Vivimos a velocidad de vértigo. El estrés social, las crisis económicas y existenciales, junto con la secuela de la pandemia de COVID-19 han tejido una red de tensiones psicológicas. La obsesión por la productividad, la conectividad constante, los apegos y desapegos han aumentado de la ansiedad, la depresión y el descontento interior, factores que se asocian con las neurosis.
La percepción de que las tasas de enfermedades mentales se han disparado es comprensible. ¿Por qué estamos viendo este aumento? La creciente desigualdad económica y la inestabilidad laboral generan estrés financiero y emocional. Explica el notable incremento que han experimentado los diagnósticos de neurosis como ansiedad, depresión, (que en casos extremos llevan a intentos de suicidio).
No necesariamente significa que más personas los estén sufriendo. En las últimas décadas, se ha trabajado arduamente para aumentar la conciencia sobre la salud mental y reducir el estigma que recaía sobre ella. La sociedad actual está más abierta a discutir el tema. Antes, muchos trastornos podrían haber sido ignorados o malentendidos. Ahora, la gente busca ayuda y recibe diagnósticos adecuados. Este es un paso crucial para garantizar que quienes necesitan ayuda la busquen sin temor.
Una mirada al pasado
Pese a lo cual hay la extendida percepción de que vivimos una epidemia de enfermedades mentales. Que nunca como ahora los seres humanos vivimos al borde la locura. Un artículo de Viktor Emil Frankl de mediados del siglo pasado nos da un baño de realidad. Nuestras angustias, aunque parezcan llevarnos al límite, no se diferencian mucho de las que debieron afrontar nuestros abuelos.
Viktor Frankl cuenta con todo el aval profesional y existencial para afirmarlo. Era un austriaco superviviente de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero además fue neurólogo, psiquiatra y filósofo. Conocido por ser el fundador de la Logoterapia y el Análisis Existencial. Sus experiencias influyeron en gran medida en su trabajo. Creía que el significado de la vida,más allá del placer y la felicidad, radica en encontrar un propósito. Para Frankl a capacidad de encontrar este propósito es lo que puede ayudar a los individuos a superar las experiencias más difíciles.
En 1955, cuando Viktor Frankl lideraba el Departamento de Neurología del Policlínico General de Viena, publicó un artículo titulado “Neurosis Colectivas” en la Wiener Medizinische Wochenschrift. En él, exploró la incertidumbre social, el miedo y la sensación de vacío existencial que prevalecían en la vida de muchas personas en esa época. Sorprendentemente, sus observaciones siguen resonando en la actualidad. Síntomas, como el fatalismo, el fanatismo y la huida de la libertad y la responsabilidad, presentan paralelismos con los de la actualidad.
Dos siglos
Cita en su artículo en una carta a Hans Blúher en 1923, en la que Sigmund Freud se refirió a «este tiempo al revés nuestro». “Pero aún hoy se habla mucho de una “enfermedad de nuestro tiempo”, una patología del espíritu de la época ¿Podría ser esta enfermedad de nuestro tiempo idéntica a la que toda psicoterapia trata, la neurosis? ¿Está nuestra época enferma de tensión nerviosa?”, se pregunta Frankl.
Ahonda aún más y se refiere a un libro de F. C. Weinke, titulado «El estado nervioso, la enfermedad de nuestro tiempo» que fue publicado en Viena por J. G. Heubner ¡en 1853! “Vemos que, en cuanto a la relevancia de la neurosis, las cosas no han cambiado tanto. ¡No son sólo nuestros contemporáneos los que están nerviosos! El ritmo frenético de nuestra vida se puede entender perfectamente si lo entendemos como un intento de anestesiarnos”. (Parece escrito en 2024, ¿Verdad?)
Frankl se apoya en Johannes Hirschmann, de quien dice demostró que las neurosis no han aumentado, sino que, «en términos de prevalencia, se han mantenido estables durante décadas». Explica que el cuadro clínico de las neurosis había cambiado, la sintomatología se había modificado y, por lo que se podía ver, la incidencia del miedo y la angustia había disminuido. “No es sólo la ansiedad neurótica, sino la ansiedad en sí la que no ha aumentado”, afirmaba en su artículo.
Secularizada
Cita también a Freyhan quien señaló que siglos pasados, por ejemplo, los tiempos de la esclavitud, de las guerras religiosas, de las quemas de brujas, de las migraciones masivas y de las enormes epidemias, todos esos «buenos tiempos» no pueden haber sido más libres de miedo que nuestra propia época”. De hecho, acota, presumiblemente la gente de siglos anteriores sentía más miedo y «tenía muchas más razones para tenerlo que nosotros en nuestro propio siglo. Parece que describir nuestra era como La Era de la Ansiedad es en realidad un error».
