El cambio climático es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos como especie, y en el Mediterráneo las temperaturas están subiendo un 20% más rápido que la media mundial. El sobrecalentamiento ya tiene consecuencias reales y graves en toda la cuenca. Aumentarán en las próximas décadas. La subida del nivel del mar habrá superado el metro en el año 2100, lo que afectará a un tercio de la población.
Es necesario tomar medidas urgentes y de gran alcance, tanto para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero como para adaptarse a la nueva realidad. El calentamiento del mar.
Un informe de WWF, publicado con motivo del Día Mundial de los Océanos, alerta del peligro de la acidificación de las aguas, la desaparición de ecosistemas y de especies. También de la acción destructora de especies invasoras.
La fundación reclama a la comunidad internacional la protección de la biodiversidad. La aplicación de las acciones climáticas y los mecanismos financieros acordados en la Convención de la Diversidad Biológica, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) y la Convención de Barcelona, que se realizarán en la segunda mitad de este año.
El cambio climático amplía los daños en los ecosistemas marinos. Estudios recientes indican que más del 90% del calentamiento en la Tierra entre 1971 y 2010 ocurrió en el océano. Y, alerta, el Mediterráneo es el mar que más rápido se calienta. Además, cada vez es más salado y ácido.
Sobre todo, el Mediterráneo es uno de los mares más explotados del mundo y vive bajo el asedio de los sectores económicos que lo explotan y los daños medioambientales.
La biodiversidad marina desaparece por la contaminación, el desarrollo urbano costero, la eutrofización, el transporte marítimo, la introducción de especies exóticas, la energía y otros factores antropogénicos. Décadas de pesca mal gestionada han dejado unas tres cuartas partes de las especies sobreexplotadas.
Hay que salvar el Mediterráneo, nuestro mar. Nuestra vida.
Cabalgar la esperanza, Iván Duque y la democracia
En política, los gestos son tan importantes como las ideas. La comunicación no verbal condiciona el discurso hasta límites insospechados. Es el espejo donde se refleja la credibilidad y la confianza. Iván Duque Márquez, presidente de Colombia, transmite bonhomía. De carácter afable y espíritu dialogante, su gestión política en tres años de mandato es impoluta. Y no le resulta fácil mantener el rictus amable en medio de la crisis.
El presidente de Estados Unidos lo tiene como socio privilegiado y referente de democracia, libertad e institucionalidad. Una muestra de su integridad y entereza son dos ejemplos recientes. Cuando presentaba en Casa de Nariño uno de los logros de su Gobierno, y una de las promesas de la campaña electoral –la cadena perpetua a los violadores de menores–, cayó fulminada por un desmayo la maestra de ceremonias. Duque interrumpió su discurso y corrió a socorrerla.
Con la misma celeridad, sin dudarlo, el presidente calificó de cobarde el atentado que sufrió en Cúcuta, cuando el helicóptero presidencial fue tiroteado desde tierra. Duque salió ileso. Y como le confesó al editor de Cambio16, Jorge Neri Bonilla, en una conversación exclusiva, su primer pensamiento fue para su mujer, María Juliana, y sus tres hijos. «Nos mantenemos unidos siempre con fe en Dios y con sentido de responsabilidad con Colombia», dijo. Es su temple y su talante.
Consciente de que la pandemia ha hundido la economía de todos los países –»que nadie se equivoque, esta deuda habrá que pagarla ahora o más tarde»–, fue capaz de retirar una reforma tributaria convertida en arma arrojadiza para la confrontación política, ‘satanizada’ y ‘demonizada’ por quienes la utilizaron como combustible para incendiar las calles y azuzar la violencia. Colombia entiende de violencia. Lleva más de medio siglo en guerra abierta contra el narcotráfico, la guerrilla y su fusión: la narcoguerrilla.
Un país asolado que aún no ha cicatrizado sus heridas, pero que Duque intenta poner en marcha con la reactivación de la economía y el cierre de la brecha social, sin dejar a nadie atrás. Y sobre todo dando alas a la reactivación verde y a la economía circular, garantizando el compromiso de neutralidad en carbono para 2050.
En Colombia hay políticos que quieren capitalizar el caos y cabalgar el odio, pero esto no consigue torcer el gesto de Duque, ni merma su determinación. El país que heredó -roto, atribulado por el pasado y las heridas sin cicatrizar- mira hoy hacia el futuro con la certeza de que es posible ganar la paz y la esperanza.