave
Sin embargo, lo que merecemos puede resultar tedioso. El activismo climático ha logrado algunas victorias, como la reducción del agujero en la capa de ozono y el regreso del cóndor de California. A pesar de ello, cualquier investigación sostenida sobre los desafíos que enfrentaremos en el futuro, incluso ahora que el mundo se calienta más rápido de lo previsto, ofrece una perspectiva sombría.
Para resaltar un tono más optimista, los ejemplos suelen ser seleccionados cuidadosamente o presentados de manera suave. Una sección del libro de Ritchie sostiene, con razón, que las muertes por fenómenos climáticos extremos son menos frecuentes que en el pasado. Sin embargo, esta sección prácticamente pasa por alto el hecho de que los fenómenos meteorológicos extremos se están volviendo más graves y frecuentes. Una tendencia que continuará incluso si se reducen las emisiones nocivas.
Soñar con un mejor futuro
En los últimos tiempos, las soluciones propuestas para abordar los desafíos futuros han adoptado dos enfoques divergentes. Por un lado, encontramos las soluciones tecnofuturistas, que confían en la creatividad humana y la innovación tecnológica. Por otro lado, existen soluciones más suaves y humanas, como la empatía, la comunidad y la confianza.
El sacrificio, aunque desesperanzador y poco atractivo, rara vez se menciona. Cuando se aborda, suele ser del tipo del que una persona relativamente cómoda económicamente puede aceptar. Como reducir el consumo de carne roja o elegir un automóvil eléctrico. El libro “No es el fin del mundo” se mantiene decididamente apolítico, aunque hace una breve referencia a una campaña populista para combatir la contaminación del aire y recuerda cortésmente la importancia de votar por líderes comprometidos con la sostenibilidad. Ritchie, su autora, deliberadamente evitó introducir políticas específicas para no alienar a su audiencia.
La serie “Una breve historia del futuro”, creada por Murdoch, también busca involucrar a audiencias de todo el espectro político. Aunque incluye entrevistas con líderes como el presidente Emmanuel Macron y el secretario de Transporte, Pete Buttigieg, se siente más cómoda al hablar sobre temas como la reconstrucción o el cultivo de algas marinas. Murdoch enfatiza que, para lograr un futuro mejor, necesitamos la colaboración de todos, independientemente de sus afiliaciones políticas.
Creer que es posible
Sin embargo, Fisher, autora de “Salvarnos a nosotros mismos: de las crisis climáticas a la acción climática”, no cree que un futuro mejor sea posible sin intervención política. Su manifiesto basado en datos imagina un mundo donde las crisis climáticas provocan protestas masivas y obligan a gobiernos e industrias a realizar una transición hacia una economía limpia. También prevé escasez de alimentos, migración climática y cierto nivel de muerte masiva.
A pesar de los desafíos, Fisher confía en el “poder del pueblo”. Aquellos que han experimentado de cerca el cambio climático tienden a estar más enojados y activos que deprimidos. Según su criterio el optimismo apocalíptico, aunque amargo, nos impulsa a actuar. Imaginar un futuro mejor es un acto valiente y necesario.
En última instancia, contar historias, ya sea a través de ficción, documentales o ciencia de datos, es una herramienta poderosa. Es una forma de movilizar a la sociedad hacia la acción. Aunque no detendrá el blanqueamiento de los corales ni la liberación de metano en el Ártico. Como dice Ritchie, “para construir un mundo mejor, primero debemos creer que es posible”.
Esperanza misma
Aunque el optimismo apocalíptico representa un cambio en la narrativa dominante sobre el fin del mundo, hay que reconocer el valor de la angustia. No podemos ignorar los problemas del presente ni esperar que la tecnología nos salve sin sacrificios individuales. Lo cierto es que la humanidad cojea. El progreso avanza desequilibrado. Necesitamos crecer en todas las dimensiones para evitar un tropiezo inevitable.
Pese a que cada vez es mayor la población que reconoce el cambio climático como real y causado por el hombre, la acción sigue siendo insuficiente. Quizás nuestra mejor esperanza radica en la esperanza misma. Tal vez, confiando en un futuro posible, incluso sin mutantes, podamos impulsar la acción necesaria para enfrentar la catástrofe climática. ¿Será el optimismo apocalíptico la clave para encontrar un camino a seguir? Solo el tiempo lo dirá.