“No podemos concluir que hoy en día haya más personas con enfermedades neuróticas que antes. Lo único que ha aumentado es algo bastante diferente: la necesidad psicoterapéutica de las masas de acudir a un neurólogo cuando se encuentran en apuros mentales, morales o espirituales”, puntualiza Frankl. Detrás de esta necesidad psicoterapéutica, percibía que había algo más: la antigua y perpetua necesidad metafísica del ser humano. “Es obvio que, en un siglo secularizado, la salud espiritual y mental también se seculariza”. En su artículo, Viktor Frankl destaca la tendencia a buscar asesoramiento espiritual en los psiquiatras en lugar de los sacerdotes. Advertía que los médicos deben tener cuidado al proporcionar consejos que deberían ser proporcionados por los líderes religiosos.
Enigma del suicidio
También señala que, si bien el porcentaje de psicosis endógenas había permanecido constante, el número de ingresos en instituciones fluctúa a lo largo de los años. Pone de ejemplo que en el hospital psiquiátrico Am Steinhof de Viena, el número de ingresos en 1931 fue de 5.000 pacientes, la cifra más alta en más de 40 años, mientras que en 1942 hubo 2.000 ingresos, la cifra más baja. Fluctuación que atribuye a factores económicos y sociales. Como la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. En los años 30, durante la Gran Depresión, los familiares dejaban a los pacientes en hospitales psiquiátricos por razones económicas. El techo y la comida caliente eran un alivio. Sin embargo, en los años 40, (en el esplendor del nazismo) el temor a que fueran sacrificados llevó a que a los enfermos les dieran de alta rápidamente o los cuidaran en casa.
Para Frankl no solo había cambiado el cuadro clínico y la sintomatología de las neurosis, sino que también se podían observar tendencias similares en las psicosis. La melancolía, por ejemplo, “se manifiesta de manera diferente hoy en día, con menos sentimientos de culpa y más preocupaciones sobre el trabajo y la salud”, escribe. En su artículo Frankl señalaba que el número de suicidios no había aumentado significativamente y que, de hecho, podía disminuir en épocas de dificultades económicas y crisis política.
“Este hecho, al que se han referido los investigadores [Émile] Durkheim y [Harald] Hóffding,-escribe- se ha confirmado recientemente: no sólo Suiza y Suecia han ostentado durante décadas el récord europeo de índices de suicidio (es decir, precisamente los países que han disfrutado de los periodos de paz más largos), sino que se ha puesto de manifiesto que, en el norte de Alemania, desde 1946, la tasa de suicidios ha sido inferior a la de la época guillermina. Y otra estadística, publicada por G. Zigeuner, concluye que, en Graz, o mejor dicho, en Estiria, la tasa de suicidios entre 1946 y 1947 alcanzó su punto más bajo, precisamente en el momento de un descenso especialmente pronunciado del nivel de vida de la población”.
Paradojas existenciales
En su artículo, Viktor Frankl cita a Johannes Hirschmann, quien afirma que las experiencias de las dos guerras mundiales demostraron que las condiciones de vida y de combate extraordinarias no aumentaron el número de enfermos mentales, excepto en casos de ansiedad aguda y shock. Hirschmann también señala que los factores ambientales particulares que actúan en tiempos de crisis graves no parecen tener un efecto neurogénico específico en las neurosis crónicas.
Hirschmann utiliza el ejemplo de los campos de prisioneros para sugerir que la coerción, la amenaza, el encarcelamiento y la violencia brutal tienen más probabilidades de inhibir el desarrollo de las neurosis. Contrario a lo que podríamos pensar, factores ambientales como la privación material, la pérdida de medios de vida o el desarraigo no tienen un impacto significativo en la aparición de estas afecciones. Schulte también habla del «efecto secundario de todas las emergencias sociológicas», como una menor incidencia de divorcios, suicidios, adicciones y neurosis graves.
Frankl, en su obra, sugiere que el sufrimiento puede otorgar un sentido a la vida, fortaleciendo el espíritu humano. Otros expertos, como E. Menninger-Lerchenthal, han observado tasas de suicidio relativamente estables durante períodos de inestabilidad política. «Una vez escuché que un arco que se ha vuelto inseguro puede reforzarse y estabilizarse, paradójicamente, aumentando la carga sobre él», explica Frankl. De manera similar, la adversidad puede fortalecer la resiliencia humana.
Enfermedad de nuestro tiempo
Sin embargo, esta aparente paradoja no significa que las crisis no tengan un costo psicológico. «La enfermedad de nuestro tiempo», como la han llamado algunos, no se debe a las grandes crisis, sino al ritmo frenético de la vida moderna.En su artículo Frankl refiere al sociólogo Hendrik de Man, quien advirtió sobre los peligros de acelerar el ritmo de vida «más allá de ciertos límites». Pero la historia ha demostrado que los humanos son capaces de adaptarse.
“Bueno, la idea de que las personas no serían capaces de tolerar un ritmo más rápido, por ejemplo, el ritmo de los viajes mecanizados, y que no serían capaces de seguir el ritmo del progreso técnico, no es nada nuevo, pero era una falsa profecía. Cuando, en el siglo XIX, los primeros trenes tomaron las vías, los expertos médicos creían que era imposible que el cuerpo humano pudiera soportar la rápida aceleración experimentada sin enfermarse. Y hasta hace unos años, los expertos todavía tenían dudas sobre si era médicamente posible volar a velocidades supersónicas en un avión”, escribe Frankl.
