Por Javier Albsu | Efe
16/07/2016
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La ciudad de Niza y sus alrededores, donde el jueves un terrorista asesinó a 84 personas, es uno de los principales viveros salafistas de Francia, debido a la situación geográfica de la localidad mediterránea y a los grupúsculos islamistas que operan allí desde hace décadas.
El turístico municipio, ciudad costera con un dinámico puerto y cercana a las fronteras de Mónaco e Italia, hacen de Niza una base operativa idónea de la que han partido varios centenares de personas hacia Siria o Irak y constituye un enclave donde residen unos 500 individuos fichados por radicalización.
La relación de la ciudad con el terrorismo integrista, sin embargo, comienza a fraguarse mucho antes de que existiera el grupo criminal Estado Islámico (EI), cuando abanderaban esa ideología fundamentalista organizaciones argelinas como el Frente Islámico de Salvación (FIS) o el Grupo Islámico Armado (GIA).
La investigación posterior a los ocho atentados perpetrados entre julio y octubre de 1995, que dejaron ocho muertos y 200 heridos en París y junto a Lyon (este), vincularon con Niza a los autores de los ataques, atribuidos al GIA.
Las comunicaciones aéreas y marítimas entre Niza y Argelia facilitaban la implantación en la ciudad francesa y tras la victoria de los militares frente a los islamistas en 2002, algunos de sus miembros abrazaron los fundamentos del movimiento islámico de inspiración india Tabligh.
Esa rigurosa doctrina religiosa comienza a penetrar en los barrios sensibles de Niza y su periferia, tales como Ariane, Saint-Roch y Saint-Agustin, fenómeno que se trasladó después a las cárceles.
Los militantes del GIA y del FIS comenzaron a hacer proselitismo en las cárceles francesas donde purgaban sus penas, centrándose en jóvenes delincuentes sin rumbo vital.
Esa relación entre delincuencia y yihadismo la ilustra a la perfección la figura de Omar Diaby, senegalés que a los 5 años se instaló en el barrio Ariane de Niza.
En 1995 fue condenado a cinco años de cárcel por un homicidio relacionado con bandas delictivas rivales y, tras salir de la cárcel, se dedicó a robar joyerías y volvió a pasar por prisión, hasta que en 2010 obtuvo la libertad condicional y se orientó hacia el salafismo.
Diaby, de 41 años en la actualidad, trabajaba entonces en un establecimiento de comida rápida halal, se hacía llamar Omar Omsen y se le relacionaba con Forsane Alizza, un grupúsculo islamista disuelto por las fuerzas de seguridad.
La policía sospechó que estaba detrás del envío de jóvenes de una barriada a hacer la yihad, pero quedó en libertad por falta de pruebas y viajó a Siria, donde se alistó en las filas del Frente Al Nusra, filial del grupo terrorista Al Qaeda.
Desde allí se dedicó con especial ahínco a la propaganda ideológica, subrayando la importancia de que las mujeres también se sumaran a la «guerra santa».
Se le dio por muerto, pero reapareció en una entrevista concedida a la televisión pública gala, cuya difusión coincidió con la apertura de juicio contra una red de reclutamiento en Estrasburgo (noreste) que pilotaba su antigua mano derecha, Mourad Fares.
Se trata de otro cabo que une el islamismo radical en Francia con el área metropolitana de Niza, desde donde han viajado a Siria e Irak un centenar de individuos, donde otras 515 personas están fichadas por radicalización y «entre 2.000 y 3.000» respaldan ideológicamente la yihad, según el diario Le Figaro.
Un mes después de los atentados de Charlie Hebdo y de un supermercado «kosher» en París, en enero de 2015, un individuo llamado Moussa Coulibaly atacó con cuchillo a tres militares que vigilaban un establecimiento judío en Niza.
Tres años antes, en esa ciudad se había desmantelado la red yihadista denominada «Cannes-Torcy-Sarcelles», que planeaba atentar contra el Carnaval de Niza, uno de los símbolos de esa localidad turística.
«Sabemos que en Niza hay un vivero de radicalización», resumió días antes de la matanza del camión frigorífico, en el informe de la comisión parlamentaria sobre los atentados de 2015, el diputado socialista Sébastien Pietrasanta.