Andar por entre los caminos de Tabernas, Sorbas y Uleila del Campo es encontrar grandes extensiones planas y tupidas de olivos. Todas alineadas, verdes muy verdes, en contraste con el terreno árido, cada vez más seco. A simple vista reluce el potencial de los olivares de España. Pero también despunta, según los entendidos en la materia, el desgaste de sus aguas por los regadíos superintensivos y la segura desertificación de sus suelos.
Tierras calmas y frondosas de Almería que llevan en sí la gran incongruencia de ser productivas y contrariar al medioambiente. España es el país de la Unión Europea con más cultivos de olivo, contando con el 55% del total. Atesora cerca de 340 millones de olivos que ocupan la cuarta parte de la superficie de esas siembras en el mundo. Y buena parte de la economía del país gira en torno a la importante exportación de aceite de oliva y aceitunas, dada su óptima calidad.
Jaén es la principal provincia de olivares de España, ya que allí se concentra el 39,5% de toda la producción y el 20,1% de la mundial. En segundo lugar está Córdoba, seguida de Andalucía y Extremadura.
En el caso del valle de Tabernas, la zona más árida y seca de Europa, se ha convertido en un centro de producción de olivares de regadío superintensivo. Y vaya que está preocupando a los agricultores y ecologistas, por sus repercusiones en el hábitat, los suelos.
Olivares de España y cultivos superintensivos
Jaime Martínez Valderrama, investigador del Instituto Multidisciplinar para el Estudio del Medio de la Universidad de Alicante, observa la intensidad de los cultivos en los olivares de España. Especialmente los de Tabernas.
“Durante siglos, este lugar mantuvo una agricultura modesta pero variada. Ahora, en cambio, está agotado. En cuatro decenios, el caudal del río ha pasado de 70 a 7 litros por segundo. ¿Qué ha ocurrido? Nos encontramos ante un claro caso de desertificación. El calentamiento global y el consiguiente aumento de sequías explica una parte del problema. Pero, la razón principal del deterioro de esta zona es otra”, advierte.
El experto en desertificación repasa la geografía de la localidad. Observa que entre los arbustos apenas hay metro y medio, y las filas están separadas 3 o 4 metros. Este cultivo superintensivo presume de ser extremadamente eficiente, dice. Y, de hecho, lo es.
Sin embargo, las repercusiones de esa eficiencia no son todas positivas. El volumen de extracciones supera con creces a la recarga natural del acuífero, por lo que el negocio está condenado a la extinción. Desde hace años se ha alertado de este uso insostenible. Pero la descoordinación entre las administraciones hace que se sigan autorizando volúmenes de riego incompatibles con el régimen hidrológico de la zona.
Explotando demasiado las bondades de la tierra
Aprovechando la fama de España por sus olivares y productos y también el acceso a las aguas subterráneas, los olivos comenzaron a regarse y apretarse con el fin de aumentar la producción.
Precisa Martínez Valderrama que de 200 hectáreas en regadío en los años cincuenta, se pasó a 2000 a finales de siglo. El aumento de superficie continuó, acompañado de una nueva intensificación del regadío en forma de olivares en seto superintensivos. La densidad de plantación supera ya los 1500 pies (457,2 metros) por hectárea.
Si nos quedamos con la visión meramente productivista, no hay duda de que este es el camino, sostiene. En secano se obtienen 0,7 toneladas por hectárea, con riego tradicional 2 y con cultivo superintensivo en zonas cálidas con un buen riego… ¡16! Pero este camino tiene contrapartidas poco deseables. La más importante es que el acuífero que sostiene todo el agronegocio se está agotando, probablemente de manera irreversible.
A mayor rendimiento, mayor necesidad de agua. El secano vive de la lluvia, el regadío menos intenso requiere unos 3000 metros cúbicos por hectárea y el superintensivo bebe más de 5000. Por otra parte, afirma, la calidad del aceite está lejos de ser “oro del desierto”.
Además, la nivelación del terreno y la eliminación de la cubierta vegetal entre los olivos han deteriorado el suelo, con un aumento de la erosión, y han perjudicado la biodiversidad. Las ganancias de este tipo de agricultura se concentran en unos pocos productores. Mientras que las pérdidas (sobre todo las derivadas de quedarse sin agua) perjudican a toda la población, agrega el investigador.
«La desertificación tiene dos patas. Por un lado, las alteraciones climáticas y por otro las actividades humanas inadecuadas», argumenta. «En Tabernas se está agotando un recurso finito con la extracción masiva de agua. Al desequilibrarse el sistema natural y el económico y rebasar umbrales que no son reversibles desembocas en la desertificación».
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