Tan solo basta pasearse por la Gran Vía de Madrid para encontrarse con decenas de escaparates de grandes cadenas de ropa y cientos de personas con bolsas llenas de prendas de la última temporada. Sin embargo, esa ropa será solo de la última temporada por dos semanas. En 15 días, las mismas tiendas tendrán una nueva colección y, de nuevo, vendrán compradores para hacerse con las más recientes tendencias. Este es el ciclo de la fast fashion y está destruyendo al planeta.
Desde el año 2000, la industria de la “moda rápida” o fast fashion ha tenido un crecimiento exponencial gracias a la expansión de marcas como H&M y Zara, dos de los retailers más grandes del mundo. Para el 2014, se produjeron más de 100.000 millones de prendas, según datos de Greenpeace, pero el hecho de producir más ropa a precios más económicos ha ocasionado que esta tenga cada vez menos vida útil y, por lo tanto, termine más rápido en la basura.
Según estudios de las Naciones Unidas (ONU), en promedio, el ciudadano consume un 60% más ropa que hace 15 años y una prenda se utiliza tan solo 10 veces antes de ser desechada, esto es la mitad respecto a la década de los 2000, a pesar de que se proyecta que la demanda de ropa aumentará un 2% al año. Tan solo en España terminan en vertederos el peso equivalente de 45.000 autos medianos en ropa.
La huella ambiental de la moda
Este sobreconsumo, sumado a las condiciones en las que se fabrican las prendas, ha puesto a la industria de la moda en el segundo puesto de los sectores más contaminantes por detrás del petróleo. Según la ONU, la moda es el segundo consumidor de agua a nivel mundial, genera alrededor de 20% de las aguas residuales y libera medio millón de toneladas de microfibras sintéticas al océano cada año.
Por si fuera poco, la industria también es responsable del 10% de las emisiones globales de carbono, lo que es más que todo el transporte marítimo y los vuelos internacionales combinados. Estas emisiones provienen del uso de pesticidas a base de aceite, el bombeo de agua para regar los cultivos como el algodón, y del transporte.
El denim versus el planeta
Para hacer un pantalón tipo jean se necesitan 3.781 litros de agua, entre la producción de algodón, fabricación, transporte y lavado. En este proceso, se emiten 33,4 kilogramos de carbono equivalente, lo mismo que al conducir 111 kilómetros o ver 246 horas de televisión en una pantalla grande (ONU).
Pero no solo la situación está siendo insostenible para el planeta, sino también para las ganancias de la industria. Aunque la moda está valorada en 2,4 billones de dólares y emplea a más de 75 millones de personas en todo el mundo, cada año pierde un valor de 500 mil millones de dólares por falta de reciclaje y la ropa que se arroja a la basura sin ser vendida.
Incluso para los compradores, el sistema se está saturando. “Los consumidores están alcanzado su límite. Aunque el placer de la moda barata es neurológicamente muy real, los compradores también están experimentando el agotamiento mental por la acumulación de toda esta ropa barata. Tenemos un sistema roto y un consumidor que está hambriento de cambios”, explica Maxine Bedat, la fundadora de Zady, una plataforma que apoya un estilo de vida sustentable.
“La persona promedio en Norte América compró 16 kilogramos de ropa en el 2014, lo que equivale a 64 camisetas y 16 pares de jeans. En el Medio Oriente y África, el promedio es de 2 kilogramos por persona” (Greenpeace)
Los números lo corroboran. Un estudio de Nielsen realizado en el 2015 recogió que el 66% de la población millenial mundial, que ahora mismo es la principal fuerza de mercado, está dispuesta a comprar prendas con la etiqueta sostenible. Es por ello que el sector, aunque lento, lleva años buscando alternativas que sean beneficiosas para el planeta y para los negocios. El pasado 14 de marzo, las Naciones Unidas lanzó la Alianza para la Moda Sostenible junto a importantes marcas de la industria como H&M, Hugo Boss o Gap.
Los cambios en la producción
Según explica, Gema Gómez, directora de la plataforma educativa Slow Fashion Next, la moda sostenible es la que se produce “de tal manera que incluya criterios medioambientales, sociales y económicos en su cadena de producción. El término slow fashion proviene del concepto Slow Food y es un término que acuñó la consultora británica Kate Fletcher para describir una moda que tuviera los mismos conceptos que el Slow Food, es decir, que fuera ética, justa, buena y limpia”.
Aunque cada vez hay más marcas sostenibles, como la misma B2Fabrics de la propia Gómez o Ecoalf, ambas españolas, también es importante que los grandes retailers se involucren en la moda sostenible. Es por ello que, desde el 2009, marcas como el gigante sueco H&M, Kering, ASOS o Nike, han patrocinado la Global Fashion Agenda, una organización que busca crear una industria de la moda “más allá de la próxima temporada”.
