Por Jon Pagola
08/12/2016
No sé, puede que hayas tenido alguna conversación de este tipo con tu cuñado, el que dice que le gusta la música, en alguna comida familiar:
-¿Has oído el último disco de (…)? Es buenísimo.
-Qué va. Sabes que no oigo nada actual porque no se hace música como LA DE ANTES.
-Bueno, ahora hay cosas muy buenas. No todo es reguetón
-¿Cosas como las que hacían los Rolling Stones, Beatles, Dylan, Neil Young y Bowie? No me lo creo.
Entonces es cuando te callas, claro. Y la única conversación interesante de la sobremesa se corta de raíz porque a ver quién es el guapo que compara el grupo que has mencionado con el oráculo de la música pop-rock.
Pero lo que no sabe tu cuñado, lo que no saben los cuñados de este mundo que duermen con un retrovisor pegado a la almohada, es que la música no tiene fecha de caducidad y que todos los años, todos los días, surgen canciones y discos maravillosos. ¿Alguno de ellos es el nuevo Revolver, Harvest o Hunky Dory? Probablemente no.
Pero tampoco nos hace falta una obra maestra. Basta con una pizca de magia. Basta con que tipos como Nick Waterhouse publiquen un disco para reconciliarnos con el presente sin dejar de mirar al pasado y decirle así a tu cuñado que vale, que no habrá un nuevo John Lennon, pero que su mundo será infinitamente más pobre que el tuyo por no atender a lo que está sucediendo en 2016.
Hace un par de años entrevisté a Waterhouse durante la promoción de su segundo disco, el infravalorado Holly. Se le escapó un sonoro fuck! (¡joder!) cuando le pregunté si estaba obsesionado con la música antigua. Vivo el presente, pero sé de dónde vengo, me vino a decir. Así es su música: antigua pero moderna.
Se mostró educado y un poco distante. Frío. Esto es lo que le achacan los no convencidos: que sus canciones suenan frías, que son monótonas. Que les falta el sudor y los latidos de pasión del auténtico rythm and blues. Que Nick Waterhouse es un matemático musical con un sospechoso parecido a Buddy Holly.
Y más o menos así ha sido hasta Never Twice, donde es imposible desprenderse del calor hogareño de su música desde el minuto uno, con los entusiastas coros de It’s Time. Continúa con el solo de hammond de Straight Love Affair; jazz esponjoso, de ese que te apetece abrazar como a un peluche. Lucky Once, en cambio, es jazz instrumental y amable, concebido para escucharlo con la copa del afterwork.
The Old Place bebe de la escuela latin-soul neoyorquina, la de Joe Bataan o Ray Barreto. Katchy se mueve a ritmo de doo wop y cuenta con la colaboración de una de las estrellas emergentes del soul, Bridges Leon. Tracy, por su parte, se eleva al cielo a partir de la conocida melodía de Hit The Road Jack de Ray Charles; de nuevo los coros femeninos brillan en el estribillo. Y queda el postre, el dulce regusto del final, LA Turnaround, que se llama igual que un disco de Bert Jansch. Never Twice es más variado, más trabajado y más adictivo.
Así que si sigues pensando que Nick Waterhouse es frío, entonces tu cuñado tiene razón y no se hace música como la de antes.