Por Andrés Tovar
19/03/2018
El autoritarismo global parece que ha tomado nuevos bríos. Sólo en las primeras semanas de este marzo hemos asistido a tres eventos que ejemplifican la afirmación antes planteada. El fin de semana pasado (11 de marzo), el presidente chino, Xi Jinping, logró impulsar la reforma de la Constitución de su país que ponía límite de dos mandatos del poder de su país. Por consiguiente ahora hay poco que le impida gobernar de por vida. Dos días más tarde, el turco Recep Tayyip Erdogan impulsó cambios radicales en el sistema electoral. Éstos le dan una gran oportunidad de extender su reinado de 15 años en las elecciones de 2019. Y este domingo (18 de marzo), Vladimir Putin extiendió su omnipresencia en la política rusa con otro mandato de seis años hasta el 2024, superando la frontera de los 20 años en el poder.
Pero éstos no son los únicos países donde el autoritarismo muestra sus fauces. La democracia se retiró en Venezuela, donde el presidente Nicolás Maduro está consolidando su régimen. En Filipinas, Rodrigo Duterte ha encarcelado a sus oponentes políticos. Y en Polonia y Hungría, sus líderes están tomando medidas enérgicas contra la prensa y tratando de controlar la judicatura. Es un espectro de regímenes que se están moviendo un dirección opuesta a la alternabilidad y a la democracia.
Autoritarismo en «efecto doppler»
Lo más notable es que el fenómeno trae consigo una suerte de efecto doppler político. Las democracias liberales están bajo presión de volverse menos liberales, menos tolerantes. Los países que son democracias pero tal vez no liberales corren un grave riesgo de volver a caer en un régimen autoritario. Y los países que han sido autoritarios se están volviendo más autoritarios.
Un ejemplo de ésto es Donald Trump, quien bromeaba la pasada semana que Estados Unidos debería tener un presidente de por vida, al citar el ejemplo de China. Pero la idea podría tener cierto respaldo real entre los votantes de Trump. Una encuesta de Pew mostró que el 33% de los republicanos quisiera un «líder fuerte» cuyo poder no sea controlado por los tribunales o el Congreso. Todo esto encaja perfectamente en la narrativa del mundo volviéndose autoritario a una velocidad inquietante.
Vale preguntarse entonces. ¿Por qué está pasando esto ahora?. Estamos hablando de países que están tan separados geográficamente, tan diferentes culturalmente entre sí. Pero todos moviéndose en la misma dirección. Siguiendo líneas similares. Control absoluto de los de los poderes públicos y de los medios de producción. Represión a la disidencia. Control de los medios de comunicación, incluido Internet, y desprecio por el derecho internacional.
Todos están aprendiendo de los libros de jugadas de los demás. Comienzan reprimiendo la independencia judicial y dominando los tribunales. Luego se procede a intimidar y controlar a los medios. Muy pronto ya no queda oposición. Se trata realmente de una eliminación progresiva de las fuerzas compensatorias en el sistema político, el poder judicial, los medios de comunicación, la comunidad empresarial y la sociedad civil. Y no lo haces todo de una vez. Es como la rana hirviendo en el agua. Si sucede gradualmente, la rana no salta del agua, la sociedad civil no se levanta y la comunidad internacional no se queja lo suficiente. Pasó en Hungría, Rusia, China, Turquía, Venezuela… Póngale el nombre del líder autoritario que desee. En todos estos ejemplos, el patrón ha sido exactamente igual.
«Hombre fuerte», países débiles
Una respuesta al por qué de esta «nueva ola» del autoritarismo está en lo aletargado de la aplicación de medidas. Todos estos gobiernos han mostrado que piensan que no hay consecuencias internacionales en sus acciones. Y se inspiran unos a otros. Hay un inconveniente perceptible de la democracia y de presión en los derechos humanos. Es allí donde radica la importancia de las acciones de los organismos multilaterales y de la comunidad internacional, a veces tan poco comprendida. No obstante, dentro de ella, se hace plausible una reflexión interna sobre su rapidez de acción. No sólo es importante solidarizarse moral y diplomáticamente con los demócratas en estos países. La determinación para tomar acciones es fundamental incluso para evitar la incredulidad entre los demócratas de acudir a estos organismos.
Finalmente, a los simpatizantes de estos métodos «del hombre fuerte». Vale dar un paso atrás para ver los defectos de esta clase de método. Putin podría ser capaz de flexionar sus músculos en algunos asuntos internacionales. Pero la longitud y la naturaleza autocrática de su reinado han dejado a Rusia mucho más débil de lo que debería ser. El presidente ruso ha apuntalado el poder con mecenazgo. Y hechos como la toma de Crimea han alejado a Moscú de todas las principales potencias mundiales. En el escenario mundial, Putin es más un contraatacador que un marcador de agenda.
Xi corre el riesgo de seguir el liderazgo de Putin y socavar el dinamismo de la economía de su país, que se convirtió en el segundo más grande del mundo bajo un sistema político donde los principales actores rotan y las instituciones funcionan más o menos. La regla del hombre fuerte, por su propia naturaleza, socava esas instituciones. Y en Venezuela, el autoritarismo populista de gobierno empecinado en intentar mantener una popularidad en su electorado socavó el aparato productivo, con las consecuencias para su economía ya conocidas. Los tres ejemplos deberían servir de advertencias. Pese a todas sus frustraciones y aparente impotencia, el «orden liberal occidental» lleva ese nombre porque es el orden.