Por Manuel Domínguez Moreno
Una cita electoral sirve para que los partidos candidatos siempre vean el vaso medio lleno aunque esté medio vacío. Ya se encargan sus sesudos analistas de transmitir ese mensaje a la opinión pública. Pero la realidad se impone y no admite interpretaciones por mucho que se quieran dulcificar unas cifras negativas. El Partido Popular ha perdido sin paliativos estas elecciones autonómicas y municipales del 24-M. Ha sido el gran derrotado, no el único. Y todo ello pese a ser el partido con más votos contabilizados a nivel nacional: más de seis millones, más de medio millón más que el PSOE, su inmediato perseguidor y gran beneficiario potencial de la constatada fragmentación del voto a todos los niveles, sobre todo desde la izquierda. Ciudadanos irrumpe con fuerza, así como las formaciones ciudadanas auspiciadas por Podemos, que también serán claves para formar posibles gobiernos de coalición con los socialistas. Izquierda Unida mantiene a duras penas el tipo en líneas generales y el partido de Rosa Díez, UPyD, certifica el batacazo que sufrió en las europeas de 2014 y las autonómicas andaluzas del 22 de marzo pasado y se aboca a una inminente desaparición.
Una segunda lectura de aproximación de estos resultados electorales es que el bipartidismo como hasta ahora se le entendía certifica su aparente defunción ante la inminencia de las generales de otoño. En las europeas de 2014 no superó el 50% de los votos registrados. El 24-M los dos grandes partidos caen 13 puntos respecto a las municipales de 2011, en las que dos de cada tres votantes se decantaron por PP o PSOE, y 18 puntos respecto a su pico más alto cosechado en unos comicios locales en 2007.
Ahora, el bipartidismo de PSOE y PP se queda en un exiguo 52% del respaldo electoral con el 96% escrutado. Pero de este bipartidismo al nuevo que surge del 24-M va un trecho muy corto, imperceptible, puesto que las nuevas formaciones en liza han nacido para dar cobertura en forma de apoyos parlamentarios la fuerza más votada. Pero esta democracia interesada que surge no es el verdadero sentir del pueblo, que expresa en las urnas el deseo que después interpretan a su modo los profesionales de la política. Qué duda cabe que en los gobiernos tripartitos o bipartitos no ejerce la voluntad del pueblo sino que se camufla aquí de nuevo el interés partidista por tocar poder. Los intereses de cada uno de ellos se funde como un único bloque de hielo que difumina el verdadero ser ideológico de las nuevas formaciones.
Los resultados espectaculares de nuevas formaciones como las agrupaciones vinculadas a Podemos o los registrados por Ciudadanos certifican que la fragmentación del voto es ya una realidad que llega para quedarse y no es flor de un día como vaticinaban tanto populares como socialistas cuando emergieron hace apenas unos meses como contrincantes. Por tanto, las elecciones generales del próximo otoño auguran un Congreso de los Diputados abocado al diálogo entre variadas y diversas sensibilidades ideológicas.
Tras el 24-M, el PP de Mariano Rajoy perderá con toda probabilidad muchas de las comunidades que inundó arrolladoramente con su marea azul en la cita de 2011 pese a seguir siendo la fuerza más votada, como por ejemplo la Castilla-La Mancha de María Dolores de Cospedal, el Aragón de Luisa Fernanda Rudi o las islas Baleares de José Ramón Bauzá. El tiempos de las mayorías absolutas ya voló, y parece que por mucho tiempo.
Pero sin duda la plaza que más le dolerá perder al PP es la capital del reino, cuanto más al ser la incombustible Esperanza Aguirre quien ha conseguido una pírrica victoria que no le servirá para formar gobierno municipal y dejará paso con toda probabilidad a la verdadera sorpresa de la noche del 24-M: Manuela Carmena, la candidata de Ahora Madrid, que podría ser la próxima alcaldesa de la capital si recibe el respaldo del PSOE.
También el triunfo de Ada Colau en Barcelona capital es histórico. Pese a desplazar por la mínima a Xavier Trias, de CiU, al segundo puesto, los once concejales conseguidos por la número uno de Barcelona en Comú suponen un vuelco histórico que refrenda el respaldo popular con que contaba la líder antidesahucios. La capital catalana queda como exponente de la multifragmentación de los parlamentos autonómicos y grandes ayuntamientos: tendrá siete formaciones en sus bancadas.
A partir de ahora, los políticos de este país sean del color que sean, desde los pequeños ayuntamientos a las comunidades autonómicas, tendrán que asumir que el diálogo y la flexibilidad deben imponerse a los rodillos. Este 24-M ha venido a certificar la defunción de una “vieja política” que ha dejado una fractura social de difícil compostura. El tiempo dirá si la nueva política trae de nuevo viejos modos de gestión en forma de monstruos de dos o tres cabezas.
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