En las pateras que cruzan el pedazo de océano Atlántico que separa al continente africano de las islas Canarias vienen pocas mujeres. La mayoría son hombres, con edades comprendidas entre los 18 y los 35 años. Niños vienen algunos, es un trayecto muy peligroso por los vientos y corrientes, sobre todo con las precarias embarcaciones de utilizan. En el 2020 más de 500 fallecieron en el intento. La última víctima fue un niño de 9 años. Murió en alta mar y su cadáver fue lanzado al mar.
Son tantos los migrantes que llegan, que la muerte de uno no es noticia, importa más a los medios y consideran más atractivo para sus lectores el rescate de un turista que estaba a la deriva en un kayak a pocos kilómetros de la costa. Incluyen testimonios, fotos, videos y sonidos que aportan los rescatistas. En el caso de las pateras, cayucos e inflables solo saltan las alarmas cuando son muchos los muertos y su alojamiento al aire libre afea el entorno. Vienen altos funcionarios desde Madrid y ordenan esto y lo otro, y se van corriendo, pero el drama no termina.
Son estadísticas. Tantos llegaron, tantos han sido identificados, estos van para hoteles, aquellos para las plazas de acogida, cuántas mujeres y cuántos niños. Ah, y la cantidad de raciones de comida. La logística siempre es la misma, solo varían las cantidades. Pero detrás de cada individuo hay una historia, también un traficante que lo ha engatusado, que le ha ofrecido alojamiento, papeles y hasta traslado a continente europeo. El destino ansiado y final.
Con la borrasca Filomena se redujo la llegada de pateras y cayucos. Pero las mafias que alistan los viajes y cobran fortunas a los pasajeros por el traslado de alto riesgo no descansan. No son pocos los aspirantes a pisar suelo europeo y comenzar una nueva vida. En algunas embarcaciones llegan 15 personas a bordo, pero también llegan cayucos más grandes con 81 hombres, 5 mujeres y 2 menores, además del cuerpo de un hombre que falleció en el trayecto, como ocurrió el 12 de enero pasado.
La embarcación en la que venía el niño de 9 años que falleció y su cuerpo lanzado al mar fue avistado por un grupo de rescatistas a unos 160 kilómetros al sur de la isla Gran Canaria. Solo dijeron que viajaban en pésimas condiciones. Escapan de la pobreza, de la violencia, de la falta de oportunidades y de los estragos que causa la COVID-19 en los países atrasados. Sin médicos, hospitales y sin sistemas de salud.
En 2020 llegaron más de 23.000 migrantes a las islas Canarias. Y pese al frío, la borrasca Filomena, los fuertes vientos y el oleaje que hacen todavía más peligrosa la travesía, no dejan de desafiar la muerte. A comienzos de la semana pasada, una patera y dos cayucos arribaron al puerto de Los Cristianos con cinco subsaharianos y un magrebí muertos entre los pasajeros. El Día de Reyes llegaron a la playa de El Cabezo dos embarcaciones con otros cuatro muertos y a un par de kilómetros de la costa de Arguineguín, en Gran Canaria, fue localizada otra embarcación con un fallecido a bordo. Sin duda, la mortalidad es muy alta, sobre todo cuando se compara con el número que llegan vivos: 850 en lo que va del año. Es la vía para llegar a Europa con más fatalidades.
Voluntarios y personal del Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias de la Cruz Roja Española, policías locales, policías nacionales, guardias civiles y profesionales del Servicio de Urgencias Canario, además de Salvamento Marítimo y el Servicio de Búsqueda y Rescate del Ejército del Aire, constituyen el conglomerado de héroes anónimos que salvan a los migrantes de la furia del Atlántico, y sus recurrentes condiciones de mala mar.
Sin duda, abunda la solidaridad, también la complicidad. Una mezcla difícil de separar. Es la cara y el envés de la misma moneda. Unas veces ayudan, otras fomentan riesgos y peligros, y suben las tarifas. La ONG denominada Colectivo Caminando Fronteras se dedica a la defensa de los derechos de las personas migrantes en la Frontera Occidental Euroafricana, la que da con las islas Canarias. Desde el año 2002 trabaja en la denuncia de las fronteras como espacios de impunidad, así como en el restablecimiento de los derechos de las personas en movimiento. Pero, eso sí, aclara, desde “una perspectiva transnacional, transcultural, antirracista y feminista”. Su integrante más destacada es la española Helena Valero, que se describe como escritora y vive en Marruecos.
Caminando Fronteras tiene un teléfono de alertas al que llaman las personas que corren peligro en el mar, o sus familiares y amigos, y los activistas avisan a los servicios de rescate de los países cercanos. Se precian de haber salvado la vida de más de 100.000 personas en 14 años.
El jueves Caminando Fronteras avisó de la salida de una neumática desde El Aaiún (Sahara Occidental) rumbo a Canarias con unas 58 personas a bordo. La embarcación fue avizorada y fotografiada por el avión del Servicio Aéreo de Rescate. Iba muy despacio y varios de los pasajeros llevaban las piernas por fuera de la embarcación. Como si estuvieran de paseo. Fueron rescatados y todos pisaron tierra sanos y salvo, pese al frío.
