Ronald Suny, profesor de Historia y Ciencias Políticas, Universidad de Michigan
Mijaíl Gorbachov fue una figura contradictoria; y su legado complejo. Aclamado en Occidente como un demócrata y libertador de su pueblo, lo que realmente era, en Rusia muchos lo despreciaban por «destruir la Unión Soviética» y desmantelar una «gran potencia». Todavía, cuando ocurre su muerte ocurre se siguen sintiendo las ondas de la transformación que ayudó a diseñar.
La invasión de Ucrania es, en parte, un intento de revertir la pérdida de estatus que se sintió en la Rusia posterior a la Guerra Fría por la desintegración de la Unión Soviética bajo Gorbachov. Algo que Vladimir Putin considera “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”. En cierto sentido, el desmoronamiento de la Unión Soviética que comenzó hace 30 años todavía continúa en la sangrienta guerra en Ucrania.
No es así como se le percibe en Occidente. Después de soportar las sospechas occidentales cuando llegó al poder de que él era un lobo con piel de oveja, un reformador poco sincero que en realidad era un comunista de línea dura, Gorbachov logró convencer a los escépticos de su sinceridad. La primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, encontró en Gorbachov a alguien con quien podía “hacer negocios”. Luego, a través de ella, el presidente estadounidense Ronald Reagan llegó a la conclusión de que Gorbachov era un auténtico desmantelador del sistema de mando soviético.
Los primeros temores en Occidente se convirtieron en ansiedad por la supervivencia de Gorbachov cuando se embarcó en su gran proyecto. Era un reformador que aspiraba a ser un revolucionario desde arriba. Quería liberalizar y democratizar a la Unión Soviética para salvar el socialismo. En el proceso, terminó socavando el socialismo como la principal alternativa al capitalismo neoliberal occidental. Sus apresuradas reformas para modernizar la Unión Soviética fueron superadas por desarrollos sobre el terreno que vieron caer el proyecto socialista, para ser reemplazado por una nueva era en Rusia marcada por un nacionalismo creciente y un autoritarismo renovado.
¿Quién fue Mijaíl Gorbachov y de dónde vino?
Nacido en 1931 en el sur de Rusia como hijo de campesinos, el joven Gorbachov se enteró de los horrores de la represión estalinista por sus abuelos, que sufrieron encarcelamiento. Físicamente fuerte y excepcionalmente brillante, Gorbachov estudió Derecho en la Universidad Estatal de Moscú y pronto se embarcó en un ascenso constante como funcionario del Partido Comunista.
Fiel apparatchik, conocía las patologías del sistema: la burocracia embrutecedora y egoísta, la represión de la libertad de expresión, los gastos militares inflados y la falta de iniciativa y productividad de los trabajadores y campesinos. Una vez que alcanzó ser secretario general, en 1985, el puesto más alto en el partido, se embarcó en un ambicioso programa de reformas. Se centró en dos ideas, la “perestroika” –la reestructuración del sistema político y económico– y la “glasnost” – el fin de la censura y la introducción de la libertad de expresión y de prensa.
Desde el principio, las reformas económicas resultaron defectuosas, insuficientes. La caída del precio mundial del petróleo, la principal fuente de divisas de la URSS, un devastador terremoto en Armenia y el desastre nuclear de Chernóbil -problemas gigantescos- empobrecieron el país y erosionaron la popularidad de Gorbachov. Sus logros en política exterior (la retirada militar de Afganistán, la liberación de los estados satélites soviéticos en Europa central y oriental y la reducción de las armas nucleares) le ganaron amigos en el extranjero.
No obstante, muchos de sus camaradas más cercanos, particularmente en el ejército y la KGB, el servicio de seguridad del estado, estaban horrorizados por su entrega de lo que consideraban las ganancias de la victoria sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Bajo la supervisión de Gorbachov, la Unión Soviética pasó rápidamente de ser una superpotencia a un estado patéticamente débil que pedía ayuda financiera al gobierno de George Bush, que nunca llegó. Permitió que los dos estados alemanes, separados durante la Guerra Fría por el Muro de Berlín, se reunificaran sin ganar mucho con el trato.
