Este nuevo término, empleado por Pedro Sánchez para indicarnos las distintas fases previstas hacia la salida del confinamiento, nos ha dejado perplejos.
La nueva normalidad a la que se refiere el presidente va a tardar en producirse porque tras ocho semanas de encierro, aunque se empiece a controlar al bicho asesino, todavía nos queda un largo tramo para volver a la normalidad.
La COVID-19 está todavía aquí y, al parecer, permanecerá entre nosotros hasta que se encuentre la dichosa vacuna.
Nuestro mundo ha cambiado y ha trastocado nuestras vidas.
Es por eso que tenemos que acostumbrarnos a una nueva vida que no será como la anterior y que dependerá esencialmente de nuestro comportamiento cívico individual y colectivo.
No podemos volver atrás.
Se pueden contestar las nuevas medidas. Su falta de flexibilidad, su centralidad, su rigidez o el impacto económico brutal que ya afecta a todos.
Sin embargo, no es el momento de vacilar ni de dudar. Desandar lo andado sería catastrófico e imperdonable. La prioridad de todas las prioridades continúa siendo vencer al coronavirus.
Ahora bien, en este combate sin tregua no podemos aceptar ni la menor fisura.
Guerra de trincheras absurdas
El Gobierno, al que le falta empatía y cintura, debería contar con mayor complicidad y atender más las peticiones de las comunidades autónomas y otras administraciones para salir de esta crisis.
También las comunidades autónomas tienen, a su vez, que mirar más al conjunto que a su propio territorio. Esta misma consideración atañe a toda la clase política.
Pero el clima actual, que se parece más a una guerra de trincheras que a un armisticio necesario para abordar los graves problemas que nos anegan, no nos deja mucho espacio para el optimismo.
Se puede y se debe discrepar, disentir, hasta criticar las medidas que se toman. Pero lo que toca ahora es aportar, proponer, plantear, colaborar y arrimar el hombro.
Este esfuerzo corresponde a todos, empezando por el Gobierno y la oposición.
De esta salimos unidos y reforzados o vamos directos a la catástrofe.
El que no lo haga puede que no se le perdone.
La sociedad, que viene soportando con estoicismo e envidiable paciencia y serenidad todo este tsunami, reclama atenciones y soluciones y no guerras de trincheras partidistas, absurdas y sin sentido.
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