Pero el milagro no termina al pisar suelo canario. No basta llegar vivos, deben mantenerse vivos, y con la COVID-19 acecha. Todavía pueden pasar a la intemperie varios días, a sol y agua, con poca alimentación y sin las mejores condiciones sanitarias. Muchos son jóvenes y lo soportan bien, pero no todos son tan saludables como los fortachones que aparecen en las fotos con móviles de última generación y mirada desafiante.
Algunos se sienten tan fuertes que hasta se declaran en huelga de hambre para que les agilicen el traslada a la península. Es el caso de 176 senegaleses que se niegan a comer como una manera de presionar para que los dejen viajar a la península. Muchos tienen el pasaporte en regla y familiares que los pueden alojar mientras consiguen un empleo.
Khalifa Ibrahima Ndiaye lleva tres meses alojado en un hotel, pero está desesperado por seguir viaje. Antes podían viajar si tenían el pasaporte, pero dieron una contraorden, por el SARS-CoV-2 y por el escándalo que armaron varios alcalde de las comunidades cuando llegó un grupo numeroso de migrantes a sus jurisdicciones.
No solo les molesta que se les considere “ilegales”, sino también que muchos los vean como «indeseables», como aprovechadores que se valen de resquicios legales para obtener ventajas sobre los nacionales. Muchos canarios se sienten desplazados y desatendidos por el Estado, mientras a los emigrantes los alojan en hoteles lujosos y reciben buena comida y asistencia médica, además de unos euros en efectivos para sus necesidades básicas: cigarros, refrescos y recargar la tarjeta del móvil.
Con la pandemia y el bajón del turismo, la economía canaria se ha desplomado. Han cerrado muchos negocios de hostelería y de atención al turismo, mientras que los grandes hoteles pasan su peor momento. No hay trabajo y los presupuestos de atención a los más vulnerables se han agotado. Y con las restricciones es más duro buscarse la vida.
En la península la situación no es distinta. Los índices de desempleo son bien altos y la actividad económica anda poco más que baldada. Sin embargo, al lado de lo que dejan atrás han llegado a un paraíso. Además, de ahí pueden seguir a otros países de Europa que no atraviesen dificultades tan duras.
“Nosotros no llegamos a Canarias para quedarnos, queremos seguir a la península. Nuestro objetivo no es que nos den techo y comida. Tenemos pasaporte y test negativo de la COVID-19, y queremos seguir a la Península. Es nuestro derecho”, dijo un emigrante.
No todos tienen la suerte de los senegaleses que presionan para que los dejen viajar, mientras los alojan en hoteles de lujo. Muchos deben pasar la cuarentena a la intemperie y sin poder ducharse. Se han retrasados los trabajos para habilitar el campamento en el antiguo polvorín que cedió el Ejército en Barranco Seco y en lugar de 72 horas deben permanecer hasta 10 días, a veces más de un mes. Está a 8 kilómetros del centro de Las Palmas de Gran Canaria. Actualmente cumplen cuarentena unas 260 personas, un requisito para entrar en la red de acogida estatal. Son positivos de COVID-19 y sus contactos estrechos en su mayoría.
Están alojados en una hilera tiendas de campaña instaladas sobre tierra arenosa y sin recibir comida caliente. Es un sitio frío, en el que falta agua para asearse y con pocas de las condiciones necesarias para cumplir un aislamiento sanitario. El distanciamiento social es imposible.
A Canarias se llega con lo que se trae encima. No hay maletas ni bolsos, muchas veces ni siquiera una botellita de agua o unos caramelos que endulcen la boca. El espacio cuenta por milímetros y peso. Viajan apretujados, con dos o tres pantalones y la misma cantidad de camisas, quizás un abrigo o una manta. Pero también con menos que eso, y lo han perdido. Es un viaje de esperanzas, de ganarle a la suerte. Pero antes de salir ya hay ganadores. Las mafias que se ocupan de organizar los viajes, que cobran los pasajes y se desentienden de cualquier contrariedad en alta mar. Eso queda en manos de las ONG o de los cuerpos de vigilancia de los países cercanos.
Es un pasadizo oscuro que despierta muchas sospechas. Hay cantidades importantes de dinero en juego y todo es posible. El alto número de personas que llegan en pateras impulsadas con motores fuera de borda de poca potencia han llevado a pensar a veteranos del mar que hay buques nodrizas que los acercan a las costas canarias, que con ese motorcito no salen ni a pescar chicharros.
También hay toda una teoría geopolítica que sustentan muchos estudiosos canarios: la intención de Marruecos de apoderarse de las islas Canarias, de su emporio turístico, su abundancia de minerales y su ubicación estratégica en el Atlántico. La entrega del Sahara Occidental a Marruecos no es un buen precedente para los isleños, fervientes creyentes de la Virgen de Candelaria, la morenita, le rezan para que no haya una segunda traición.
Lea también en Cambio16.com: