Hace poco, en un diario que ha ido perdiendo sus luces y desperdiciando tinta en boberas, leí una frase de Bernard-Henri Lévy que, obviamente, tiene mucho de verdad: «No hay nada más peligroso que transformar a los médicos en dioses vivientes». Y habría que ser más preciso: a cualquier humano, sobre todo a lo que tienen actitudes e imposturas de santo. Una manera de ocultar sus pretensiones non sanctas.
Ni a los médicos ni a los políticos ni a los que hacen el papel de Jesucristo en las películas se les puede considerar dioses en cuerpo presente. Tampoco a los científicos y a los astronautas que han estado más cerca del cielo que nadie. Pero una cosa es considerarlos dioses y otra es elogiar su trabajo, respetar su profesionalismo, reconocer su dedicación y enaltecer su espíritu de sacrificio.
Un médico, al igual que un científico molecular, un arquitecto o un eficiente bibliotecario merecen respeto y sobre todo credibilidad. Una condición que no es exclusiva de los periodistas ni de los cantadores de los globos de la lotería. Ambos deben decir la verdad, pero también los médicos, los arquitectos y todos los demás, incluidos los matemáticos que por ser veraces y sinceros expresan dudas sobre que dos más dos sumen cuatro.
Bulo en estadio superior
Con la epidemia de bulos, fakenews, coñas y todos los sucedáneos de las falsedades, medias verdades que circulan por las redes sociales, los medios convencionales —impresos y audiovisuales—, junto con el cotilleo y cualquier otro tipo de habladurías, hemos subido a otro estadio de la incredulidad. Somos literalmente ateos impenitentes. No creemos ni en la claridad del día, pero sin exagerar ni llegar al agnosticismo.
El 25 de julio, en el Palacio de la Prensa de Madrid, se presentó oficialmente la plataforma Médicos por la verdad, que taxativa y públicamente se manifiesta en contra del uso de las mascarillas –de cualquier color, factura y nivel de filtración– y en contra del confinamiento y el distanciamiento social. Creen que lo que ha informado la OMS es falso, igual que los reportes de los gobiernos extranjeros y de las comunidades autónomas. En vista de la mentira generalizada, proclaman a voz en cuello su verdad: «La COVID-19 es poco menos que una gripe». Punto.
Con sus batas blancas, que le suben la tensión a cualquiera, y el estetoscopio al cuello, empezaron por lo más fácil. «La mascarilla deben utilizarla solo los médicos, cuidadores, sanitarios y enfermos». Si bien aceptan, como mucho, su uso obligatorio en zonas de alta “contagiosidad”, insisten en que no hay evidencia científica de que sea útil su uso en la población en general.
Las vacunas en el banquillo
No les importa los estudios sobre la propagación del coronavirus que han hecho respetables y afamados centros de investigación y universidades. No creen que en las gotas de saliva que se expulsan al toser, estornudar y hablar y quedan un tiemplo flotando en el aire puedan contener el virus y contagiar a los semejantes.
Si bien no aceptan el contagio por el aire que tanto le costó admitirlo a la OMS, sí aceptan que el uso de las mascarillas puede causar enfermedades respiratorias. Si bien no es una afirmación enteramente falsa, pues el organismo internacional solo dice que puede ocasionar dificultades para respirar, según el tipo de mascarilla, los negacionistas coinciden con los estudiosos que han detectado que el mal uso de la mascarilla, su impropia manipulación, la falta de higiene y no cambiarla con la frecuencia requerida puede convertirla en una fuente de enfermedades respiratorias producidas por hongos, gérmenes, bacterias, virus y una amplia biomasa microscópica.
Estos médicos por la verdad también consideran inútiles las vacunas y les achacan a los presuntos efectos secundarios el fallecimiento de algunas personas. En el Palacio de la Prensa solo se refirieron a la vacuna de la gripe, no a las de la tuberculosis, la rabia, la rubeola, el sarampión, las paperas ni la poliomielitis. Tampoco dijeron nada sobre los esfuerzos que hacen los laboratorios de investigación para encontrar una vacuna que inmunice a niños, adultos y ancianos contra la COVID-19. Otro punto importante fue que no mencionaron a Bill Gates ni a Microsoft, que supuestamente colocaría un microchip en cada uno de los receptores de la vacuna para inducirlos a comprar sus productos.
Muerden la mano que los ayuda
Aunque escogieron el Palacio de la Prensa para su presentación en sociedad, sin pudor y con algo de rabia la emprendieron contra los medios informativos por difundir noticias sobre los rebrotes. Pero lo que más cuestionaron fue que se actualicen las cifras sin destacar cuántos de los nuevos casos son asintomáticos. Ahí soltaron las amarras y quedaron al garete. “Es terrorismo informativo y así lo denunciamos”.