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Entre los objetivos a corto plazo, para el 2020, que se han propuesto estas compañías están: lograr la trazabilidad de la cadena de suministros, combatir el cambio climático, usar eficientemente el agua, la energía y los químicos, y construir ambientes laborales seguros y respetuosos. Pero algunas marcas están trabajando en las metas más ambiciosas como usar materiales reciclados y crear una economía circular.
Por ejemplo, actualmente el 57% de las prendas de H&M están hechas con materiales reciclados o derivados de procesos orgánicos. La compañía espera llegar al 100% para el 2030. “Los materiales reciclados son un ganar-ganar: previenen que el material desperdiciado llegue a vertederos y reduce el uso de materiales vírgenes”, explica Cecilia Brännsten, manager del departamento de sustentabilidad de la firma.
Una de las alternativas a los tejidos sintéticos contaminantes es el econyl, un tejido que se realiza a partir del plástico que se recoge del mar
“Sin embargo, para muchos tipos de textiles, las soluciones reciclables no existen o no están comercialmente disponibles a gran escala”, matiza Brännsten, “por lo que estamos colaborando con científicos e innovadores para asumir el desafío, pero al mismo tiempo estamos trabajando en incrementar otras fuentes de materiales sustentables lo más rápido posible”, agrega.
https://twitter.com/hmespana/status/1120623372730236928
Por su parte, para Gómez, la única manera de que estas marcas realmente cambiaran es “que incluyeran las externalizaciones y que en vez de impactar, regeneren todo los impactos que han provocado en estas últimas décadas a nivel medioambiental y social, además de regenerar los nuevos recursos que usen, que produzcan sin usar agua, pagando sueldos dignos, consiguiendo un buen equilibrio entre la automatización que está llegando y la formación a las empleadas, entre otros”.
Sass Brown, fundadora del Instituto de Diseño e Innovación de Dubai y ex decana asociada de la Escuela de Arte y Diseño en el Fashion Institute of Technology (FIT), destaca que la tecnología tiene un papel fundamental para poder cambiar el ciclo de producción textil. “Actualmente, no se pueden separar para reciclar complejos tejidos multifibras que se producen. Incluso monofibras, como el algodón, tienen grandes limitaciones en cuanto al porcentaje que puede ser reciclado”, asegura la experta.
En el reportaje de Greenpeace, Time Out For Fast Fashion (“El tiempo se acabó para la moda rápida)”, se deja claro que el negocio de la moda rápida está alimentado por un sistema fragmentado de producción de baja tecnología. Todavía queda mucho por hacer en ese aspecto, aunque se están haciendo avances para realizar tejidos a partir de cáscaras de fruta como de la piña o la banana o el econyl, que se hace a partir del plástico que se recoge del mar.
Moda sostenible: una nueva manera de hacer negocio
Mientras estos cambios ocurren en la industria, que serían los más significativos para cambiar la balanza, el consumidor también puede ir cambiando ciertos hábitos que sean más amigables con el planeta. Con tan solo doblar el tiempo de uso de la ropa de uno a dos años reduce el 24% de las emisiones por un año, aseguran desde Greenpeace. Igualmente tratar de aprovechar nuestras prendas o comprar ropa de segunda mano o acercarse a las tiendas ecológicas, sería una buena forma de empezar a ser más conscientes.
En ese sentido, la sustentabilidad también implica responsabilidad por la vida de otros seres humanos, es no solo preguntarse de qué está hecha la ropa sino quién la hace y en qué condiciones. Fashion Revolution es un movimiento mundial que reúne expertos del sector en todo el globo para perseguir una meta en común: “no queremos que nuestra ropa explote a las personas o destruya nuestro planeta”.
Q: What can you do to create positive change in the fashion industry?
A: Sign up for our free online course: #FashionsFuture and the Sustainable Development Goalshttps://t.co/1hJMRldiTT pic.twitter.com/VJ0wrqatx4
— Fashion Revolution (@Fash_Rev) May 23, 2019
El proyecto surgió a raíz del derrumbe del Rana Plaza en 2013, un edificio en el que estaban instaladas cinco fábricas textiles en Bangladesh, y en el que murieron 1.134 personas. A partir de este acontecimiento, se le comenzó a dar más cobertura a las consecuencias que tenía el modelo de la moda barata y rápida.
“Existimos en un mundo donde el 61% de las empresas de ropa no saben dónde se fabrican sus prendas, el 76% no sabe donde sus telas se han cosido o pintado y el 93% no sabe el origen de las fibras. Así que se puede ver que mientras para nosotros es algo básico, es una nueva manera de hacer negocio. Saber la fuente de la materia prima es la única manera de crear un producto con integridad”, dice Bedat.
