El anuncio de Chávez de que la fuerza armada venezolana adoptaría una “nueva doctrina militar” se produjo en diciembre del 2004. Aquella supuesta nueva doctrina antiimperialista –ya me referiré a ello más adelante– significaba, en lo primordial, que la Fuerza Armada Nacional ingresaba en un paulatino doble proceso: por una parte, pérdida de sus atributos profesionales, en todos los sentidos; y por la otra, una creciente politización, con el objetivo de convertirla en el brazo armado del chavismo (uno de los legados reales que Chávez dejó a Maduro).
Han transcurrido un poco más de dieciséis años de ese momento. El tiempo ha mostrado, sin atenuantes, que la nueva doctrina no era antiimperialista, sino únicamente antiestadounidense, y que, por el contrario, fue diseñada para que el cuerpo militar venezolano cayera rendido a los pies de cubanos, rusos, chinos, iraníes y otros. Es decir, a los pies de naciones cuyos poderes fueran, sin lugar a dudas, antidemocráticos.
Rápidamente, de forma casi simultánea, se realizaron las primeras adquisiciones de fusiles y helicópteros a Rusia, y de uniformes militares a China. No solo se produjo un cambio en los proveedores de armas y recursos militares, sino que también se abrieron las puertas, de par en par, para compras de tecnologías, asesorías y hasta de presencia de militares armados en territorio venezolano –rusos principalmente– como lo demuestran fotografías que han circulado en los últimos tres o cuatro años, donde se les ve vestidos con uniforme militares venezolanos.
La nueva doctrina militar ha significado, en realidad, la disposición, el deseo de las FANB de ser penetrada por agentes extranjeros, con el único requisito de compartir una posición antiestadounidense.
¿Qué ha ocurrido en estos dieciséis años? En un sentido muy general, la FANB se convirtió en una poderosa estructura para todo uso.
Se la dotó de un cuerpo de leyes que prácticamente le entrega el control absoluto sobre el territorio y sobre las vidas de los venezolanos.
Se estimuló la colonización de la estructura del Estado por parte de militares activos o retirados.
Se crearon decenas y decenas de empresas, en los más diversos ámbitos, para su usufructo, beneficio y entretenimiento de sus altos cargos.
De forma creciente, se les concedió la conducción de instituciones, programas sociales y proyectos del Estado a funcionarios militares, sin ninguna capacidad para tales tareas –banca del Estado, Petróleos de Venezuela, sector eléctrico estatal, empresas básicas, puertos, aeropuertos, alimentación y muchos más–, con los resultados conocidos: gestiones no malas sino desastrosas, corruptas y cargadas de prácticas destructivas, que han terminado en la quiebra, la ruina o la desaparición de las entidades.
Uno de los aspectos más relevantes, quizás el más perverso, fue que la doctrina en cuestión estableció la existencia de un enemigo interno: usted, yo, nuestra familia, nuestros amigos y conocidos, todos aquellos que creemos en la democracia, que aspiramos a vivir en un régimen de libertades. Chávez y sus uniformados nos definieron como sus enemigos por oponernos al socialismo del siglo XXI.
Así, la FANB ha ido ocupando, de forma creciente, el control del orden interno, hasta convertirse en uno de los factores claves de la represión y, hay que decirlo, el único sostén del régimen y del poder.
Unas fuerzas armadas realmente profesionales y respetuosas de la Constitución, no hubiese disparado, una y otra vez, contra el pueblo que ha exigido libertades y democracia en las calles.
La fuerza armada profesional que tuvo Venezuela se ha derrumbado y ha sido remplazada por una megaorganización que promueve el militarismo; que opera como un partido político; que resguarda fraudes electorales; que funciona como un conglomerado de bandas armadas dedicadas a extorsionar a los ciudadanos en ciudades y carreteras; que no actúa contra funcionarios involucrados en el narcotráfico.
Ha derivado en una megaorganización que no mantiene vínculos constructivos y de colaboración con sus pares de Colombia y Brasil, por ejemplo. Y que, del modo más irreflexivo e irresponsable, incorpora a sus declaraciones todo tipo de disparates de supuestas conspiraciones, ataques y amenazas. En síntesis, una FANB protagonizada por voceros delirantes y fuera de la realidad.
¿A dónde nos conduce todo este cuadro de cosas, al que podrían añadirse muchos otros elementos? A una extraordinaria paradoja: la institución super-armada, cuyas capas superiores viven en la opulencia, dedicada a los negocios y a toda clase de corruptelas, luce impotente frente a las capacidades de los disidentes de las FARC a los que intenta combatir en Apure.
Bombardea, impactando directamente a los pobres pobladores de la zona, porque no es capaz de realizar operaciones quirúrgicas. Esa FANB ha sacrificado las vidas de 8 de sus miembros, por incompetente, por elefantiásica y sobreactuada, por exceso y abundancia, porque sus habilidades están bajo los comandos de extorsionadores y señores dedicados a los negocios, que no tienen la menor idea de las realidades geográficas, demográficas, topológicas y semiurbanas de Apure.
Pero hay algo más que no ha sido percibido en su dramática situación: la pandemia ha tomado cuerpo en los cuarteles. Ahora mismo –escribo el jueves 8 de abril– la situación está próxima al descontrol.
Sus miembros –no hablo de generales y capitostes, resguardados en sus mansiones– no solo viven en condiciones de precariedad, sino que realizan operaciones permanentemente expuestos al virus.
Hasta ahora se ha impuesto la orden de no hablar, que se ha cumplido de forma férrea. Pero no es sostenible: muy pronto tendremos noticias del desastroso balance, y pondrá en evidencia que, frente al virus, la poderosa FABN tampoco tenía una estrategia, como no la tenía ante las disidencias de las FARC en Apure, por lo que no ha tenido otro camino que pedir la ayuda de ese cuerpo de criminales que es la FAES.
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