Frankl argumenta que el ritmo acelerado de nuestra vida representa un intento de autocuración, aunque sea un intento fallido. “Cuánta razón tenía Dostoievski cuando definía al hombre como una criatura que puede acostumbrarse a todo. Así pues, no se puede culpar al ritmo actual de ser la causa de esta enfermedad de nuestro tiempo, ni de ninguna enfermedad”. Sugiere, en cambio, que el ritmo frenético de nuestra vida se puede entender como un intento de anestesiarnos. “Cada persona huye de una desolación y un vacío interior y, en esa huida, se hunde en el caos”.
Vacío existencial
Viktor Frankl profundizó en un concepto que ha resonado con mucha fuerza en la sociedad contemporánea: el vacío existencial. En su artículo de 1955, Frankl explora cómo este sentimiento de falta de propósito y significado en la vida puede ser la raíz de muchas de nuestras angustias modernas. «El psicólogo francés Pierre Janet describió lo que él llamó un sentimiento de vacío en individuos neuróticos», señala Frankl. Esta sensación de vacío, argumenta el psiquiatra, trasciende lo psicológico y se adentra en lo existencial. «La persona promedio de hoy experimenta lo que tal vez se podría describir con mayor precisión cambiando algunas palabras del Egmont, de Goethe: apenas sabe de dónde viene, y mucho menos a dónde va».
Según Frankl, ese vacío surge de una «voluntad innata de sentido» que todos llevamos dentro. Cuando esta voluntad no encuentra una salida, experimentamos lo que el psiquiatra denomina «frustración existencial». «Hemos comparado esta voluntad de sentido con la voluntad de poder, que Alfred Adler ilustra acertadamente en su Psicología individual bajo la forma de una aspiración al reconocimiento», explica.
Es decir, al igual que buscamos reconocimiento y poder, también buscamos un sentido profundo en nuestras vidas. Pero, cuando este sentido se elude, tendemos a buscar refugio en placeres superficiales. «La voluntad de placer sólo aparece en escena cuando la voluntad de sentido de la persona ha sido frustrada». La cual oculta la insatisfacción existencial y adormece nuestra conciencia. En otras palabras, la búsqueda de placer se activa cuando la búsqueda de sentido se ve obstaculizada.
Placer como anestesia
En su profunda exploración del alma humana, nos advierte sobre una paradoja de nuestro tiempo: la búsqueda desenfrenada del placer como una respuesta al vacío existencial. En su obra, Frankl explora cómo la frustración de nuestra voluntad innata de encontrar un sentido a la vida puede llevarnos a refugiarnos en satisfacciones superficiales. «La libido sexual sólo prolifera en el vacío existencial», afirma Frankl.
La persona que busca valores sólidos y orientación hacia el sentido existencial se ve dominada por sus instintos básicos, mientras que la autocompasión subyace al abuso de drogas y medicamentos. «Cuanto más insatisfecha queda su necesidad de sentido en la vida, más se arroja a los brazos de la voluntad de placer», explica.Cuando carecemos de un propósito más elevado, podemos caer en conductas destructivas como una forma de llenar ese vacío. La búsqueda compulsiva de placer no solo se manifiesta en la sexualidad, también en la criminalidad. «La voluntad de placer sólo aparece en escena cuando la voluntad de sentido de la persona ha sido frustrada», sostiene Frankl.
Significado profundo
Frankl también aborda la nada que tememos no solo está fuera de nosotros, sino también en lo más profundo de nuestro ser. «El miedo a esa nada interior lo domina y huye de sí mismo por miedo a sí mismo», escribe. Miedo que puede llevar a la soledad y al aburrimiento, y puede desembocar en la muerte voluntaria, es decir, en el suicidio. Para Frankl el aburrimiento y la soledad se convierten en nuestros mayores enemigos cuando carecemos de un sentido de propósito.
La soledad, paradójicamente, nos asusta porque estar solos significa estar cara a cara con nosotros mismos. Por eso buscamos constantemente distracciones, como el entretenimiento o las relaciones superficiales. Ese sentimiento de desolación y vacío, que se manifiesta cuando el ajetreo diario se detiene, del que escribe Frankl en 1955 es familiar para muchos. Incluso en una sociedad hiperconectada como la actual.
Frankl cita a Paul Polak quien señaló que no debemos hacernos la ilusión de que las enfermedades neuróticas desaparecerán por sí solas cuando se hayan resuelto todas las cuestiones sociales. Lo cierto sería lo contrario: sólo una vez resueltas las cuestiones sociales surgirían en la conciencia de las personas las cuestiones existenciales. «La solución de la cuestión social liberaría verdaderamente el problema espiritual, lo movilizaría», afirma.
Para Frankl la solución a nuestros problemas no radica en acumular bienes materiales o en buscar placeres efímeros. Cuando hayamos satisfecho nuestras necesidades básicas podremos comenzar a buscar un significado más profundo en la vida. Solo entonces el hombre será libre para tomar realmente las riendas de sí mismo y reconocer los aspectos problemáticos de su propia existencia. El siquiatra austriaco lo escribió hace casi un siglo, pero pareciera escrito en nuestros días.