«Como Venezuela ninguna, Orlando, No sientes un milímetro de discriminación, de rechazo; la gente es amable y afectuosa, la temperatura ideal y las oportunidades en cada esquina»
Pynchas Brener
Recientemente entrevisté en nuestro espacio Enfoque Global al rabino Pynchas Brener, nuestro distinguido embajador de Venezuela en Israel. Siempre es un placer sentarse con uno de los rabinos más queridos de la comunidad hebrea venezolana, nacido en tierras polacas, quien migró a Perú con 10 años, vivió en Lima por más de 20 años, luego en NY por otra década y más de 40 años en Venezuela.
“Como Venezuela ninguna Orlando” sentencia el embajador Brener. “No sientes un milímetro de discriminación, de rechazo; la gente es amable y afectuosa, la temperatura ideal y las oportunidades en cada esquina”.
Y le pregunté: ¿Entonces por qué nos ha sucedido todo esto? «Orlando, no lo sé»… Respondió con rostro triste, pero lo que sí debemos saber es cómo salir de este atolladero.
El concepto de familia
El pueblo de Israel ha sobrevivido más de 3.000 años de persecución. ¿Cómo? Desarrollando un prístino concepto de familia. En la unión familiar está la unidad de propósitos, la solidaridad, la identidad, la pertenencia, la lealtad, la confianza y el espíritu de sacrificio por el prójimo. Cuando los judíos fueron expulsados de Egipto, migraron como un sólo pueblo, una misma entidad humana. Compartían destino, comida, refugio, coladas, abrigo, credo y acompañamiento continuo. Tu vida es mi vida, tu esencia es mutua, por lo que, mío es tu dolor.
Después del holocausto el pueblo judío dijo “nunca más sucederá”, y se ha ocupado de recordarle al mundo esta barbarie con justicia universal, testimonios, documentales, relatorías, museos, panteones, literatura y ¡celebrando la vida! Lo más genuino y palmario de la crueldad del holocausto lo evidencian las millones de voces de sobrevivientes que habiendo emprendido vida en otras latitudes, le dicen al mundo como sus padres, hermanos, parientes, fueron separados, torturados, liquidados y desplazados, y como algunos pudieron escapar, salvar su vida aun en los campos de concentración o traslados como reses, y reemprender destino con éxito, con rigor, con aportes a la humanidad, ¡en familia!
Porque celebrar la vida, es mostrar lo que han sido capaz de lograr, hacer y compartir sus sobrevivientes, como impronta de desarrollo humano.
El sentido familiar fue lo que hizo al pueblo judío resurgir de sus cenizas como ave fénix. Es el desprendimiento [deposition], asumir la vida del otro como propia. Es la empatía que genera en el ser humano pensante la decisión de corresponder. En la medida que cada uno de nosotros hemos socorrido a un hermano venezolano como lo haríamos con un padre, un hijo o un hermano, se han fortalecido nuestros vínculos. Y la gratitud se convierte en compromiso del cual nace la voluntad de cambio, de solidaridad y realización. Luego los triunfos son compartidos en familia, con amor y felicidad. Eso es hacer justicia.
Es la dinámica que vivió cada judío en los campos de concentración donde eran convertidos-al decir del pensador español Segura- en desecho. Muchos más hubiesen muerto sin esa identidad, pertenencia y solidaridad cultural, ideológica, religiosa y humana. Sin esa convicción grupal no hubiese sucedido el florecimiento y consolidación social y económica que han logrado 14 millones de judíos en Israel, USA y el mundo. El desarrollo, la educación y abundancia, no se decretan. Se pactan porque se trabajan y se sienten inmensamente.
El holocausto venezolano y Pynchas Brener
Venezuela hoy vive su propio holocausto en cámara lenta. Nos han ocupado física, ideológica, cívica y culturalmente. Nos han despojado nuestras máximas riquezas que es nuestro sentido familiar y ciudadano. Con el oro y el petróleo nos arrebataron nuestro orgullo, nuestro pasado glorioso, que es quedar vacantes de identidad. Han hecho basura nuestra épica como pueblo soberano, noble, generoso y socialmente movilizado.
Han barrido con nuestros símbolos permutando nuestra bandera por la cubana o la República Islámica y nuestro himno por «patria, socialismo o muerte‘. Nos han impuesto “el mar de la felicidad” y alianzas celestinas entre Moscú, Teherán, Damasco Estambul y Pekín. Nos han hecho rendir cuenta, saludo y obediencia a guerrilleros, contrabandistas y falsos urogallos a cambio de limosnas en cajas de cartón. Mientras el pueblo muere de hambre y peste, unos pocos han construido su microcosmos entre bodegones, escoltas, vehículos blindados y noches estrelladas [muy cargadas de bebidas y exuberancias] en el Humboldt.
Sin duda, Pynchas Brener dio en el clavo. Hemos perdido el sentido de la familiaridad venezolana, que es perder el propósito común, el gran pacto por la vida, la libertad y la dignidad. Al ideal superior familiar por la paz y la justicia le adjudicamos gratuitamente nuestras sospechas. Perdimos la noción de nación, por lo que con la hermandad rota y la cultura cuestionada, le hemos dado la bienvenida a la anomia.
La negación a nuestra nacionalidad es la negación a la unidad ciudadana. Sin ese sentido familiar el propósito no es común. Es peligrosamente individual, miope, separatista, aislado, frágil y fragmentario.
Volver a ser quienes fuimos
El rabino Brener terminó diciendo con su acostumbrada sabiduría. “Los venezolanos tenemos que decir “nunca más” y recuperar la república, que es recuperar el amor por nosotros mismos. Yo agregaría: Nunca más los egoísmos, la impunidad, la injusticia, ni la banalidad. Nunca más ceder nuestra identidad, nuestra soberanía, el territorio y nuestra libertad. Nunca más delegar a otro[s] nuestros problemas sin participar en su solución, porque al final el endoso de nuestras calamidades habilita a los grandes impostores de la historia: reyezuelos y tartufos auto proclamados, donde su única familia son sus camarillas.
Gracias rabino por sus sabias palabras. En la nobleza familiar está el detalle; logro del vuelo digno y libertario como el del ave fénix…
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