La historia parece hecha en Hollywood. Sin embargo, ocurre unos 200 kilómetros al sur de la ciudad de los sueños. La hondureña Erly Marcial y su familia están atrapados en Tijuana, México.
Esperan un milagro en la frontera con Estados Unidos. Sin embargo, el presidente Donald Trump ha afirmado que no aceptará a los migrantes.
Esta joven de 21 años se unió con su familia a la caravana de migrantes que busca llegar a Estados Unidos. Ello a pesar de que estaba embarazada de casi ocho meses. Dio a luz a un bebé sano en el agotador camino y ahora espera otro milagro.
«Si solo Dios suavizara su corazón», dijo al referirse a Trump. «Porque tiene un corazón de carne, no de piedra», agregó.
Caridad en el camino
En su peregrinaje, Marcial recibió el apoyo y la generosidad de extraños. También contó con la intervención de trabajadores de salud mexicanos y del consulado de Honduras en la Ciudad de México. Así, completó los más de 4.500 kilómetros de viaje durante varias semanas. Lo hizo con su vientre abultado. A veces caminaba por horas con sandalias de goma.
Ella y su familia han comenzado el largo camino hacia la búsqueda de asilo, pero podrían pasar meses antes de que logren su primera entrevista con los funcionarios de Estados Unidos.
Según datos del Departamento de Justicia, Estados Unidos ha otorgado sólo el 13,8 por ciento de las solicitudes de asilo de Honduras en el último año fiscal. Muy por debajo del 20,9 por ciento de aceptación que reciben las peticiones de todo el mundo.
Si se les niega, Marcial y su esposo, Alvin Reyes, de 39 años, dijeron que intentarían hacer su vida en México y posiblemente en Tijuana, donde viven en un dormitorio de una iglesia espartana cuyas literas son lujosas en comparación con los campamentos donde miles de otros migrantes de la caravana duermen en tiendas de campaña en terrenos duros.
La espera le da mayor dramatismo a una historia que parece hecha en Hollywood.
La muerte llegó a la caravana
Jakelin Caal Maquin, una niña guatemalteca de 7 años, murió por deshidratación. El hecho ocurrió menos de 48 horas después de que agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos la detuvieron a ella y a otros inmigrantes en un remoto cruce fronterizo de Nuevo México.
La niña había viajado con su padre a más de 3.200 kilómetros de su comunidad indígena. La población está ubicada al norte de Guatemala. La pequeña había celebrado su cumpleaños en la carretera. Tenía la esperanza de llegar a salvo a Estados Unidos.
Jakelin y su padre Nery Gilberto Caal, de 29 años, formaban parte de un grupo de 163 inmigrantes detenidos el 6 de diciembre por agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos. Fue a poco más de un kilómetro al oeste del puerto de entrada de Antelope Wells en Nuevo México.
Al día siguiente, la niña comenzó a tener convulsiones y los servicios de emergencia le tomaron la temperatura, que se encontraba a 40ºC. Fue trasladada al Providence Children’s Hospital en El Paso. La trataron en la sala de emergencias y luego la trasladaron a la unidad de cuidados intensivos pediátricos.
El 8 de diciembre Jakelin murió con su padre a su lado. Un informe inicial del hospital dice que falleció a causa de una septicemia.
La esperanza de una vida mejor
La muerte de Jakelin sumó críticas a las políticas de inmigración de línea dura del presidente Donald Trump por parte de los defensores de los inmigrantes y los demócratas en el Congreso de los Estados Unidos.
«La nena decía que cuando ella fuera grande iba a trabajar e iba a mandar pisto (dinero) a la mamá y a la abuela». Así lo dijo su madre, Claudia Maquin, quien se enteró de la muerte de la niña a través de funcionarios consulares. La mujer tiene tres hijos más, que hablan la lengua maya Q’eqchi.
«Como nunca ha visto países tan grandes ella estaba tan contenta de que se iba a ir», agregó. Explicó cómo su esposo había ido a Estados Unidos para encontrar una salida a la «extrema pobreza» en que vive.
Controversia en el camino
Las dimensiones de la movilización también contribuyen con una historia que parece hecha en Hollywood. Este grupo es parte de hasta cinco gigantescas caravanas que se internaron en México. Juntas llegaron a sumar más 7.000 centroamericanos, la gran mayoría hondureños.
El primero éxodo arrancó el 13 de octubre. Unos mil hondureños partieron de San Pedro Sula, Honduras, empujados por la pobreza y violencia en su país de origen.
Una segunda caravana con otros mil hondureños partió de Esquipulas, Guatemala, el 21 de octubre.
Los días posteriores arrancaron otras tres caravanas desde El Salvador, conformadas por habitantes de ese país.
Estos movimientos masivos encendieron una dura respuesta del presidente estadounidense Donald Trump. El mandatario los acusó de tratar de iniciar una «invasión» a Estados Unidos. El gobierno federal ordenó el despliegue de 9.000 militares en la frontera con México.
Mientras, el gobierno de México ha pedido apoyo a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para atender a los migrantes.
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