Al médico Ángel Ruiz-Valdepeñas, vociferante de la formación y militante contrario al nuevo orden mundial, ya le abrieron un expediente por sus reiteradas declaraciones en las que insiste en que “no hay pandemia y no tiene sentido alguno usar la mascarilla”. Ruiz-Valdepeñas trabaja en Urgencias del Hospital de Formentera, en Palma de Mallorca. Es especialista en medicina familiar y comunitaria.
En una manifestación “contra el nuevo orden mundial que se realizó en Madrid al comienzo de la pandemia, el facultativo dijo que los hospitales estaban vacíos, que no había pandemia y que había que vivir con normalidad. “Si nos vuelven a infundir, inocular o fumigar otro virus, y hay que hacer otras medidas, pues será otro momento, otra situación”, expresó con una amplia sonrisa de optimismo.
Sin mascarillas se rebelen y plantan cara a las lacrimógenas
En Berlín el negacionismo no se quedó entre las cuatro paredes de un recinto histórico. Unas 20.000 personas respondieron al llamado de un movimiento conocido como Resistencia Democrática y se reunieron en la Puerta de Brandeburgo. “Fin de la pandemia, día de la libertad” fue el nombre que le pusieron a la protesta para reclamar su libertad de no llevar mascarillas.
Casi todos llegaron de otras regiones en una mezcla plural y hasta excéntrica. Coincidían neonazis, conspiracionistas, ultraderechistas, antivacunas, negacionistas del virus, marxistas-estalinistas, predicadores yorubas y testigos de Jehová. La concentración fue convocada por el grupo que funciona en Stuttgart Querdenken 711 y que dirige el empresario Stephan Bergmann, que niega la existencia del virus y considera las medidas de confinamiento como una manera de demoler la democracia e imponer el autoritarismo.
Aunque la marcha se dirigía pacíficamente desde la Puerta de Brandeburgo, a la Columna de la Victoria, la policía presionó su disolución. La excusa fue precisamente el motivo de su protesta, que no llevaban mascarilla y no guardaban el distanciamiento social. No usar la mascarilla era su respuesta a la mayor conspiración, la declaración de la pandemia. Hubo enfrentamientos. 43 funcionarios policiales, de los 1.100 desplegados, resultaron lesionados y más de 130 de los manifestantes fueron detenidos. Cuando se agrupaban en las bocacalles, los manifestantes gritaban “libertad” y “resistencia”. Pero los berlineses también le respondían. “Fuera nazis”.
Los negacionistas no son de izquierdas ni de derechas
La mayoría de las protestas son fomentadas por la extrema derecha, que considera que gobierno exagera el riesgo de la epidemia y pide la apertura inmediata de los negocios. Pero no son los liberales que siguen a Hayek y Von Misses lo que propalan y difunden las teorías conspirativas. Ni los que asocian a George Soros y Bill Gates en la construcción una dictadura planetaria. No, son ingenuos que todavía creen que usar Coca-Cola para limpiar el water deja la taza reluciente.
Antes de comenzar la protesta, el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, pidió precaución a los ciudadanos . Les rogó no poner en peligro con un comportamiento temerario lo logrado con tanto esfuerzo y tal alto costo en la contención de la pandemia.
El Ministerio del Interior, que parece dedicarse más a la ideología que a la seguridad, propuso a los participantes pensar qué significa coincidir con «ultraderechistas y partidarios teorías conspirativas».
Credibilidad perdida
Políticos de la coalición gubernamental se han expresado de forma profundamente agresiva contra la protesta por las restricciones. Saskia Esken, la líder del Partido Socialdemócrata, llamó «Covidiotas» a los manifestantes. Por su parte, el jefe del grupo conservador del Parlamento de Brandeburgo, Jan Redmann, no fue más pacífico. «Otra vez estamos con 1.000 infecciones por día y en Berlín protestan contra las medidas para frenar el coronavirus. No podemos permitirnos tanta estupidez», dijo.
Vania Figueroa, vicepresidenta de la Red de Investigadoras de Chile y doctora en neurociencia, considera que la comunidad científica y la política fracasaron en forjar una alianza efectiva. “La ciencia es la herramienta más valiosa que tenemos para enfrentar las noticias falsas y el negacionismo. Ni los políticos ni los grupos de presión pueden poner por encima de los científicos en asuntos relacionados precisamente con la ciencia.
Pero siempre hay espacio para la duda si se han ocultado fallos y no se han comunicado inmediatamente para no causar estropicios en los montantes de las cajas registradoras. Pero sobre todo cuando se ha desechado la ética, el bienestar del planeta y de la totalidad de sus habitantes en función del bienestar y el reparto de beneficios a las accionistas de la compañía. Hay motivos para desconfiar, para no creerlos santos.
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