Pensó erróneamente que tenía un acuerdo firme con Estados Unidos y Alemania para no mover la OTAN ni un centímetro hacia el este, pero no lo consiguió por escrito. Ignorando las protestas del presidente de Rusia, Boris Yeltsin, el presidente Bill Clinton cumplió los deseos de los Estados de Europa del Este de unirse a la alianza occidental aprovechando la debilidad de la URSS.
La muerte política de la Unión Soviética y de Gorbachov
En las décadas de los setenta y los ochenta, la imagen de la URSS en Occidente era la de un gigante comunista con armas nucleares, un Estado revolucionario y expansionista que amenazaba seriamente al “mundo libre”. Pero muchos que estudiamos el régimen y estuvimos allá pudimos ver que estaba económicamente estancado, socialmente atascado y bastante frágil políticamente.
A fines de la década de los ochenta, Gorbachov se vio atrapado dentro de una élite conservadora que temía el cambio, y los autodenominados demócratas, encabezados por su némesis, Boris Yeltsin, que clamaba por un cambio más radical y profundo.
Como jefe de gobierno, Gorbachov se enfrentó a un dilema insoluble. Lograr los fines democráticos que deseaba sin recurrir a medios antidemocráticos, la fuerza y la violencia. No dispuesto, excepto en raras ocasiones, a usar la fuerza armada para mantener el orden o salvar el sistema, fue ineficaz contra la resistencia nacionalista en muchas de las repúblicas no rusas: Armenia, Azerbaiyán, Georgia y Lituania. Su propuesta de convertir un imperio, en el que la nacionalidad rusa dominaba a los pueblos subordinados, en una federación genuinamente democrática de naciones iguales fue aprobada por más de las tres cuartas partes de los que votaron en un referéndum en marzo de 1991. Meses después el plan fracasó. Algunos sus generales y agentes de la KGB intentaron un golpe de Estado en su contra. Fracasaron, pero el ganador del enfrentamiento de tres días no fue Gorbachov, sino Boris Yeltsin.
A principios de diciembre, tres líderes ebrios de Rusia, Ucrania y Bielorrusia se reunieron en un entorno forestal en ausencia de Gorbachov y concibieron apresuradamente un plan concebido para dividir la URSS y abolir la presidencia de Gorbachov. El mundo soviético terminó “no con un estruendo sino con un gemido”, para tomar prestado del poeta TS Eliot. Se estableció una Comunidad de Estados Independientes débil e ineficaz en la que Gorbachov no tuvo papel alguno El día de Navidad, Gorbachov renunció. Una figura digna, pero patética. Impotente y reducida a dirigir su fundación y a escribir sus memorias.
La libertad se expandió, pero a un costo alto
La revolución desde arriba de Gorbachov había dependido desde el principio de que los defensores de la reforma impidieran que las élites conservadoras socavaran su programa. Trató de movilizar a los intelectuales a través de la «glasnost» y perforar la defensa del sistema en descomposición. Pero la mayoría de los escritores y académicos abandonaron los enfoques graduales por una transformación más rápida. La desesperación por el cambio ya. Mientras, se desataban los resentimientos y descontentos reprimidos que enconaban a la sociedad soviética, Gorbachov no logró controlar la creciente revolución desde abajo.
La liberación de la esfera pública sacó a la luz a mineros en huelga y consumidores enojados con los potentados privilegiados del partido y dio voz violentamente al descontento reprimido de los no rusos en las diversas repúblicas constituyentes de la URSS. En última instancia, el Imperio Soviético se desintegró, no por un levantamiento popular masivo desde abajo, como imaginan muchos en Occidente, sino por los errores y las luchas políticas internas en la parte superior, que debilitaron progresivamente la autoridad del centro.
Gorbachov trató de hacer demasiado, y demasiado rápido, sin los recursos para lograr sus objetivos. Para 1990, su propia debilidad e indecisión habían descarrilado la revolución desde arriba. Un gran emancipador, Gorbachov dejó un legado mixto . Amplió la libertad para millones, pero al mismo tiempo desató turbulentas olas de nacionalismo y dejó el terreno removido para un autoritarismo renovado.
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