Por varios años intenté iluminarme.
Como los gurús que se sientan bajo un árbol con los ojos cerrados por 40 días, y al abrirlos, están y no están de regreso en este plano de la existencia.
Lo curioso de la iluminación es que nadie sabe qué es.
Aquel que se ilumina y lo platica no puede tener la historia completa. Primero, porque cada iluminación es diferente, y segundo, porque si es así, ¿quién puede darte el título de “iluminado” más que tú mismo?
Todas las religiones y no religiones tienen su propia versión de la iluminación. Estoy seguro que alguna fue verdad para uno que otro, pero me imagino que la iluminación no puede tener un método único, un set de instrucciones que puedes leer en un libro antiguo —o para nosotros los millennials—en un tutorial de 10 minutos de YouTube.
Recuerdo un domingo por la mañana hace varios años cuando me senté en el escusado para evacuar con calma y abrí la última sección de un libro de OSHO en el que contesta preguntas directas de su público:
¿Cuál es el sentido de la vida?
Ahora sí. Por fin. Un domingo por la mañana, en medio de mi meditación matutina en el escusado, se me revelaría la VERDAD.
Respiré profundamente y leí:
La vida no tiene sentido. Y si lo tiene, nadie puede saberlo.
BUM. El movimiento intestinal se detuvo.
¿Será esa la iluminación?
A diez años de distancia, con todo lo que viví y estudié como persona privilegiada, aún tiene mucho sentido. La iluminación es tal vez la profunda realización de que no sé, nadie sabe y nadie nunca podrá llegar a saber.
¿Qué hacen aquí las plantas y los animales y las personas y los gobiernos extranjeros?
¿Qué hacen aquí las mitocondrias y la física y los abuelitos?
¿Qué hacen aquí los avatares de las religiones y los mesías y los rabinos que dicen tener un teléfono rojo que los comunica con D-I-O-S?
¿Qué hace aquí la estación espacial internacional buscando vida extraterrestre y Claudia Sheinbaum aspirando a la presidencia de México?
¿Qué hacen aquí el Tantra, el Yoga, el Wabi-sabi, el Tao, el Zen, la Antroposofía, el Adventismo, la Antropología, el Tarot, la Astrología, el Reiki, el Chikung, el Taichí, la Permacultura, la Toltequidad, el Cristianismo, la Kabalá, la Herbolaria, el Sufismo y el Psicoanálisis?
Ayer por la mañana escuché a alguien describir la Enfermedad de Hashimoto. Pero no por ponerle nombre a algo, sabemos lo qué ese algo es.
¿Qué hubiera pasado si Jesús hubiera tenido Instagram? ¿O Mahoma? ¿O Moisés? ¿O mi abuelito Elie?
Sus historias son historias de historias. Pasaron por la oralidad, la escritura y la reescritura para seguir re-empaquetando y dominando al mundo.
Hoy los tendríamos con Martha Debayle, llenarían el Auditorio Nacional y luego el Foro Sol. Estarían junto a Telmex, Corona y McDonald’s. Carlos Slim tendría acceso al backstage y se los llevaría a cenar después al Suntory.
¿Cómo se ve la iluminación en tiempos de Facebook?
Tantos de nosotros queremos hacer una carrera de nuestra supuesta sabiduría. Que te lean, que te den like, que te paguen por PayPal y con ese dinero pensar que te acercas al teléfono rojo. Al menos eso es lo que piensan los demás cuando ponen su Mastercard en el sistema.
Si me ofrecieras los followers de Tony Robbins o de Daniel Habif, ¿te diría que no?
Respiro bajo el árbol y me es ridículo pensar que quiero iluminarme si estoy tan atravesado por miedos, rencores, soberbias y juicios. Mis genes cargan el trauma de cosas que mi memoria no re-memora.
Medito bajo el árbol porque eso es lo que dice el tutorial. Pero no soy más que inercia, como todo a mi alrededor. La iluminación es una suerte de contra-inercia pero que no es contra.
Pero eso sí: yo soy mejor que tú porque medito.
O porque ayudo a los pobres, o siembro árboles, o veo a Saskia Niño de Rivera humanizar a los criminales en una serie de TV.
Los que decimos “la sociedad está dormida y tiene que despertar”, asumimos que nosotros ya lo hicimos. Pero no.
Si le digo a alguien que ya desperté, me creo una identidad que ya me está persiguiendo. Mi sombra siempre por delante de mí.
La religión es política. Pero todo lo es. Por eso la iluminación es imposible. Siempre requerirá del otro, y al requerirlo, tal vez no es iluminación.
Tal vez la iluminación es sostener la paradoja de lo (im)posible. Soltar el lenguaje y mostrar un último story en mi Instagram poniéndome una bala en el occipucio.
Tal vez la iluminación es empezar siendo el fumador que quiere dejar de fumar y que cuando le ofrecen un cigarro dice: “No gracias, estoy tratando de dejarlo” y algún día pasar a ser el fumador que dice: “No gracias, no soy fumador”.
Solo un cambio en el lenguaje que uno usa para crearse a sí mismo.
Si quiero iluminarme debo de rechazar y dejar de seguir a mis maestros y al mismo tiempo renunciar a la idea de que seré maestro de alguien más. Pero este segundo punto es el más difícil. ¿Cómo aguantarse las ganas, las chichis que se te ofrecen, los escenarios que te ponen, o al menos la atención de tus amigos mientras esperamos el rib-eye del tepanyaki?
Por eso nunca sabremos si ha habido o no iluminados caminando bajo los rascacielos de nuestra civilización.
La iluminación es solo un juego de atención. Por ejemplo, ahora ando buscando un coche para comprar y como por arte de magia, veo coches en venta en todas partes. Los anuncios de la calle me los pusieron para mí, amigos me mandan opciones sin haberles preguntado, mi inconsciente visualiza lo que sentiré cuando me vean entrar con la Gran Cherokee negra o el Sentra gris que trae más de 150,000 Kms. OSHO decía que solo se podía meditar bien en uno de sus 50 Rolls-Royce.
“Soy iluminado”. Lo digo y es cierto. El chiste es que eso sea lo más importante de mi vida y al mismo tiempo me valga madre.
Qué bello es el lenguaje, ¿no?
Como Dios, que también quiere salirse de ser sí mismo y no puede.
Se sienta en el escusado, apaga su teléfono rojo y está listo para leer el sentido de la vida.