Miguel Henrique Otero
Periodista, presidente-editor del diario El Nacional
Se equivocan de palmo a palmo los reduccionistas que minimizan el significado de la reunión entre José Luis Ábalos y Delcy Rodríguez en el aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid la noche del 19 y la madrugada del 20 de enero.
Yerran los que suponen que el encuentro tuvo un carácter anecdótico, que guarda interés exclusivo para los venezolanos. Sacan malas cuentas los que creen que el asunto es un episodio excepcional y aislado al que ha seguido un debate excesivo.
Tiene importancia muy grande para los ciudadanos españoles y europeos; en primer lugar, porque ratifica que la práctica de mentir es la política pública por excelencia del gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Es la reacción a flor de piel de ambas autoridades, que no ha tardado en permear a ministros y voceros. Hay que decirlo: es una patología instalada en el núcleo del poder, que ha irradiado su entorno inmediato. Cuando se les interroga, la respuesta inmediata, de orden pavloviano, consiste en faltar a la verdad.
La paleta de recursos que han exhibido es polícroma: se niegan los hechos, a pesar de las evidencias que los afirman. Se suministran varias versiones de lo mismo, como si la realidad, sobre todo ciertas realidades políticas, fuese una especie de masa plástica, sujeta a interpretaciones, y sobre la que se puede decir cualquier cosa. Se emplean eufemismos. Se extraen los hechos de su contexto. Se los oculta o envuelve de medias verdades. Se los blanquea de supuestas buenas intenciones. Se los distorsiona. Se emplean argucias, una tras otra, sin ánimo de corrección. La sucesión de mentiras dichas por José Luis Ábalos pone de bulto la lógica que guía la política pública del mentir: que una mentira sea superada por otra, cada vez más grotesca y ruidosa. Y así.
Al lector no le deben pasar inadvertidas las implicaciones de las mentiras de Ábalos: involucran hechos y la secuencia de estos, el paso del tiempo, las leyes y reglamentos, a funcionarios que cumplían con su trabajo, a instituciones que tienen la tarea de salvaguardar la ley. Las suyas son mentiras arrolladoras: se llevan por delante a numerosas personas. Las ponen en entredicho. Si Ábalos, aprovechando su autoridad, obligó a varios funcionarios a incumplir la ley, entonces las omisiones y delitos cometidos son todavía más graves.
Desde Stalin a nuestro tiempo, mentir ha sido el más recurrente y sistemático de los recursos que los comunistas han utilizado para mantenerse en el poder. Distorsionar los hechos, inventar conspiraciones, levantar expedientes sin fundamento alguno forma parte de los usos retóricos y de la cultura mental de las izquierdas. No solo llegan al poder mintiendo, sino que lo ejercen saltando de una mentira a la siguiente. Es tal la insistencia, tan extrema la dependencia del mentir que, en comunistas como Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro, mentir deja de ser instrumental para adquirir un carácter esencial: la dictadura se justifica porque permite mentir de forma ilimitada. La historia del comunismo es la historia de un único método que, aplicado en distintos lugares y épocas, sirve para desfigurar lo real hasta hacerlo irreconocible.
No solo mienten los comunistas, también fanfarronean. Uno de sus métodos es adoptar un aire de listillo, como el empleado por José Luis Rodríguez Zapatero para sugerir que es un verdadero experto de lo que sucede en Venezuela, tras casi cuarenta viajes y unas cuatrocientos o quinientas reuniones con Maduro, con los hermanos Rodríguez, con Diosdado Cabello y con otros secuaces.
Hay que preguntarse con respecto al señor Rodríguez Zapatero, inspirador y mentor de José Luis Ábalos: ¿qué información, qué hechos, qué estadísticas, qué testimonios, qué interpretaciones ha ido acumulando en su cabeza? ¿Sobre qué materiales y puntos de vista se ha construido su visión de Venezuela? O, más esencial todavía: ¿qué puede saber un hombre de las realidades de Venezuela, cuando sus fuentes provienen de la fraseología cínica, malévola y negadora de un poder que reprime, mata y tortura, de un poder que asesina a sus presos políticos, que los lanza desde un décimo piso o los golpea, de forma insaciable, hasta convertir sus cuerpos en una masa de carne sin vida?
Cayetana Álvarez de Toledo, en la memorable intervención que hizo en el Parlamento de España el 12 de febrero dijo lo esencial: José Luis Ábalos ha tomado partido por los torturadores. Como Rodríguez Zapatero. Como Podemos y como el resto de quienes han sido beneficiarios de la corrupción de los regímenes de Chávez y Maduro.
La adopción de una alianza política de los mentirosos y los torturadores tiene consecuencias, una de ellas, el falseamiento gravoso, el silencio, el menoscabo de lo que ocurre en Venezuela. Solo la más extrema complicidad hace posible plantear la acción feroz de la dictadura contra la sociedad indefensa, como un enfrentamiento entre dos bandos. Solo la más infame política desprovista de cualquier forma de sensibilidad y compasión, conduce a estos señores y a otros, a guardar silencio sobre un régimen que todos los días, de forma sistemática, mantiene a varios cuerpos organizados –FAES, Dgcim y Sebin– dedicados a tareas de acoso, secuestro, tortura, falsificación de expedientes y asesinato. Porque de eso trata la elección de Ábalos y Rodríguez Zapatero por los torturadores: mentir, fanfarronear y hacer silencio sobre el horror de la vida en Venezuela.
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