Para pensar un producto con integridad hay que cambiar el chip del sistema de moda rápida al de slow fashion (“moda lenta”). Bedat define este modelo como “un acercamiento al diseño, la producción y el consumo que se enfoca en la mayor calidad material, un entendimiento del medio ambiente, un diseño atemporal y un producto que el consumidor pueda sentirse bien usando en los años que vengan”.
Cerrar el círculo: ¿qué tan lejos está la meta?
Sin duda alguna, en este despertar sostenible de la industria de la moda, lo más importante es cambiar el concepto de economía lineal al de economía circular, en el que se establece que todos los productos pueden tener un ciclo de vida completo y eficiente y no acaben en vertederos. Este concepto se basa en la idea de que los recursos del planeta son finitos y, por lo tanto, se debe tratar de aprovechar los que tenemos al máximo y no desperdiciarlos. No obstante, la transición del modelo de negocio de la fast fashion a uno sostenible está siendo progresiva.
“Aunque un número creciente de compañías están explorando modelos circulares, el progreso es lento debido a los problemas de regulación, logísticos, técnicos y económicos que envuelven al negocio circular, la colección textil y el reciclaje. La realidad es que las soluciones y la infraestructura requerida para crear un sistema de moda circular no existe todavía”, explica Anna Gedda, jefa de sostenibilidad de H&M.
Sin embargo, el interés de más actores ha crecido. Por ejemplo, el parlamento europeo ha incluido la economía circular entre sus objetivos de sostenibilidad para el 2030, mientras que el mercado de segunda mano ha crecido y las compañías están buscando alternativas para revender. Y aunque muchos de estos resultados parecen esperanzadores, lo cierto es que este es apenas el comienzo.
Otro de los retos, está en el consumidor. “El mayor reto es que han educado la población haciéndoles pensar que es normal pagar 5 € por una camiseta; la mayor dificultad ahora es explicarles ahora por qué eso no es cierto”, indica Gómez, que considera que las grandes marcas, para volverse realmente sostenibles, “tendrían que cobrar mucho más por prenda y eso va a ser todo un reto después de llevar tantos años contando que la moda es tan barata”.
Gema Gómez, desmontando mitos
Gómez piensa que es “un mito” que el consumidor no pueda tener acceso a moda sostenible. “Lo primero que tenemos que pensar es que nuestros armarios están llenos de ropa que no utilizamos. Nos han contado que tenemos que estar comprando ropa continuamente y eso no es cierto”, asegura la experta.
“Las materias cada vez son de peor calidad para que duren menos y compramos moda como si fuéramos a comprar un sándwich o una hamburguesa, es decir, como si consumiéramos fast food”, agrega la experta, quien considera que esta manera de comprar “es completamente insostenible”.
“Tenemos que tener en cuenta que detrás de cada prenda hay un consumo alto de recursos, de materias y agua, entre otros, mucha contaminación empezando por los químicos tóxicos con los que se cultiva el algodón, por ejemplo, que es la fibra más utilizada después del poliéster, y mucha energía para transformar todos esos materiales”, asegura Gómez.
Cada prenda que compramos lleva todo esto de atrás, por ejemplo para producir el algodón de una camiseta de 250 gramos se han necesitado 2700 litros de agua según WWF es decir lo que consume una persona aproximadamente en 3 años.
Gómez considera que una forma en la que se puede empezar a ser más sostenible es usar las prendas que ya se tienen y encontrar soluciones que sean sencillas y económicas, como comprar de segunda mano o intercambiar prendas con amigos y familiares. “Este tipo de consumo mucha gente joven ya lo tiene aceptado en su manera de consumir porque están acostumbrados a plataformas digitales que les invitan a compartir”, afirma.
Aún así, Gómez insiste en que lo que se ahorra con estas acciones también se puede invertir en prendas de calidad que se conviertan en el fondo del armario. Ella recomienda marcas que generen un impacto positivo, las cuales justifican sus precios porque “han incluido todos los costes que normalmente el Fast fashion externaliza como sueldos dignos, ciclos de producción cerrados para evitar la contaminación del medio ambiente, materias orgánicas que regeneran la biodiversidad, entre otros”.
Lo que sí queda claro, es que para lograr un cambio real, la educación del consumidor es fundamental. “Tenemos que hacer entender a la ciudadanía en general que poner estos temas en el eje central de nuestra vida, es poner nuestra salud, la salud del planeta y la supervivencia de los que vienen detrás en el puesto número 1 de nuestra escalera de prioridades”, asegura Gómez.
“Y también es fundamental la educación a los profesionales del sector, no puedes decir por ejemplo que estás haciendo moda sostenible si ni siquiera sabes lo que significa sostenibilidad. Por eso nosotras nos dedicamos a hacer formación para ayudar a todos estos profesionales a incluir estos criterios en su día a día, tanto si son empresarios, como diseñadores o periodistas, si queremos mejorar el sector la educación y el conocimiento son básicos”, indica la experta.
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